Bilbao

NACIÓ junto a la estación de Deusto, en la casa familiar Elejalderan-Echea, a escasos metros de la iglesia de San Pedro. Una circunstancia que igual pudo marcar su vida porque a los 26 años se ordenó sacerdote. Ignacio Villota Elejalde se crió en el Deusto de la postguerra, "cuando era un pueblo en el que nos conocíamos todos". Jugó al fútbol y a pelota mano en el frontón de la plaza San Pedro y pasaba las tardes con los amigos en el "pretil de Ortuondo" o bien disputando interminables competiciones de goitibeheras, canicas o iturris. Ahora, que está a punto de cumplir los 77 años, ha querido plasmar en un libro todos esas vivencias de infancia y mocedad. No es el primero que escribe sobre su querido Deusto, pero este es el que "más cariño y satisfacción" le ha proporcionado porque habla "del mundo de los afectos". Se titula Recuerdos del Deusto de mi niñez y será presentado esta semana en Bilbao. Y como Ignacio, además de ser un reputado profesor e historiador, es todo corazón, ha decidido destinar a Gorabide los beneficios de la venta del libro. Un libro que merece la pena ser leído por los tomateros y no tomateros. Ilustrado con entrañables fotografías antiguas, es una auténtica biografía de los personajes y familias de uno de los barrios con más carisma de la capital vizcaina.

Ignacio vino a este mundo en 1935, "en la misma habitación donde actualmente vivo", especifica. Lo mismo que sus ocho hermanos. Todos nacieron en la casa que edificó su abuelo materno en 1903. Con cuatro años entró en las aulas de las escuelas municipales de Deusto, conocidas entones como las Escuelas del Batzoki. Dos años después siguió la senda de su padre, hermanos y tíos en el Colegio Santiago Apóstol, donde acabó el Bachiller. En un principio se decantó por la Medicina, pero no llegó a hacer más que dos cursos en Salamanca. La "llamada del Señor" le hizo cambiar de facultad. Se pasó a la Pontificia. Allí se licenció en Teología y en 1961 se ordenó sacerdote. Su primer destino fue Valladolid. En la ciudad del Pisuerga se matriculó en Historia. "En buena hora tuve aquel ataque compulsivo", reconoce Ignacio. Sí, porque su vida profesional ha girado en torno a la Historia. Ha sido profesor de Historia durante muchos años, desde 1974, en la Escuela de Magisterio de Derio. Un centro que puso en marcha el Obispado y donde Ignacio llegó a ser director. "Las últimas actas de exámenes las firmé el año pasado, con 76 años", dice orgulloso. Así que su vida la ha repartido entre la docencia y el sacerdocio. "Como cura he ayudado en la iglesia de San Pedro, trabajando con grupos, sobre todo de adultos, pero nunca he sido párroco, como me ponían hace poco en un medio de comunicación", aclara. Ha trabajado en la iglesia que le vio nacer porque "la parroquia vertebró la vida de Deusto". "Fue vital para eliminar los odios de la guerra y de la República, que aquí fueron muy serios", señala. Eso lo descubrió Ignacio indagando en las actas de las Cooperativas de Consumo que tanto éxito tuvieron en Deusto. Pero esa es otra historia.

Libro La que le trae ahora a estas páginas es la historia de sus amigos, de sus vecinos, de los recuerdos de la niñez. "Como ya he publicado varios libros sobre la historia de Deusto, ahora me apetecía más escribir sobre el mundo de los afectos", señala. Así que en las casi trescientas páginas del libro aparecen cientos y cientos de personas y personajes del barrio bilbaino que tanto quiere. "Tengo una gran memoria", señala, "pero también me han ayudado mucho los amigos y amigas del grupo La Moncloa, una serie de personas que nos reuníamos a charlar en la plaza San Pedro". De todas formas, el libro, tal y como desvela, también le ha servido para opinar sobre diferentes temas. "Entre col y col, meto mis cosas y hago mis reflexiones, por ejemplo, sobre el papel del Episcopado en la guerra o sobre la situación de las mujeres en la Iglesia", dice. Dejando al margen las reflexiones, lo que más le gusta recordar a Ignacio es esa niñez que vivió en los cuarenta. ¿Cómo fue esa niñez?, le preguntamos. "Pues muy bonita", contesta. Recuerda que Deusto en aquella época "era campo y huertas, y jugábamos mucho". Se divertían con los iturris, las canicas, el hinque o lo que hiciera falta. "Entonces no había play station", ironiza. "Así que por las mañanas jugábamos a pelota en el frontón y por las tardes nos íbamos a la presa de Sangroniz, en Sondika, aunque a nosotros no nos solían dejar ir", recuerda. Por eso, se quedaban en las huertas donde se cultivaban los famosos tomates de Deusto. "Es una idealización", se apresura a decir. Y aclara: "Es verdad que había muchas huertas, pero lo importante no era la cantidad sino la calidad porque en su día hubo familias como los Rementería que estudiaron en París y trajeron una semilla de tomate que luego venían de muchos puntos de Euskadi a comprarla".

A pesar de todos esos recuerdos, Ignacio no tiene nostalgia. "Lo recuerdo con agrado, pero no tengo pena", dice. Lo que no le gusta es que Deusto hoy en día es "como cualquier barrio de una gran ciudad". "No hay comunicación, aquí cada uno va a su bola", sentencia. Pero Ignacio no va a su bola. Intenta mantener viva la llama de la solidaridad que cultivó en los locales parroquiales de San Pedro. Por eso donará toda la recaudación del libro a Gorabide. "Los chicos y chicas con síndrome de Down siempre me han suscitado mucha ternura", dice. De hecho, hizo mucha amistad con Maria Carmen y Fideltxu, a los que hace una mención en el libro. Ahora que está jubilado reparte su tiempo entre el Corpus, Radio Popular y las obras de Abandoibarra.