Bilbao - Es memoria viva del Palacio Euskalduna. Conversar con Jon Ortuzar, que estuvo al frente del equipamiento casi 21 años, tres de ellos antes de su puesta en marcha, es abrir el baúl de las anécdotas y los secretos del último buque del histórico astilleros. En su relato afloran aquellos árboles metálicos de cobre que suponía se oxidaban a verde pero que nunca llegaron a esa tonalidad, los nervios de Montserrat Caballé, el estanque ideado como el dique en el que se construyó el buque, su construcción naval con cuadernas o la mancha de la copa de vino que se le cayó a un invitado el día de la inauguración y que, debido a la porosidad del suelo, aún sigue allí. Mirando al futuro, lo tiene claro. “Tiene todo lo necesario para otros veinte años de éxito”, afirma, convencido.
Veinte años desde su inauguración. ¡Euskalduna se hace mayor!
-Como ha sido un proceso paulatino, yendo bien las cosas y con buenos resultados, han pasado los años casi sin darse cuenta. Pero es tiempo, sí.
¿Cómo llegó usted al proyecto?
-Era gerente del hospital de Basurto y me llamó Tomás Uribeetxebarria, que era diputado de Cultura, y luego Josu Bergara, diputado general. Entonces estábamos haciendo la integración en Osakidetza y, como faltaban tres años para la inauguración, le respondí que sí, que me parecía una oportunidad. Josu me dijo que tenía que ser ya. ¿Qué pinto yo ahí, tres años antes de la inauguración?, me preguntaba yo. Pero fue una decisión muy importante. Fui a ver otros palacios de congresos, qué cosas nos faltaban y pudimos introducir cambios con Federico Soriano. De hecho, el hall de exposiciones, que era fundamental, no existía, ni la sala VIP, ni el restaurante Etxanobe, ahora Eneko Bilbao.
Fueron tres años de obras. La zona sufrió un cambio radical.
-Cuando estábamos en obras, vino una periodista a hacer una entrevista y me preguntó qué era lo más importante que se hacía en ese momento. Le señalé las vías del tren, que se estaban cubriendo. No entendía nada, pero era lo que nos iba a unir al parque, a la Gran Vía y al centro de Bilbao. A mí siempre me ha parecido que Euskalduna estaba en una esquina y, realmente, está a 100 metros de la boca del metro. Está en el mismo centro de la ciudad y ese es un valor muy importante que la gente de fuera siempre destaca. Las obras se hicieron al mismo tiempo que las del Museo Guggenheim, que fagocitaba toda la atención y trabajamos con mucha discreción: La gente realmente pasaba por la carretera del parque y se preguntaba: ¿Qué es eso que están haciendo ahí? ¿Para qué va a ser?
Hasta que el 19 de febrero de 1999 llegó el día de la inauguración.
-Inauguramos muy en precario porque teníamos un compromiso con el entonces BBV para hacer la junta de accionistas en marzo. Se celebró un congreso de mediciones de audiencias antes de la inauguración y la gente estaba tomando el café con abrigo porque no funcionaba aún la calefacción... ¡Decían que eran los primeros pobladores del palacio! Aquella junta que hizo el BBV tiene todavía el récord de asistencia a una sociedad española; todo el mundo quería ver el edificio. La inauguración en sí la recuerdo con mucha tensión. Hubo un montón de cosas que ahora se han convertido en anécdotas pero que en aquel momento nos preocuparon mucho: la lesión de Ygor Yebra, la botella que no se rompía...
¡Seis veces hubo que golpearla!
-Habíamos llevado tres de pega, que se utilizan en las botaduras de los barcos y se rompen más rápido; tan rápido que se rompieron solas... Hubo que ir al restaurante y traer una botella de champán auténtica, que no hay quién la rompa. Tras varios intentos, Josu Bergara le dijo al trabajador que le diera contra el canto y al final se logró. Y no sé si sabe que Anne Igartiburu, que presentó la gala, perdió el avión.
Cuente, cuente.
-Media hora antes de la inauguración, me llama y me dice que está en Burgos. ¡No me lo podía creer! El copresentador fue avanzando el acto mientras yo hablaba con ella desde el palco. Me iba diciendo que estaban en tal kilómetro, que se preparaba en el coche... Salió del coche dándose los últimos retoques y entró directamente al escenario. Fue muy bonito e ilusionante; salió todo bien y tengo un recuerdo maravilloso, pero pasé el día con una tensión brutal.
No es para menos, con miles de invitados y decenas de medios de comunicación.
-Vino hasta un equipo de Caiga quien caiga. El redactor se colocó junto a uno de los pilares de hormigón y, con aquel estilo tan suyo, comenzó a decir que era un palacio magnífico, que se había perdido diez veces, que había rescatado a una azafata que también estaba dando vueltas y que era de una calidad excepcional. Da un manotazo al pilar y... ¡puf! Una nube de polvo gigantesca. Imagínese.
¡Quién no se ha perdido para llegar de planta a planta!
-Esa complejidad en muchos casos ha sido una ventaja. Yo siempre recuerdo una reunión que tuvieron Aznar, que era presidente del Gobierno, e Ibarretxe, que era lehendakari, con empresarios en una época preelectoral. Los dos a la misma hora y con comida, y no tenían que verse entre sí; no solo ellos, ni siquiera los empresarios. Aprovechamos que unos entraban por arriba, otros por abajo... Hay muy pocos sitios donde se pueda hacer algo así.
¿Le costó coger velocidad?
-No. Se preveía que se iban a necesitar tres años para ello y el primero casi alcanzamos ese nivel. Fue un arranque espectacular y ahí tuvo mucho que ver esa decisión de ir definiendo el modelo de gestión. Para cuando se inauguró, teníamos muy claro cuál era ese modelo y cómo debía funcionar el palacio. Eso es absolutamente diferenciador de otros sitios, donde se han abierto recintos de este tipo sin analizar para qué iban a servir. Cuando aún estaba en obras, me llevé a un montón de médicos de Basurto para que lo vieran y de ahí surgieron muchas propuestas de congresos. Hicimos una campaña de marketing tremendamente eficaz sin ser tal. En el décimo aniversario, cuando hablé con José Luis Bilbao, entonces diputado general, del programa de actos, me preguntó: “Eso está muy bien pero, ¿que me cuentas del 20º aniversario? ¿Cómo ves el palacio de 2019? Fue una pregunta clave para adelantarnos a las necesidades futuras y acometer la ampliación.
Fundamental para acoger congresos multitudinarios.
-Determinante; la decisión de futuro más importante que se tomó. El Congreso de Traumatología, que fue muy grande en su momento, lo hicimos con carpas, algo impensable hoy en día... El congreso de Patología lo cogimos en mi último año; muy grande, muy potente e internacional, tenía todos los ingredientes. Vinieron dos alemanas para adjudicar el congreso; de libro, muy profesionales y metódicas, ni hablaban. Uno de nuestro argumentos era que todos los hoteles estaban en walking distance y se fueron a todos ellos a comprobarlo. ¡Todos! Me dijeron que habían venido a cumplimentar el informe: competíamos con Dubrovnic, que no tenía capacidad, y con Ámsterdam, que lo tenía todo.
Un peso pesado.
-Sí, pero en Bilbao habían visto la posibilidad de hacer un congreso más personalizado, porque en Ámsterdam iban a compartir el espacio con más eventos. Así que tomaron una decisión salomónica: adjudicaron el congreso de 2017 a Ámsterdam y el de 2018 a Bilbao. Así daban gusto a todos y hacían dos modelos de congreso.
¿Qué recuerdo guarda con cariño?
-Muchos... Khovanshchina fue la ópera inaugural, cuando todos pensaban que iba a ser El buque fantasma, de Wagner. Al final se quemaba una cabaña y era tal el grado de preocupación de que todo saliera bien que llegué a pensar que se estaba quemando algo de verdad.
En el escenario han actuado desde Diana Ross a Montserrat Caballé.
-¿Sabe lo que dijo Montserrat Caballé? Que era la sala más hermosa en la que había cantado nunca? Recuerdo a Van Morrison como una persona muy complicado, un bicho raro. Woody Allen firmó en el libro de firmas en el centro de una página completa, con una letra muy pequeñita. Un día vino doña Letizia, cuando todavía era princesa, y le llamó tanto la atención que nos pidió una fotocopia. Julio Iglesias en el Etxanobe estuvo de lo más divertido, haciendo bromas, muy en su estilo seductor y bromeando con otro matrimonio que estaba comiendo allí. Muchos artistas se sorprenden de la discreción con la que se les trata. Isabel Pantoja no quería subir al restaurante porque no iba a tener tranquilidad. Subió y acabó reconociendo que nunca había estado comiendo tan tranquila. Estaban los del Tomate esperándola a las 2.00 de la madrugada. Tuve que llevarla al hotel en mi coche porque el suyo estaba rodeado.
Habrá habido momentos duros.
-Sí, claro. Yo he pasado muy malos momentos, los vivía con mucha tensión. Mi mujer decía que no se podía ir conmigo a Euskalduna, porque oía romperse un vaso y me ponía enfermo. El suelo del hall es un terrazo que era muy poroso y lo que caía al suelo no había forma de limpiarlo. Todavía hay una mancha de vino de una copa que se le cayó a un invitado el día de la inauguración...
¿Cómo lo ve dentro de veinte años?
-No sabes cómo va a evolucionar el sector, pero yo lo veo bien, porque el modelo se ha demostrado que es bueno. Tiene todo lo necesario para otros veinte años de éxito: es un palacio bien gestionado, bien situado, muy reconocido y galardonado, con unas encuestas de satisfacción buenísimas, un destino atractivo, una oferta hotelera de primer nivel? Somos primeros en número de eventos.
Oficialmente es un palacio de congresos y de la música, pero ha acogido todo tipo de actividades.
-El responsable de La Moncloa en época de Aznar, al que le encantaba la sala A-1, la azul, decía: “Ojalá tuviéramos algo así en Madrid”? Ni siendo de Bilbao le podía aceptar algo así. “En Madrid tenemos de todo, pero no tengo un sitio donde pueda hacer la conferencia, un concierto, comer, tener la opción de un restaurante con estrella Michelin? Y todo en el centro de la ciudad”, me explicaba.
¿Cuál es su rincón favorito?
-La platea 3, una pequeña que hay a la izquierda. El palco me gusta pero no es el sitio en el que más cómodo estoy: ves todo, lo bueno y lo malo, y no tienes capacidad de hacer nada. Y fuera del auditorio, quizá mi propio despacho, que era un privilegio: en la cristalera, con vistas a la ría, a Artxanda, a la Universidad de Deusto?
¿Sigue yendo a Euskalduna?
-Muchísimo. Cerré esa etapa y no quiero interferir. Tengo una relación muy cordial con Andoni (Aldekoa) y Lorea (Bilbao), y si me preguntan o comentan algo les respondo de mil amores pero hasta ahí.
¿Imagina un Bilbao sin este palacio?
-Yo no concibo Bilbao sin Euskalduna pero tampoco sin Guggenheim, que sigue siendo un buenísimo aliado; mantiene su tirón y sigue siendo clave a la hora de optar a un congreso. Toda esa transformación ha configurado una ciudad de la que en este momento es inseparable.