INCLUSO el escenario, el distinguido y abovedado salón principal del selecto hotel Carlton, encaja en la idea preconcebida, el prejuicio, con que el periodista acude a la cita, concertada a ciegas. Poco importa. Su porte delata al conde de Bilbao, que cruza las piernas con la suficiente sofisticación para no perder ni el ademán ni el equilibrio cada vez que se reclina sobre su codo izquierdo y hojea un ejemplar de periódico sin mucha atención y sin excesivo entusiasmo. Pero es éste, el del diario, el único aspecto que escapa del convencionalismo, pues no se trata de la cabecera madrileña históricamente arrimada a la jefatura del Estado español (antes a la dictadura, ahora a la monarquía), sino de un periódico de la competencia, eso sí, también madrileño. No en vano, en Madrid nació su padre (Francisco Javier Castillo y Salazar, cuarto conde de Bilbao), en Madrid nació él y en Madrid reside aún (a caballo con Francia). Todo lo demás se ajusta como un guante quirúrgico al estereotipo que vincula nobleza con elegancia: pelo cano en ordenada y engominada retirada, barba recién afeitada sobre cutis muy bien conservado a sus 67 años, gafas de montura de diseño, chaqueta de paño, pantalón de pana, camisa azul inglesa, zapatos cuya brillantez compite con la de las inmensas lámparas que coronan la estancia y un sutil toque de distinción en forma de tirantes.
Ignacio y María Castillo y Allende es conde de Bilbao pese a que muy pocos en la villa lo saben, ni siquiera algunos de los más altos representantes de la villa y del Territorio Histórico. Su anonimato se explica, principalmente, por su desarrolladísimo instinto de protección, por el celo extraordinario con que preserva su intimidad y su propia imagen. Esta obsesión explica el hecho de que sus primeras palabras, despachado ya el protocolario apretón de manos, vayan dirigidas al fotógrafo. "Lo siento, no seré fotografiado bajo ningún concepto", sentencia, y la gravedad de su voz y la solemnidad de su discurso dejan claro que la negativa es innegociable. "Nunca ha sido publicada en prensa una imagen mía, y nunca se publicará con mi consentimiento", se excusa, y con la misma exquisita educación declina todas y cada una (y son unas cuantas) de las sugerencias del fotógrafo, incluso una en la que sólo su mano derecha aparecería en el encuadre.
un título de 123 años Pese al desconocimiento general, el Condado de Bilbao tiene ya 123 años. Se lo concedió la regente María Cristina, el 4 de abril de 1887, al político y militar Ignacio María del Castillo, bisabuelo del actual conde, con motivo del Sitio de Bilbao, uno de los episodios más célebres de la Segunda Guerra Carlista, cuya finalización aún conmemoran los liberales bilbainos cada 2 de mayo. "Los carlistas necesitaban piezas de artillería e hicieron un pedido a la casa alemana Krupp", relata el conde. "Y para poder pagar al contado, como les exigían, recurrieron a tres bancos londinenses. Éstos, de acuerdo con su Gobierno, condicionaron el crédito a la concesión de los derechos de explotación minera en Somorrostro. "Pero para poder sacar el mineral necesitamos controlar Bilbao", exigieron a los carlistas, y éstos sometieron la ciudad a asedio con un empeño tremendo. Mi bisabuelo, nacido en México e hijo del gobernador de Veracruz, fue el comandante militar de Bilbao durante aquel asedio. Antes había sido ministro de guerra. En gratitud por los servicios prestados, le ofrecieron el Ducado de Bilbao, pero él prefirió el Condado, porque le parecía más antiguo y porque llevaba aparejada la condición de Grandeza de España, algo de lo que sólo podemos presumir 200 de los 2.600 nobles del país". Ignacio y María Castillo y Allende es el quinto conde que ha tenido Bilbao.
cien por cien bilbaino Que haya nacido, crecido y prosperado en Madrid, donde estudió Económicas y durante años trabajó en un puesto de alta responsabilidad en "una entidad financiera bilbaina de cuatro letras" (el BBVA, se supone, pues no lo confirma), que visite la villa de forma muy esporádica o que no conozca el nombre del presidente del Athletic ni en qué consiste el Chimbito no quiere decir que el conde no se sienta bilbaino. Esboza incluso un gesto de fastidio, de orgullo herido, cuando le trasladan la cuestión. "Imagínate si soy bilbaino que podría explicar la historia de mi familia a partir de las calles de Bilbao", proclama, y su afirmación nada tiene de jactanciosa. En verdad, trepar por su árbol genealógico viene a ser lo mismo que callejear por la villa. "El otro militar conocido en Bilbao durante las guerras carlistas fue Salazar, que era también mi bisabuelo y que tiene una calle muy cerca de la plaza de toros. Una de mis abuelas, la madre de mi padre, nació en Deusto. Su casa, Salazar de Munatones, se quemó en el periodo de entreguerras, y mi bisabuelo se lo vendió con enorme tristeza a la Compañía de Jesús: hoy, ese terreno alberga la Universidad de Deusto. El padre Aristegi, decano de Deusto los dos años que yo estudié allí, me decía: "Te recibo en ésta tu casa". Y sigue el conde. "¿La calle Máximo Aguirre? Abuelo mío. De los que hicieron la primera promoción de viviendas en Las Arenas, por eso había junto al Marítimo una casa llamada Casa Aguirre. ¿Alameda Mazarredo? Recuerda a José Mazarredo, ministro de Marina en la época de Jorge Juan y María Cristina, siglo XVII: mi cuarto abuelo era su hermano. ¿La calle Múgica y Butrón, junto al Campo Volantín? Mi trece abuelo". Y remata: "Mi madre, Allende, fue la primera bautizada en la iglesia de las Mercedes de Las Arenas. Mi bisabuelo Allende tuvo gran participación en la minería y en la construcción de viviendas en Indautxu".