aMA, ¿qué es eso?”, preguntaba ayer Naia mientras cruzaba la entrada del funicular. Y claro, cómo resumir cien años de historia en una sola frase. “Es como un tren, laztana”. Y no había discusión posible. Esa breve descripción fue más que suficiente para que Naia urgiera a su ama a subirse a la cabina. Otros en cambio tenían la lección más aprendida, aunque también apremiaban para coger sitio. Todo ellos participaron en el comienzo de la celebración del centenario del funi, la hipotenusa de estela roja más querida de la villa.
Como a un amigo al que conocemos hace mucho, el tren inclinado hace tiempo que paso a ser simplemente el funi. Y es que cien años de transporte calan en la idiosincracia de una ciudad y sus vecinos. Por eso, quizás, nadie quiso perderse el comienzo de un cumpleaños tan especial. La lluvia, otro gran emblema de Bilbao, no tardó en intentar hacerle la competencia a la cabina, que actúa como conexión entre la ciudad y Artxanda desde el 7 de octubre de 1915. Aunque durante unas horas, Castaños parecía haber vuelto a ese día. Todos los que se animaron a participar en la fiesta quisieron escenificar en su totalidad esa jornada. Las faldas de arrantzale se movían al son de txistu y tambor, mientras que la txapela, tan práctica como elegante, salvó a más de uno del clásico sirimiri de la villa.
La música fue uno de los ingredientes más importantes de una kalejira que comenzó a las 11.00 horas en la plaza del Funicular. Por Castaños y Uribarri pasearon y bailaron los dantzaris y la fanfarria de Salbatzaile Dantza Taldea, y a falta de que el mismísimo funicular les acompañara en procesión, una réplica original encabezó la marcha hasta la plaza de Uribarri. De fiesta en fiesta, y tiro porque me toca. Al aniversario del transporte se le unieron los vecinos de Uribarri que durante este fin de semana han disfrutado de las fiestas de su barrio. Dos horas tardaron en volver al punto de partida, donde ante la atenta mirada de todos los que paseaban por los alrededores de la plaza, consiguieron congregarse frente a la estación.
Pero sin duda, el agurra resultó ser el momento estrella de la jornada. Gran parte de los asistentes no quisieron perder la oportunidad de inmortalizar con sus cámaras cómo varias personas rendían homenaje al funi con este baile tradicional. Minutos más tarde, los asistentes se miraban con incredulidad al llegar a Artxanda. “¡Qué corto ha sido el viaje!”, exclamaba alguno. Quizás el ánimo y las ganas de fiesta de sus pasajeros tuvo algo que ver en el hecho. Una vez arriba, y habiendo inmortalizado el momento, la kalejira se fusionó con el poteo habitual de los domingos y todos los participantes comenzaron la marcha en el restaurante Txakoli. Como en un buen cumpleaños, la comida paso a ser en el protagonista indiscutible. Bandejas de rabas, copas de vino y pasteles desaparecieron en cuestión de segundos entre aquellos que ya miraban el reloj para comer.
tres generaciones Las familias fueron, en su gran mayoría, el perfil más repetido durante el día de ayer. Padres, hijos, aitites y amamas pasearon por un Artxanda que ya coge un tinte otoñal. El funicular era ayer un nuevo descubrimiento para los más pequeños, y algo habitual para aquellos que desde hace años entienden la importancia de su presencia en Castaños. De eso mismo se encargó Isabel cuando nacieron sus nietos. Esta vecina de Uribarri no conoce su vida sin el funicular. Aunque no tarda en recordar ese breve parón de siete años en el que la villa no pudo hacer uso del transporte debido a un desgraciado accidente sin víctimas. “He vivido todas las fases del funicular”, acaba admitiendo. Mientras pasea con sus tres nietos no puede evitar rememorar las mañanas en las que, años atrás, subía con sus padres a comer tortilla de patata. Hay costumbres que nunca pasan de moda. Otras en cambio evolucionan con el paso de los años. Para Isabel, Artxanda ha pasado de ser el “pulmón de Bilbao” a convertirse en una zona dedicada a la hostelería. “Aunque sigue siendo un lugar que tiene de todo. Puedes pasear, tomarte algo y jugar con los niños. Es de lo más bonito”, añade la bilbaina.
Durante la mañana de ayer, la vida pasó a medirse por años del transporte. “Yo tengo 50, así que he vivido media existencia del funicular”, contaba Bego. Más adelante paseaba Luisa. Ella y sus amigas no dudaron en animarse a acudir con los trajes de baserritarra, aunque siempre con el paraguas colgado del brazo. No resulta extraño que estas cuatro vecinas acudan juntas a Artxanda. “A nosotras nos ha unido el funicular”, contaba Miren.
El de ayer sólo fue el comienzo de casi tres semanas de actos. El miércoles próximo, día en el que se realizó el primer viaje cien años atrás, varios representantes del Ayuntamiento e Bilbao realizará el mismo viaje a la misma hora tras homenajear a los trabajadores del transporte con un aurresku oficial. Además desde ayer hasta el 16 de octubre la estación de Artxanda acogerá una exposición de fotos y carteles. La celebración también contará con un concurso de fotografía y una pista de patinaje el próximo día 22. Al fin y al cabo, no se cumple cien años todos los días. .