BILBAO - Uno de los barrios más altos de Bilbao y también uno de los más obreros está a punto de cambiar su historia. El Peñascal, en las faldas del Pagasarri, desaparecerá del monte para reinventarse en primera línea. La operación, fruto de un acuerdo de colaboración entre el Ayuntamiento de Bilbao y el Gobierno vasco, se iniciará el próximo lunes en Iturrigorri y Gardeazabal, donde las excavadoras comenzarán a demoler las viviendas más afectadas por problemas de estabilidad y salubridad y cuyos vecinos ya han sido realojados.

A finales de año, prácticamente todos los residentes de esta zona estarán en sus nuevas viviendas y se culminarán los derribos; en total, un centenar. Una vez concluya esta fase, cuyos primeros pasos se dieron en 2013, le tocará el turno a la zona conocida como El Peñascal propiamente dicho, pero eso se prolongará casi una década y afectará a 220 casas en la operación de regeneración urbana más ambiciosa acometida hasta el momento, según valora el concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Bilbao, Asier Abaunza.

Los vecinos de Iturrigorri y Gardeazabal tienen una sensación agridulce. Por un lado, están deseando que las excavadores derriben la infravivienda y ser realojados en los pisos que está construyendo el Departamento de Vivienda del Gobierno vasco. Por otro, les da pena abandonar un entorno en plena naturaleza con unas vistas inigualables. Pero, son conscientes de que la situación es irreversible y más desde que comenzaron a realojar a los primeros vecinos en las nuevas viviendas.

Ocupas e inseguridad Entonces, las casas que se iban quedando vacías eran okupadas por gente de paso que no tiene techo y el barrio ha perdido la esencia que alentaba a los vecinos a subir las más de 100 escaleras de acceso. “Ahora, muchas veces tenemos miedo porque hay mucha inseguridad y te roban mientras vas a tu casa”, señala Gabriela. Ella lleva más de 15 años viviendo en Gardeazabal y, en los últimos años, desde que se inició este proceso, ha visto cómo el barrio se deterioraba de forma galopante. “Los okupas llegan a las casas y ponen en las mirillas pegamento o cualquier cosa para ver si están habitadas. Si al cabo de dos días sigue ahí, entonces entran y se asientan”, dice.

El Gobierno vasco ha tapiado algunas de estas viviendas vacías, pero entonces entran por el tejado. “Hemos pedido más presencia policial y que les saquen de aquí, porque hasta que no derriben todo el barrio la situación se está haciendo insostenible”, reivindica esta vecina. Según ha confirmado el Departamento de Vivienda del Gobierno vasco, “ya hemos hablado con estas personas para que vayan a albergues y tienen de plazo hasta mañana domingo para abandonar las casas”. Los responsables del Ejecutivo vasco no creen que haya problemas. “Por el perfil de gente de estos okupas, creemos que se irán sin generar conflicto. En todo caso, si el lunes o martes cuando entren las excavadoras no lo hubieran hecho, entonces tendríamos que iniciar un requerimiento judicial para que les desaloje la policía”.

Este es uno de los problemas que más preocupa en estos momentos al vecindario. Juan José llegó a casa hace unos días y se encontró con cuatro okupas dentro. “Tuve que decirles que la casa no estaba vacía y que se fueran a otra parte”. Tiene 35 años y lleva toda su vida viviendo en El Peñascal. “No me quiero ir, pero estas viviendas ya están muy mal. Eso, sin contar la pila de escaleras que hay que subir para llegar a casa”. Lo que tiene claro es que le costaría mucho adaptarse a un bloque de pisos, así que ha decidido buscar una vivienda en algún entorno de características similares. “Estoy mirando otros barrios altos de Bilbao, pero también otros municipios”. Juan José está conforme con el dinero que le han dado por su casa, pero lamenta que la única solución sea el derribo. “Si hubieran hecho unas escaleras eléctricas, como nos decían, las personas mayores se habrían quedado. Pero llegaron antes a Eibar que a aquí”. Y ahora es consciente de que “no hay alternativa”.

El laberinto de peldaños para llegar hasta las últimas viviendas está salpicado de casas medio derruidas, basura, colchones viejos y cientos de moscas al olor de los desechos. En medio de esta estampa, la ropa limpia tendida de Laura, en una de las casas más altas del barrio, es un reducto de vida anclado en el monte. “Si nos hubieran hecho un camino por la parte alta de la ladera como pedíamos se habrían resuelto en parte los problemas de accesibilidad, porque ahora no pueden llegar hasta aquí ni las ambulancias”, dice. Tiene cinco hijos y se alegra de haber llegado a los partos sin complicaciones, porque “no quiero imaginarme qué hubiera pasado, si llego a tener problemas”. Y dice que si alguien se ha puesto enfermo, “tienen que bajarle por las escaleras porque los coches no llegan”.

Los más mayores del barrio como Inés (81 años) y María Isabel (72) hace unos años que dejaron su casa en lo alto de la ladera para ir a un edificio en primera línea. Silvia cuenta los días para que su realojo se haga realidad, mientras que, en cambio, Antonio saborea lo poco que le queda en esta vivienda con vistas al monte.