La oficina de Información turística de la Plaza Circular de Bilbao está a rebosar cuando el minutero y el horario marcan las doce del mediodía. La larga cola de visitantes, muchos recién llegados a la Villa, llega hasta la misma entrada del edificio. En las ventanillas los empleados explican a los foráneos, mapa en mano, cómo llegar al Museo Guggenheim o a la Plaza Nueva. Lo hacen en inglés, francés, alemán o en el idioma materno del turista. El ambiente es, pues, babeliano. En el amplio hall de la sucursal convergen un crisol de lenguas. Mientras unos salen, mapa en mano, otros entran. El trasiego de viajeros es constante, parece no acabarse nunca.

Entre los que salían de ella estaban Bernard, Shopie y Gregor, una familia gala que acababa de arribar a Bilbao. “Viajamos mucho y nos apetecía mucho venir a Bilbao, que no la conocíamos”, afirmó Bernard. Los tres han hecho el viaje desde París a Bilbao en carretera y Sophie está “especialmente emocionada” por ver el Museo Guggenheim. “Probablemente sea el primer sitio que visitemos”, añadió Bernard.

“Viajamos mucho y nos apetecía mucho venir a Bilbao, que no la conocíamos”

Bernard - Turista francés

Mientras la familia parisina se encaminaba hacia el gigante de titanio, Yolanda, Adela, Félix, Miquel y sus hijos se dirigían al un restaurante. El viaje desde Barcelona es largo y los catalanes necesitaban llenar el estómago con algo más que un bocadillo. “¿Sabes dónde está esta calle?”, preguntó Yolanda a una transeúnte. Para ella y Adela no es la primera vez en la villa, aunque en esta ocasión tengan la sensación de haber llegado a un sitio completamente desconocido. Y es que la última vez que estuvieron en el Botxo fue hace la friolera de veinticinco años, cuando Bilbao aún no había experimentado la transformación que la llevó del gris al color, de la industria a los servicios. “Yo, en un principio quería ir a Donostia, pero una compañera de trabajo vasca me dijo que no me podía perder Bilbao”, confesó Adela. Nicolás, su hijo, parece haber agradecido este cambio de planes. “Lo primero que ha dicho al ver el Guggenheim es que esto -la ciudad- es mejor que nada”, explicó la mujer entre risas. 

En el margen opuesto de la ría, en el Casco Viejo, Niamh y Adam observaban los sendos muros, contrafuertes y rosetones de la catedral de Santiago. “Hemos venido del norte de Inglaterra”, afirmó Niamh. En la decisión de elegir la villa como su destino vacacional influyó, sin lugar a dudas, la madre de esta. “A ella siempre le ha gustado mucho esta zona y su cultura”, explicó la joven. “Acabamos de llegar, pero ya estamos enamorados del Casco Viejo, de sus tiendas y restaurantes”, aseguró emocionada. 

A pocos metros de lugar, Esther y Jordi paseaban por una de las siete calles. Esta pareja ha decidido cambiar el cálido Castellón por Bilbao durante unos días y, de momento, están encantados. “Decidimos venir al ver un reportaje por la televisión. Jordi me preguntó si había estado alguna vez y, así, lo planeamos”, explicó Esther que, a diferencia de su pareja, no había estado en la villa. De momento, su plan es callejear por ella, descubrirla a fondo.