EL edificio Ensanche de Bilbao acoge desde el pasado día 3 hasta el próximo 27 la exposición Euskera Ibiltaria, que da a conocer el séptimo tomo de las variedades locales del euskera publicada por Euskaltzaindia. “Imagino que tiene que ser algo relacionado con el mundo. Al ser un atlas, tendrá que ver con el recorrido del euskera en distintos puntos”, comenta Ane Figueruelo, alumna de Primero de Bachillerato del bilbaino colegio El Carmen, cuando le cuestionaron por la temática del evento al acceder junto al resto de sus compañeros de clase al atrio donde están dispuestos mapas y paneles.
Concretamente, la muestra recoge todos los cambios experimentados por la lengua, así como sus distintas variedades existentes. Es el fruto de un proceso metodológico que se dilató durante 25 años, que arrancó en 1983 y concluyó en 2008. Una operativa de 219 corresponsales que recopiló los pormenores y matices de cada habla local en 145 municipios mediante 2.857 preguntas, en una era en la que la digitalización no era más que un sueño futurista. Armados con los instrumentos de grabación de aquella época, acudieron a los pueblos más recónditos. Allí, preguntaban a los autóctonos por la forma lingüística que utilizaban para determinadas palabras y expresiones. Un proceso secundado por una ingente cantidad de horas de transcripción de las entrevistas e informatización de los datos recogidos.
Ane se decanta por una de ellas en particular: “Me gusta el bizkaiera por la cercanía”. “Yo solo conozco el batua porque mis padres no hablan euskera. Lo he aprendido en el colegio. En realidad, me gustaría saber cualquiera de ellos”, cuenta. En su casa no se habla euskera pero, a sus 16 años, ya tiene el título de EGA.
Los jóvenes visitantes asisten a una ponencia a cargo de Aritz Abaroa, técnico del Atlas, que resume el proceso metodológico llevado a cabo para la elaboración del séptimo tomo. Las muestras de sorpresa e incredulidad de los alumnos ante algunas formas aparecen periódicamente. Ardi es oveja para la mayoría de los euskaldunes, pero también es como se conoce a la pulga en bizkaiera. En otras zonas, mientras, al insecto se le llama arkakuso, kakuso, kukuso o kuküso.
Txir-txirri, por su parte, la onomatopeya asociada al grillo, actúa también como nombre del animal en varios puntos de la geografía vasca. Erromako zubia o jainko faja son algunas de las denominaciones que recibe el arcoíris, lo que demuestra la influencia que tienen la religión y la mitología en lo que a las expresiones se refiere. “Es una pasada, la diferencia que hay entre las distintas palabras, yo sería incapaz de entender otros euskalkis”, admite sorprendida Amaia Larraun, que aprendió euskera en casa. “Conocía algunas palabras en bizkaiera porque hemos tenido una profesora que lo utilizaba, pero no he entendido absolutamente nada de las grabaciones que han puesto”, comenta.
En el grupo, destaca la presencia dominante de alumnos que solo conocen el batua. También hay algunos pocos que conocieron el bizkaiera de pequeños a través de sus padres. Uxue Aurrekoetxea, sin embargo, partía con algo de ventaja, dado que desde su nacimiento se ha nutrido en casa de dos variedades diferentes del euskera: “Mi padre es de Lekeitio y mi madre, de Gipuzkoa. Tengo un poco de mezcla, así que conocía muchas palabras de las que han salido”.
Se trata de un ingente material que, sin embargo, solo la perspectiva de quienes vivieron la escasez de otros tiempos permite calibrarlo en su justa medida. El volumen de documentación didáctica disponible para muchas generaciones anteriores a los estudiantes de Primero de Bachillerato de El Carmen fue sensiblemente menor. Es el caso de su profesora, Itziar Rodilla. “Fíjate que nosotros empezamos con cuentos de Pernando Amezketarra. No teníamos libros y redactábamos los nuestros propios. De eso a todo el material que hay ahora significa que ha habido mucho progreso”, rememora mientras apunta con el dedo a uno de los paneles que se encuentran en el interior del recinto.
Teniendo en cuenta las facilidades existentes en la actualidad, ceder el testigo de la responsabilidad de perpetuar la lengua se torna transcendental para Rodilla: “Este tipo de eventos aportan muchísimo. A los profesores, nos entusiasma el hecho de dar a conocer el euskera, fomentarlo, valorar la lengua. Es como acercar a los alumnos afectivamente al euskera. Es algo que tenemos que dejar a nuestros hijos y nietos, así que tratamos de llevar a nuestros alumnos a este tipo de eventos”, explica. El reciente triunfo de una alumna de otro curso en el concurso de cuentos en euskera Mikoleta que organiza el Ayuntamiento de Bilbao reafirma los esfuerzos que realiza el centro educativo para emparentar a sus alumnos con el idioma. Todo con el objetivo de que los jóvenes protejan con recelo ese tesoro llamado euskera.