Bilbao

RECUERDA como si fuera ayer el nombre de la primera película que vio en los Capitol -tras su transformación en cuatro salas-. Hook, el capitán Garfío. Corría 1992, "o por ahí", dice, cámara en mano. Se lama Javier, es de Barakaldo, acudió a la inauguración de los cines de la calle Villaría y no ha querido perderse tampoco la última película. "Todavía me acuerdo de las colas que se formaban para entrar", recuerda. "Era uno de los mejores cines de la ciudad, Parque Jurásico, Titanic...". Entonces... clic, inmortaliza las carteleras en una imagen para mantenerlo siempre vivo en el recuerdo.

Nada anuncia en la calle que es su última función. La última vez que abren sus puertas al público. La última vez que venden entradas. La última vez que recibe clientes. La última vez que prepara palomitas. La última vez... Sin embargo, los que pasan a su lado saben que lo es. Miran la fachada con un aire de nostalgia. No necesitan que se anuncie. Se sabe. Por eso, muchos bilbainos se acercaron ayer hasta su cartelera para rendir a los Capitol, "unos cines de toda la vida", su particular homenaje, ver su última película. Las luces se apagan. Comienza la función.

Despedidas Todos conocen el final de esta historia; es un fin anunciado a los cuatro vientos. Además, no habrá segunda parte. El local que ocupan los cines ya tiene destinado otro fin. "Se va a echar en falta; ¡La primera vez que fui a ver una película al cine fue aquí! ¡Qué recuerdos! Me da mucha pena que lo cierren, por eso no he querido faltar hoy, aunque las películas de la cartelera no es que me llamen mucho la atención, pero quiero despedirme", comenta Patricia, mientras espera a que le permitan pasar a acomodarse en su asiento.

"Han estado aquí toda la vida y ahora...", se lamenta Ane. Ha venido desde Basauri con su chico para ver No tengas miedo. Aunque la película es lo de menos. "Queríamos despedirnos del cine, estar dentro una vez más para tener más vivo su recuerdo", explica la joven.

La cola para disfrutar de la oferta cinematográfica no parece más apabullante de lo normal. Sin embargo, en ella se detecta el primer síntoma de que el de ayer no era un día más en la historia de estos cines. Cámaras de fotos -de todos los tipos y tamaños- y móviles disparaban fotografías sin parar. Junto a la taquilla, en la puerta, bajo la cartelera... "Tenemos que inmortalizar este momento", indica Iñigo, al tiempo que revisa que su amigo haya sacado bien la instantánea.

Era un día para el recuerdo. Por eso, muchos de los espectadores que se pasaron durante toda la tarde por el cine guardarán como un tesoro algo más, la entrada. Su última entrada. "Quién sabe, quizá dentro de unos años esto valga hasta dinero", bromeaba Iñigo.

Begoña, Javier, Roberto y Violeta harán lo mismo con la suya. "Es que además de cinéfilos, somos coleccionistas", aseguran. "¡Yo hasta tengo alguna entrada del cine Vistarama!", se sincera Begoña, dejando al resto del grupo boquiabierto. "Es que hemos visto cerrar ya muchos cines en Bilbao...", se lamentan, esperando a que la película de comienzo.

Sin sesión de noche Son las 20.30 horas. Ayer no hubo sesión de noche. Otra pequeña señal de que no era un día como los demás. Thor, dios del trueno, aparece en la pantalla repartiendo leña con su martillo. Se hace el silencio. La cuatro salas del cine con más solera de la villa dan lo mejor de sí. Es su último día de trabajo. No volverán a ser espectadoras de la reacción del público ante ellas.

Mientras las películas evaden al público, haciéndoles olvidar por unas horas que pasarán a la historia por ser los últimos espectadores de los Capitol, las despedidas se repiten a uno y otro lado del local. Los trabajadores son la otra cara de de esta película que hoy les brinda un nuevo camino; una aventura lejos de los estrenos, de las butacas y las palomitas que en más de una ocasión, seguro que abrían su apetito.

La última plantilla del Capitol espera con paciencia, apenada, a que las proyecciones concluyan. Cuando el cine quede vacío, lo contemplan por última vez en todo su esplendor. Aún con el olor a palomitas rondando por las salas, comienzan el ritual de cierre. Su último cierre. Todo debe quedar perfecto. Después de 50 años, no se merece otra cosa.