Defiende el anonimato con determinación "porque da libertad". Los únicos datos que permite que se conozcan es que es "bilbaino, de Deusto, jubilado y alumno de la escultora Amaya Conde".

Esculturas anónimas en Artxanda

Esculturas anónimas en Artxanda

Se considera un "humilde aprendiz, un artesano". Fue a finales de enero pasado cuando tropezó con el roble americano caído que cruza la senda 'Potongo' por la que los amantes de la bicicleta de montaña descienden bosque a través desde Artxanda hasta Ugasko.

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Se busca artista en Artxanda

"Desde niño me interesó la talla en madera. Pero, por circunstancias de la vida, nunca pude dedicarle tiempo. Sin embargo, conservé el interés y la chispa", revela. Hace poco menos de un año decidió ponerse a aprender. En febrero quiso mejorar el aspecto del sendero 'Potongo' y se puso a trabajar con la azuela, una herramienta de carpintero que casi se ha dejado de utilizar.

“Le dedico ratos libres en diferentes momentos del día. Igual que otras personas salen a pasear o a tomar un vino, yo vengo aquí con la herramienta. Lo he estado haciendo por satisfacción personal, para practicar y también por desfogarme un poco”, confiesa.

Le gustan los espacios abiertos. “En un lugar cerrado podría tallar unas máscaras o algo pequeño, pero me gusta el aire libre, lo necesito”, asegura. “Y en estos entornos de Bilbao, con tantos bosques a diez minutos de casa, la verdad es que se puede hacer”, añade.

Revela que ha tallado alguna otra pequeña obra en más lugares, puede intuirse que conchas de peregrino. Pero el hallazgo fue el roble americano caído en ‘Potongo’. El lugar le ofrecía la madera al alcance de la mano y, sobre todo “unas condiciones de sosiego y tranquilidad difíciles de mejorar. Se nos suele olvidar que la naturaleza nos lo da todo: aire, madera, piedra, paz…”, subraya.

Lo primero que talló en pleno invierno fue un esbozo de gnomo. Luego, la concha. “Pero, después, las propias ramas me fueron sugiriendo el hocico del búfalo americano, el buey, el mochuelo. Enfrente vi las ramas, con extensiones como patas, donde encajaba un cocodrilo”, rememora. La cabeza de otro animal “imaginario o antiguo” sigue en proceso. Hoy viernes al mediodía estaba sobre la madera del roble con su azuela en la mano.

Aunque no haya oído hablar del ‘Land Art’Land Art, se reconoce profundo admirador de Agustín Ibarrola. “Fui a ver su última exposición en Bilbao cinco veces. Y a escucharle. Siempre me ha parecido un gran artista y una persona de enorme sensibilidad con una obra única”, afirma. Pero no admite comparaciones. “La distancia es enorme, nada que ver. Él es un artista genial, yo solo un humilde aprendiz de aficionado que ha podido expresarse sobre la madera, nada más. Es importante saber dónde está cada uno para no perder el horizonte ”, insiste.

De lo único que se siente orgulloso es de “contribuir a hacer más agradable el recorrido de las personas que pasean por aquí”. La repercusión que sus tallas han tenido después de que Deia las recogiera en su edición digital del jueves no le afecta. “El éxito más grande en esta vida es poder hacer lo que te gusta”, concluye.