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Juan Manuel Lumbreras: “Quiero emprender una cruzada que se llame ‘Salvar el arte”

La ‘vida salvaje’ en Begoña y el refinamiento del arte, una pasión que le vino de cuna dibujan el retrato de Juan Manuel, un hombre que parece nacido del Greco

Juan Manuel Lumbreras: “Quiero emprender una cruzada que se llame ‘Salvar el arte”

Bilbao- “Me gustaría que esta historia comenzase con un clásico, la vieja frase que dice que para ser un buen bilbaino hay que haber nacido en Begoña y ser socio del Athletic...” La petición del galerista Juan Manuel Lumbreras, amante del arte, es irreprochable. Oyéndole, uno diría que no le hacía falta frotar la lámpara maravillosa de Aladino para que ese deseo, tan sencillo, se cumpliese. Uno diría que una voz interior le dictó un undécimo mandamiento casi al nacer: amarás a Begoña por encima de todas las cosas.

Un hombre lleno de vida, como tiene que ser, decía de Unamuno ¿No estamos más mecanizados que en aquellos años?

-Vamos un poco robotizados, sí, casi a la carrera. Y eso que vivimos una vida no tan agitada como la de hace treinta, cuarenta, cincuenta años, donde había más desafíos.

¿Cuáles?

-A los de mi generación, y tal vez una o dos por delante y otra más por detrás, nos tocó construir un país de la nada. Veníamos de una guerra con muertos, encarcelados y exiliados de vuelta. Era una tarea de valientes y no sé si en la sociedad actual tendríamos huevos para hacerlo hoy en día. Trabajábamos lo indecible.

¿Cómo lo resistieron?

-Con la satisfacción de las tareas bien hechas y de ver que lo que uno hacía bien daba sus frutos. Eso era evidente: pasamos del chabolismo a la vivienda y del isocarro al coche. Mi padre lo decía siempre: el día que dejemos el isocarro habrá entrado el progreso.

La juventud de hoy...

-Nuestros hijos han crecido en una situación económica incomparable. Hay muchos más medios y hoy la gente no se parte el pecho, ni hablar. se nota que aquí somos más dinámicos que en otros sitios, pero ni punto de comparación con aquellos días.

¿Qué motores les movían?

-Había mucha urgencia y lo importante se iba haciendo casi sin querer, sin darte cuenta. Ahora hay planificación, planes estratégicos. Todo parece una ciencia.

¿Y en aquel entonces...?

-Hacías todo lo que se podía hacer y ahora solo se hace lo que hay que hacer. La cena del sábado a la noche con la cuadrilla te sabía a teta de novicia porque para el resto del fin de semana te habías llevado trabajo a casa.

Y en ese mundo estajanovista, nació su pasión por el arte. ¿La llegada del Guggenheim a Bilbao espolvoreó esa pasión por la ciudad?

-El arte contemporáneo sigue siendo minoritario. ¿Espolvorearlo...? Mire, hoy vivimos el 50 aniversario de la Escuela Vasca de Arte de donde nacieron grupos como Gaur, Hemen y Orain. El Guggenheim tuvo mucha oposición económica al principio, recordará. Vivíamos la reconversión industrial y trajo consigo un increíble fenómeno económico.

¿Y al margen de ese fenómeno...?

-De cara al arte jugó un papel importante con la gente: la educó sobre otras formas y estilos. La sociedad se ha vuelto más respetuosa y ya nadie te dice “qué mierda es ésa”.

¿Comenzamos a comprenderlo?

-Comprenda usted que hay gente que aborrece a Picasso, tal vez el artista más grande de la Historia del Arte. En el Renacimiento o en el Barroco hubiese sido Dios, Y todavía hay gente que dice que ha hecho un daño tremendo al arte.

Ese rechazo nace del...

-Desconocimiento y la ignorancia.

Entenderá que hay obras contemporáneas que, me va a perdonar...

-No, no. El arte está regido por el gusto, la moda y las malas compañías que te envenenan. Y el gusto se educa y evoluciona al compás de la formación, como la cocina.

Explíquese.

-A la gente le gusta el arte figurativo. Y el hiperrealismo son, por ejemplo, las alubias rojas. Si has vivido en la aldea te van a gustar siempre.

Pero...

-Un día pruebas el primer trago de cerveza o la primera ostra y vomitas. Lo tienes que digerir, requiere una formación de tu gusto. Tienes que probar mucho al igual que en el arte tienes que ver mucho.

De acuerdo, ya me gustan las ostras...

-Ahora miras hacia la nueva cocina. Ya no es solo el gusto. Es el sorbete, la nosequé que te provoca sensaciones, activar los cinco sentidos. Y empiezas a buscar ese tipo de sorpresas. Una evolución más, ¿lo ve?

Bajemos a la tierra. El niño Juan Manuel no pensaba en estas cosas, supongo

-En casa siempre se ha respirado un aire intelectual pero también robaba manzanas -incluso a mi mismo-, disfrutaba con la cuadrilla, iba al monte. Pero al tiempo que la poesía, el teatro, el dibujo... En casa había una biblioteca enorme y pese a que éramos nueve hermanos y no sobraba, a mi padre le decías “he visto un libro que...” y te interrumpía sin querer saber más: ¿cuanto? No escatimaba en eso.

¿Hoy en día la formación no es la misma?

-Está muy mal orientada. Venga a resolver problemas, ecuaciones, derivadas, integrales... Todo eso lo resuelve la tecnología. La educación debiera regirse bajo el criterio de enseñar a plantearse bien las cosas antes que a resolver problemas. Otro problema es que la gente no lee.

Predica devoción por la ‘Amatxu’ de Begoña en un tiempo menos espiritual que los de antaño.

-A la fuerza ha de serlo. La religión católica ha dado la espalda a lo que predica y está llena de corrupción, probablemente porque es humana.

¿Corrupción, ha dicho...? ¿Qué fe política predica usted?

-Comulgo con los liberales bilbainos del siglo XIX, hombre ilustrados, tolerantes y progresistas; hombres que sabían coger lo mejor de cada idea, de cada partido.

¿Qué vocación se le quedó en el camino?

-Quizás me hubiese gustado ser arquitecto, pero yo tuve la desgracia de no tener un tío en Madrid o en Barcelona, donde se estudiaba la carrera. Éramos nueve hermanos y mi padre decidió que estudiásemos en Bilbao, aunque luego se dio la paradoja de que pagó los estudios en La Comercial de Deusto.

¿A qué teme Juan Manuel?

-Mi padre decía que en el diccionario de los Lumbreras no cabe la palabra miedo. Tenía sentencias así, como cuando decía que prefería que uno fuese malo que tonto porque lo primero se corrige.

¿Ni siquiera recela del futuro del arte contemporáneo?

-Es verdad que no hemos sabido transmitir el amor al arte al campo de las nuevas tecnologías. Esa pérdida la considero casi irrecuperable. De todas formas, quiero hablar con los gestores culturales que nos rodean porque deseo emprender una cruzada que se llame Salvar al arte.