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La Oreja de Van Gogh desató la tormenta pop perfecta

Casi 8.000 fans convirtieron en “épico e inolvidable” el concierto de los donostiarras al aguantar un feroz e inmisericorde aguacero

La Oreja de Van Gogh desató la tormenta pop perfectaOskar Gonzalez

En Abandoibarra no cabía ni un alfiler media hora antes de iniciarse el concierto de La Oreja de Van Gogh. Todo transcurría con normalidad, entre el embeleso de los casi 8.000 jóvenes fans, cuando el cielo se rompió y un aguacero tremendo acompañó durante una larga hora el repaso de clásicos como París, 20 de enero o La playa, y canciones de su último disco, curiosamente titulado Un susurro en la tormenta. Casi nadie se movió y la cita acabó siendo épica e inolvidable debido a la resistencia y entrega del público.  

A ver, la producción y el sonido del escenario de Abandoibarra son perfectas, pero las avalanchas de público de este año, el del regreso de Aste Nagusia, confirman que el reciento resulta insuficiente cuando el grupo o músico tiene el nombre y el recorrido de El Drogas o La Oreja de Van Gogh. Justo acabaron los fuegos artificiales y hordas de jóvenes reventaron de nuevo el escenario con media hora de antelación, obligando a la organización a cerrar los accesos entre idas y venidas nerviosas. 

Allí no cabía un alfiler a las 23.30 horas, cuando del escenario llegó el ruido de truenos que anuncia el inicio de los conciertos de esta gira, la de la presentación del último álbum del quinteto donostiarra, Un susurro en la tormenta. Resultó premonitorio. Abrieron con el reciente Como un par de girasoles, con aires de western que oxigenan en vivo el sonido de la banda, conducidos por su guitarrista, Pablo Benegas, vestido de negro y con sombrero vaquero. 

Le siguió Verano, ese recuerdo doliente de un amor pasado con guiño a La chica de ayer, de Nacha Pop, que la chavalería recibió con botes y evidenció la fórmula del éxito de La Oreja… A saber, canciones agradables, sencillas, pulcras, de estribillos fáciles, riesgo cero y capacidad para gustar a un público mayoritario. La vocalista, Leire Martínez, de negro también aunque con detalles brillantes al pecho y purpurina en los ojos, cumplía su papel como maestra de ceremonias, con su voz dotada y mientras hacía mecerse al público con el pop–rock aseado de El último vals. 

“Gabon Bilbo. Ze Aste Nagusia!”, saludó alternando euskera y castellano. “Menudo tinglado tenéis montado, es maravilloso. No se ve el final”, decía emocionada mirando a la multitud antes de presentar la antigua París. “Aunque cantaremos varias canciones del último disco, Un susurro en la tormenta, ¿qué sería de La Oreja… sin sus clásicos?”, se preguntó. Resultó inmediato. Fue cantar “ven, acércate, ven, abrázame”, y el sirimiri le hizo caso. Gafe o no, Leire demostró su capacidad para convertir en propias canciones antiguas, convertidas en éxito por Amaia Montero. 

El público entregado a la actuación de La Oreja de Van Gogh.

El diluvio dio tiempo a que Xabi San Martín, desde sus teclados, hiciera un dúo vocal al compartir con Leire la reciente Durante una mirada y a que sonara Muñeca de trapo cuando la predicción de tormenta se cumplió. Primero fueron los relámpagos, luego los truenos y, finalmente, el aguacero, convertido ya en mar con la reciente Sirenas. En lugar de desalojar el recinto, como hicieron varios fans que seguían el concierto en sillas de ruedas, la casi totalidad del público optó por la resistencia. Y se convirtió en protagonista al cantar el verso “por eso esperaba con la carita empapada” de Rosas.

¿Carita? Si solo fuera la carita… Hasta los previsores con paraguas, que proliferaron como hongos, ya estaban calados hasta los huesos cuando sonó el vaquero Diciembre. “Por algo tenemos esta tierra tan verde y bonita”, temporizaba Leire. Y el agua siguió, inmisericorde, cuando el grupo nos llevó a La playa. Más agua, claro, con los fans cantando aquello de “te voy a cantar la canción más bonita del mundo” entre pompas de jabón en el escenario. 

Con plásticos resguardando el teclado de Xabi y los pedales de Pablo, el público confirmó que se podía confiar en él. Coreaba aquello de “las tardes de invierno por Madrid”, y se rendía ante La niña que llora en tus fiestas, con Haritz tocando de pie la batería, y Cuídate, que teclista y Leire interpretaron en solitario. La tormenta pop perfecta siguió con El primer día del resto de mi vida, con la chavalería calada y aquellos que no portaban paraguas emulando un mar de brazos oscilantes. “La noche está siendo épica”, decía Leire al introducir Abrázame. 

Una velada para el recuerdo

Allí no había miedo, solo entrega absoluta cuando llegó el bis. Lo hicieron de continuo, sin abandonar el escenario ante tal panorama meteorológico. La lluvia empezó a resultar soportable al sonar 20 de enero. Como pollos, pero satisfechos, la despedida llegó con la reciente Cometas en el cielo, con ecos de la guitarra de The Edge, el de U2. ¿Cometas? Agua y más agua. Y llegó el final, entre agradecimientos de Leire. “Ha sido alucinante. Eskerrik asko, Bilbo. Asko maitet zaituztegu. En una gira hay muchas noches emocionantes, pero pocas como la de esta noche. Inolvidable”, cerró Leire. Eso, seguro.