SI el Museo Guggenheim Bilbao nunca hubiera existido, si lo borráramos de un plumazo de Abandoibarra, ¿desaparecerían también el Palacio Euskalduna o la Torre Iberdrola? ¿Callejearían los turistas por el Casco Viejo o no sabrían ni situar a Bizkaia en el mapa? ¿Se habría mantenido la ciudad en la crisis existente antes de su nacimiento o habría levantado cabeza por otros derroteros?

Cuatro personas conocedoras de la transformación vivida por la villa aventuran, a las puertas de celebrarse el vigésimo aniversario del museo diseñado por Frank O. Gehry, qué habría ocurrido si no hubiera varado en Bilbao su buque insignia para ponerla en el mapa del mundo.

“Habría cambiado igual, pero sin reconocimiento”

“Mucha gente identifica que aquí cayó en paracaídas un museo y cambió la ciudad y eso no es cierto. No fue el detonante del cambio. Se habría transformado igual sin él”. Ibon Areso, exalcalde de Bilbao, habla con mucho conocimiento de causa. No en vano, antes de tomar las riendas como concejal de Urbanismo, ya trabajaba en la oficina que redactaba el nuevo Plan General de Bilbao. “Nosotros, a finales de los 80, ya teníamos previsto que en Abandoibarra iba a haber un museo y un palacio de congresos”, aclara, aunque “hasta 1991 no surgió la oportunidad de que fuera el Guggenheim”, que fue “la superguinda del pastel que proyectó eso de forma mucho más potente hacia el exterior”.

Aun convencido de que “el cambio de Bilbao es mucho más profundo y potente” que la construcción del titánico museo, no le resta méritos. “Le debemos muchísimo. Esa transformación, que en cualquier caso se habría dado, no habría tenido el reconocimiento y el eco internacional si no hubiera venido de la mano de esa locomotora de imagen y promoción que fue el Museo Guggenheim. Fue un hito que nos puso en el escaparate mundial”, subraya. Hasta que la colosal obra de Frank Gehry no echó el ancla en Bilbao, las noticias que traspasaban sus fronteras no eran precisamente buenas. “Cada vez que comunicábamos noticias fuera siempre eran negativas, de violencia de ETA... Si tuviésemos que valorar como campaña de imagen pagada todo lo que se habló en positivo de Bilbao y del Museo Guggenheim, nos habría costado más que su construcción”, estima.

El efecto Guggenheim, afirma Areso, también subió la moral de la ciudadanía. “Aumentó nuestra autoestima un montón en aquellos años en los que la gente estaba muy desesperada por el tema de la industria y la pérdida de los empleos. Aumentó la credibilidad en nuestro futuro y eso es muy importante”, remarca. Por si fuera poco, añade, la pinacoteca “ha traído puestos de empleo y riqueza, un incremento del Producto Interior Bruto”. En ese sentido, concluye, “resultó una apuesta que salió mucho mejor que lo que la poca gente que creía en ella pensaba, porque hay que reconocer que el 95% de la población de Bilbao en ese momento, si se hubiese hecho una encuesta, habría estado en contra y se ha convertido en nuestra gallina de los huevos de oro”.

La duda es si callejearían los turistas por Bilbao de no haber ni rastro del Museo Guggenheim en sus guías de viaje. “Bilbao habría mejorado mucho en turismo, aunque no sé si tanto. A finales de los años 90, la gente venía atraída por el Museo Guggenheim, pero en los años 2000 muchísima gente venía porque Bilbao se había convertido en un modelo de transformación de ciudad, había sido uno de los ejemplos de buenas prácticas mejores del mundo y eso trajo también muchos visitantes al margen de que, de paso, podían visitar el Museo”, explica.

Avanzadilla de los grandes proyectos arquitectónicos, si Gehry no hubiera echado el ojo a Abandoibarra, ¿desaparecerían del mapa otras obras? “La Torre Iberdrola, el Palacio Euskalduna, el Paraninfo de la UPV, la Biblioteca de Deusto... Todo se habría hecho igual. Donde está el Guggenheim habría un museo, pero más convencional. No sería la gran obra de Frank Gehry, que fue una de las obras cumbre de la arquitectura de finales del siglo XX”, dice Areso.

“No existirían la mitad de los hoteles actuales”

“El efecto Guggenheim fue brutal en mi sector. Sin él, la mitad de los hoteles no existirían”, afirma rotundo el presidente de Destino Bilbao, Álvaro Díaz-Munío, consciente del enorme impulso que ha proporcionado el museo al turismo. “Antes iban a San Sebastián y luego venían a hacer la visita al Guggenheim. Ahora Bilbao también se toma como centro neurálgico y se aprovecha para ver la costa, Encartaciones, Cantabria...”, comenta. La duración de las estancias, dice, “va mejorando, aunque no siempre al ritmo que nos gustaría. Entendemos que tendrían que estar dos o tres días, pero eso hay que ofrecerlo en origen, no en destino, y, a pesar de los esfuerzos que se están haciendo en la promoción, va despacio”, explica. De no haberse construido el museo, las plazas hoteleras existentes entonces en Bilbao, dice, no habrían variado. “Se habrían mantenido porque el mundo industrial que tenemos a nuestro alrededor todavía da mucho de sí en nuestro sector, pero no se habrían multiplicado exponencialmente como ha ocurrido tras el efecto Guggenheim y lo que viene”, aventura.

De no haber recalado en Abandoibarra la obra de Frank Gehry, Díaz-Munío cree que se habría buscado otra alternativa. “Estoy seguro de que los dirigentes de aquel momento, que tuvieron la valentía de tomar esa decisión enfrentándose a cosas muy serias y teniendo en contra un movimiento bastante importante, habrían tomado otra decisión. No sé si tan buena, porque no sé si es mejorable, pero no creo que Bilbao se habría quedado atrás”, confía.

“No habríamos podido brillar con luz propia”

Dice Ana Reka, excoordinadora de Bilbao Historiko, que si el gigante de titanio no se hubiera afincado en la villa, “probablemente no habríamos podido brillar con luz propia en nuestro entorno como brillamos tanto a nivel cultural como urbanístico y socio-económico”. No en vano, argumenta, el Museo Guggenheim, levantado sobre lo que entonces era “una playa de vías de ferrocarril y contenedores”, fue “el primer elemento que sirvió para hacer una transformación urbana, que luego ha servido también para hacer una transformación social, económica y cultural no solo de Bilbao, sino también de Bizkaia y de Euskadi”.

Tras valorar la “acertada apuesta” de los promotores de la pinacoteca, recuerda que no fue la única. “En aquel momento también se adoptaron decisiones que han sido muy importantes desde la perspectiva urbanística para Bilbao, como fue el fichaje de Norman Foster para el diseño de las estaciones de Metro Bilbao o la apuesta por Calatrava para hacer la famosa pasarela y posteriormente el nuevo aeropuerto”, pone como ejemplos.

Además de propiciar que la “ciudad, que vivía de espaldas a la ría, volviera a mirarla y la recuperara como un espacio de ocio, encuentro y desarrollo cultural”, la criatura de Frank Gehry puso el listón muy alto a la hora de acometer nuevos proyectos. “Cada vez que había que hacer algo en Bilbao, era un reto. Había que responder a unos parámetros de calidad y de diseño muy concretos, siguiendo la estela” de la obra de Frank Gehry.

Que en la era pre-Guggenheim los visitantes abarrotaran el Casco Viejo e incluso se dejaran caer por Bilbao La Vieja era impensable. Reka, asesora en su día del plan de rehabilitación de esta degradada zona, afirma que el museo “ha contagiado a los barrios históricos de Bilbao, lo que se traduce en más turismo y cultura. Esos barrios tienen que empezar a creerse que son el entorno bohemio de la ciudad, que en todas las ciudades europeas existe y que tiene su atractivo turístico”.

“No tendría proyección internacional”

“El metro de Norman Foster, la recuperación de la ría, la construcción del puerto exterior... Ya existía todo un engranaje para reinventar la ciudad que permitió que el Guggenheim se hiciera aquí. Ese valor no hay que quitárselo a Bilbao”, reivindica Lourdes Fernández, directora de Azkuna Zentroa, para quien la transformación de la villa trasciende al Museo, aunque sin él “no habría tenido proyección internacional”.

El Museo Guggenheim y “ese convencimiento por parte de las instituciones de que la cultura y el arte también sirven para transformar la sociedad” han contribuido asimismo, reconoce, “a que Azkuna Zentroa esté aquí”. No obstante, subraya, la iniciativa cultural en Bilbao va mucho más allá. “En las artes escénicas y visuales tienen mucho que ver la Facultad de Bellas Artes y el conjunto de agentes culturales dinámicos y emprendedores que hacen que esta ciudad tenga esa vida. En Pabellón 6, Muelle 3, Bulegoa o Consonni hay un tejido de personas que no están trabajando porque Bilbao tenga el Guggenheim o por Azkuna Zentroa, sino porque ha habido una inquietud cultural. O sea, que habría que hacer un análisis de un gran conjunto”, reivindica Fernández.