Bilbao

Nadie diría que, en el número dos de la calle Marzana, una puerta metálica encierra parte de la historia de Bilbao. Es la galería de la mina San Luis que conduce bajo tierra hasta Miribilla, donde ahora más de 3.000 viviendas se asientan sobre el pasado minero de la ciudad. Emiliano Valdizán, el último minero que se jubiló en esta mina hace ya quince años, recuerda con cierta nostalgia las vagonetas circulando por estas galerías hasta el cargadero en el que aún quedan resquicios de la plataforma donde la gabarra llegaba por la ría y cargaba el mineral. Hace unos meses, un desprendimiento en la calle Olano sepultó parte del recorrido original; aun así, la galería sigue siendo un testigo de la historia reciente de Bilbao. En su interior no se extrae carbonato, ni bajan vagonetas, pero ha sido escenario de una película, documentales, programas de radio... Siempre de la mano de Emiliano Valdizán. Oculta entre un restaurante, discotecas y patios antiguos, esta caverna bien parece un gruta secreta de la ciudad.

Hace dos años el Ayuntamiento se planteó crear un museo o una zona expositiva en este túnel. En principio no parecía complicado. Así, se encargó un estudio geotécnico para conocer la seguridad que ofrecían las galerías. Las conclusiones desaconsejaron su apertura al público ante la posibilidad de que se produjeran desprendimientos. La mina perdió la esperanza de volver a tener una actividad. También Emiliano Valdizán vio cómo se esfumaban sus posibilidades de ser un guía cualificado en la materia. Su relación con la mina sigue existiendo a pesar de estar jubilado porque la caverna suscita interés incluso cerrada y él se encarga de ilustrar sobre lo que se vivió en esta gruta bajo tierra, no sin cierta nostalgia.

A cinco metros bajo tierra La puerta de entrada está pegada al restaurante Mina, que tomó el nombre y otros matices por su proximidad con la caverna. Pero los que no conocen la historia de la ciudad nunca imaginarían que una simple puerta de metal esconde un camino subterráneo hasta el horno de Miribilla. Puede parecer una lonja, una bodega a pie de ría, pero no la entrada a una mina. "Durante mucho tiempo la puerta era de madera pero con la humedad se fue pudriendo y los indigentes aprovechaban para colarse en su interior. Estaban al resguardo de la intemperie pero era peligroso", explica Javier Rojo, director de la oficina para la rehabilitación de Bilbao La Vieja y amo de llaves de esta particular estancia.

Dentro de la mina no hace frío, ni se siente la lluvia, ni se ve la luz. Se pierde la noción del tiempo y el espacio. San Luis sólo está a unos 5 metros bajo tierra pero impresiona lo suficiente como para hacerse una idea de la historia reciente que han vivido los mineros chilenos y el duro trabajo de todos los mineros, en general.

A ciegas, es difícil calcular el camino andado para quien no es su hábitat natural. En cambio, Emiliano, a sus 77 años, se desplaza ligero entre el camino fangoso y avanza en la oscuridad para explicar al amparo de una linterna los minerales y otras curiosidades de la caverna. Reconociendo todo lo que queda de aquella historia minera. La galería, con cierto aire rojizo, "tiene unos 250 metros de longitud que llegan hasta la plaza Saralegui y se bifurca en otro brazo que llega a San Francisco", ilustra.

La cavidad tiene una altura de casi tres metros y prácticamente otro dos o tres de ancho, un espacio digno a pesar de lo cual se puede sentir sensación de ahogo cuando la linterna se encapricha en apagarse. Emiliano Valdizán recuerda con cierto orgullo que de esta galería salía el carbonato para Sopuerta y también para las funciones de Ensidesa y Altos Hornos.

Recita la historia de la mina casi de forma didáctica, reparando en las anécdotas y las cosas que a él le parecen más llamativas. Y es que se podría decir que si el pasado de Emiliano estuvo ligado a la mina también actualmente sigue en contacto con la galería ya cerrada.

Aún quedan sillas y algunos restos de la película que se rodó hace poco más de un año en su interior. "No se ha estrenado todavía o al menos no nos han avisado", comenta Javier Rojo. "Es una pena que la mina no se haya podido recuperar para el público", se lamenta.

Sin embargo, en su interior siguen grabándose, de vez en cuando, documentales, programas de radio y de televisión. Aún queda, como testigo de lo que fue esta gruta, una antigua vagoneta y el tiempo ha ido creando estalactitas en sus paredes, que le confieren un aire más siniestro. Seguramente fue también uno de los motivos que inspiraron al director de cine Tinieblas González a grabar en su interior escenas de la película Almas sin dueño.

Un manantial de agua recorre la galería y se conservan las tuberías pero ya no es posible llegar hasta el final de lo que ahora parece más una gruta secreta: el último derrumbe en la calle Olano ha taponado parte del recorrido. Aun así, la gruta no ha perdido interés.

El último minero Emiliano repara en las sillas y algunas botellas que han quedado de los días de rodaje, casi contrariado. El fue el último minero de San Luis. Los últimos años hacía las veces de vigilante así que decidió jubilarse. En su tiempo de esplendor llegaron a trabajar hasta 80 personas en dos relevos pero llegó un momento en que los propietarios de la mina, que pertenecía a BBK y la familia inglesa Levington, vieron que era más rentable destinar estos terrenos a viviendas que seguir con la extracción de mineral. La explotación era a cielo abierto, "Balzola quiso hacerla en su interior pero era muy costoso", explica. Miribilla era terreno minero. Aquí estaban también la Abandonada, Malaespera y La Julia. Por suerte, Emiliano sólo fue testigo de un desgraciado accidente en el que uno de los mineros no llegó a salir de la gruta.

Fueron años duros por el trabajo y por su situación personal. Nació en Cantabria pero con solo 24 años llegó a Bilbao para buscarse la vida. Se casó y, cuando sus dos hijos eran pequeños, su mujer falleció. "Así que tenía que ocuparme de la familia cuando llegaba de la mina. Eran tiempos muy difíciles pero pude sacarlos adelante". Trabajó durante 37 años en la mina, se jubiló hace quince y ahora, desde su piso en Miribilla, se asoma al balcón y puede divisar el pasado minero convertido en urbanización.