Dibujos de Pocoyó, Eli y Pato, coloreados con tonos vivos, decoran la puerta de una de las habitaciones; varias sillitas y coches de bebé están aparcadas junto a las de enfrente y, al final del pasillo, un tendero con ropa recién lavada busca algo de calor frente al aguanieve que cae al otro lado de las ventanas. En una de las paredes se pueden ver varios retratos trazados con mano infantil y una carta escrita a mano. “Lo único que os quería decir es que muchas gracias. Siempre nos cuidáis y no os quejáis aunque deberíais hacerlo, siempre sois honestos con nosotros, amables y respetuosos. Nunca os voy a olvidar”. Lo ha escrito Ariana, una niña que reside con su madre en esta vivienda compartida, en la que nueve familias que luchan por salir adelante y ponerse al mando de su propio futuro. Se trata de un proyecto piloto puesto en marcha por el Ayuntamiento de Bilbao para colectivos vulnerables, con menores a su cargo, que han perdido sus casas; además de un techo, les ofrecen apoyo socioeducativo ayudándoles en diferentes ámbitos para que logren alcanzar una vida autónoma. “Detrás de una familia que se ha quedado sin vivienda muchas veces subyacen otras dificultades, por lo que es importante trabajar con ellas para que puedan vivir por su cuenta, sin apoyo institucional”, explica el concejal de Acción Social, Iñigo Zubizarreta.

El Ayuntamiento bilbaino ya disponía de otros recursos para atender a las personas que tienen que abandonar sus viviendas. Y no solo por desahucios; el precio y requisitos –avales, fianzas, nóminas...– para acceder a un piso en alquiler en el mercado libre son desmesurados para muchas familias, a otras su color de piel les veta los arrendamientos... Los hoteles son una respuesta rápida, de urgencia, y también existen 27 pisos tutelados, algunos de ellos compartidos por varias familias. Pero, aunque en estos casos también se interviene con las familias, estas gozan de mayor autonomía y se quedan cortos para las que necesitan una atención más intensa.

Por eso, en mayo del año pasado se puso en marcha esta residencia, que cuenta con 10 habitaciones independientes y en la que comparten cocina, espacio de estar y baños. Desde su apertura, aquí han vivido un total de 32 personas. 17 adultos y 15 menores, lo que ya deja entrever el perfil mayoritario: madres solas –todas menos una entre las 9 que actualmente viven aquí–, con hijos pequeños a su cargo –el mayor tiene 16 años y la mayoría no alcanzan los 10– y una falta total de redes familiares y sociales en las que apoyarse. “Cuando hay menores, el recurso hotelero no es el más adecuado. Muchas de ellas vienen con una mochila importante; lo primero es que se sientan seguras, que calmen la ansiedad y la angustia de lo que están viviendo”, apunta Kontxi Claver, directora de Acción Social.

Marian y Urtzi hablan con una de las mujeres que viven en el piso. Oskar González

Con cada una de ellas se traza un plan de trabajo completamente individualizado, que abarca diferentes aspectos de la vida cotidiana. “El aspecto educativo de los menores, búsqueda de empleo, gestiones con la administración… Se trata de garantizar las capacidades parentales de estas familias que puedan ser autónomos”, enumera Zubizarreta. De ellos se encargan los educadores sociales que les acompañan día a día, “que les preparan y les cualifican para que puedan vivir una vida autónoma”. Aquí les ayudan a recuperar y desarrollar sus competencias personales, su autoestima, su confianza y las habilidades que necesitan. “Se trabajan diferentes ámbitos, en función del punto de partida de cada persona, con el objetivo de que esto sea un tránsito y que accedan a un recurso residencial normalizado, como una vivienda libre o de protección”, explica Karmele Artaraz, responsable de la vivienda. Cada familia es un mundo y su situación, diferente: las hay con una situación económica muy precaria, para quienes lo más urgente es lograr la RGI –se trabaja con ellos también un plan de ahorro–, su situación administrativa porque carecen de papeles, el ámbito sanitario... “Y no se trata solo de que tenga una tarjeta sanitaria, sino de que, cuando su hijo tiene un diagnóstico médico, ver cómo se hace ese seguimiento. Son familias que tienen sus capacidades parentales mermadas”, añade Zubizarreta.

Los buenos resultados de la iniciativa no se han hecho esperar; desde su apertura, cuatro familias ya han podido volar por su propio pie. Dos de ellas están residiendo ya en viviendas tuteladas y otras dos han iniciado un proyecto vital totalmente autónomo. Una de esas familias vive ahora en Gernika; naturales de Paraguay, emigraron con su hijo pequeño, que apenas alcanzaba los tres años, a Murcia en busca de un futuro mejor. Allí trabajaban internos cuidando a una pareja de mayores pero, al fallecer ambos, tuvieron que abandonar la casa. Llegaron a Bilbao; sin encontrar un trabajo, agotaron sus recursos económicos y no cumplían el tiempo necesario de empadronamiento para acceder a ninguna prestación económica. Se vieron en la calle. “Eran dos personas con muchísimas habilidades y capacidades, ilusión y ganas; era cuestión de tener los papeles en regla y una oferta de trabajo. Estuvieron aquí unos meses, hasta que ella tuvo que volver, con el niño, a Paraguay, al ponerse su madre enferma, y a él le salió un contrato de trabajo. Buscó un alojamiento y a día de hoy viven los tres en Gernika, por su cuenta”, narra Marian Montes, una de las educadores del centro. Un final feliz por el que lucha el resto de estas familias.