Bilbao. El parque de atracciones de Artxanda cerró sus puertas en el año 1990, pero su huella sigue vigente en la actualidad. Es uno de los elementos arquitectónicos más característicos de Bizkaia, actualmente en ruinas. Eso es lo que Saioa Olmo y Garikoitz Fraga quieren destacar en Vuelven las atracciones, un libro impulsado por la editorial Consonni, que muestra con diversos textos e imágenes la historia del parque tras su cierre, tomando como referencia las visitas guiadas que se realizaron en 2007.
¿Cómo surgió la idea de realizar unas visitas guiadas por el parque?
La idea surgió en base al proyecto Luna Park que dirigió Franck Larcade y que consistía en invitar a artistas. Tras ello, nosotros decidimos organizar estas visitas guiadas por el parque. Quien lo visitó cuando estaba en activo tenía curiosidad por verlo y quien no lo conoció quería conocerlo y ver su estado.
Algo que difícilmente podrá repetirse. ¿A qué sector de gente atrajo más esta idea?
Fue algo excepcional que pudiésemos organizar estas visitas. La gente que más se interesó fue, sobre todo, personas que ya habían estado anteriormente en el parque. Despertó una gran curiosidad porque su estado era desconocido para muchos.
¿Qué objetivos perseguían con las visitas que han dado origen a este libro?
Queríamos reivindicar la ruina contemporánea como elemento de arte, exhibición y diversión. Para nosotros era muy importante reflejar que el parque de atracciones es un edificio típico de la época en la que se construyó, en la que se quiso trasladar y vender el ocio al público en general.
En el libro se incluyen 25 imágenes tomadas por los visitantes. ¿Por qué razón decidieron publicar esas fotografías?
Nos parecía bonito que, a través de la mirada de los visitantes, otros pudiesen ver el parque de atracciones. No buscábamos una fotografía preciosista, sino imágenes que recopilasen los lugares que más habían impactado a la gente.
¿Qué es lo más positivo que saca usted como coautora de este libro?
Permite mirar el parque como una alternativa y conocer los atractivos de una instalación que permanece en ruinas. Este libro logra dar una mirada nueva a partir de las imágenes y los textos que lo forman.
¿Cuáles eran los puntos centrales de aquellas visitas y que ahora se reflejan en Vuelven las atracciones
A lo que más protagonismo dábamos era a la ruta que les hacíamos por diez atracciones que fueron vendidas y de la que quedaban solo las ruinas.
¿Qué era lo que más les llamaba la atención a los visitantes?
Por un lado, les llamaba mucho la atención el tigre, el oso y el león disecado del minizoo. Mucha gente se sorprendía de que aún siguiesen allí. Por otro lado, también les atraía mucho lo que llamábamos La selva interior, que estaba situada en el restaurante, donde con el tiempo, por la humedad, creció vegetación. Para el final de la visita quedaban las oficinas a la que llamamos La Torre de los Recuerdos, donde los visitantes podían ver fichas y papeles que quedaron allí.
De realizarse ahora las visitas, pasados cuatro años, ¿cree que se percibirían de una forma diferente por el momento de crisis que vivimos actualmente?
Si se hiciesen ahora estas visitas, seguro que habría cosas y reacciones diferentes por el momento económico que vivimos. Nosotros ya pensamos en su momento qué ocurriría en casos de crisis con otras infraestructuras, aunque seguro que cada edificio tendría su propia historia.
¿Cuáles fueron los principales motivos que provocaron el cierre del parque?
El parque nunca llegó a cumplir sus expectativas de tener un millón de visitantes anuales; nunca pasó de los 400.000.
La crisis de finales de los ochenta y finales de los noventa algo tendría que ver...
La crisis fue uno de los detonantes de su cierre, pero también influyeron otros factores como la adversidad de la climatología en la zona o los complicados accesos al parque.
En el libro se habla de que en el restaurante "había comidas listas para servirse". ¿Quiere decir eso que el cierre del parque se hizo de forma precipitada?
No, lo que ocurre es que pasó tiempo desde que el edificio decidió cerrar hasta que se puso un guarda de seguridad para vigilar la instalación. En ese tiempo, el parque de atracciones pudo ser utilizado por mucha gente.
Este hecho también cargaba de mística las visitas.
Sí, eso era algo atractivo para nosotros: si no sabíamos partes de la historia a ciencia cierta, ahí entraba la parte de ficción que les contábamos a los visitantes.