Bilbao

El 6 de mayo de 2006 la sala de subastas Christie"s cerró una puja lengendaria: la venta de un violín Stradivarius llamado Hammer, cuyo precio se fijó en la suma récord de 3.544.000 dólares, la mayor fortuna jamás pagada por un instrumento musical. Nada se sabe del misterioso comprador, como tampoco se conoce uno de los ingredientes de la fórmula del barniz empleado por el genio de Cremona. Quizá hubiera un riachuelo cercano a su taller donde el luthier lavara sus herramientas, impregnándose en ella determinada sustancia orgánica o tal vez alguna resina de una especie endémica, nadie lo sabe. Antonio Stradivari ha pasado a la historia como el mejor luthier de todos los tiempos, una corona que se discute en el gremio.

Así, Javier Guraia, maestro luthier al frente de la escuela de lutheria de Bilbao junto con Unai Igartua, habla entre los contraluces necesarios para la elaboración de los instrumentos de arco. "Hubo gente como Guarneri, considerados segundones, cuyos violines hoy suenan como los ángeles". El candidato al trono fue conocido en Cremona como Guarneri del Gesù, en alusión al monograma de Cristo (IHS) con el que firmaba su obra. La historia se redondea con un hermoso contrapunto: el pianista Niccolo Paganini, acusado de haber vendido su alma al diablo, revalorizó la obra de este luthier tenido como secundario con el uso del violín apodado el cannone, por su potencia. Cristo y el diablo se dan la mano en esta historia.

Entrar en la escuela de lutheria de Bilbao sobrecoge, evoca un viaje al pasado. Fundada en 1987, desde sus orígenes ha enarbolado la defensa de la construcción artesanal de los instrumentos de arco, las mismas técnicas empleadas hace trescientos años. El violín es el instrumento rey. A él se le atribuyen las proporciones áureas, las mismas que al parecer posee la Quinta Sinfonía de Beethoven, la pirámide de Gizeh o el hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci. Los tiempos son otros, claro está y en lugar de crear el contraluz necesario para ver las impurezas de la madera o las imperfecciones del trabajo con velas, unos flexos recrean un mundo de luces espectrales. Bajo los focos, los aprendices se forman en un oficio "que requiere años de dedicación", según asegura Javier Guraia. Eligen las maderas que usarán. La sonoridad del pino abeto rojo alemán para la tapa, el arce rizado (acer pseudoplatanus) para el fondo y los arcos, el palo de brasil, el ébano o jacarandá para el diapasón y las clavijas... Frente a las teorías que defienden maderas de medio siglo de vida cuanto menos, el maestro asegura que "hay mucha leyenda sobre la antigüedad de la madera. Existen instrumentos fabulosos con maderas de cinco años de vida". Responde la voz de Unai Igartua para añadir que "la madera está viva. Si las condiciones de conservación son buenas y la madera evoluciona como debe, el violín envejece como el vino". Ambos comparten en que la madera tiene vida y que son las manos y el conocimiento del luthier las que deben prolongarla y conservarla en las mejores condiciones. Se diría que hablan del taller de Maese Geppetto, el carpintero que dio vida a Pinocho.

Todo un mundo de herramientas que la civilización de la tecnología arrinconó en los libros de historia cobran vida apasionada en el taller. Vuelan de mano en mano entre maestros y aprendices, como si se resistiesen a ser enjauladas. Conviven, eso sí, con los últimos adelantos tecnológicos de un laboratorio contiguo, que estudia la sonoridad de la madera. Es la concesión de los tiempos al siglo XXI. Pero allí, en el taller, no. Allí sólo hay serrín, virutas, madera, el banco de carpintero, formones, serruchos y sierras de costilla, cepillos de madera o galopa, fresas, limas, mesas y tacos de lijado; herramientas de sujeción como los sargentos o la morsa... Se diría que el atrezzo de la escuela de lutheria de Bilbao pasaporta al visitante a un mundo muy lejano en el tiempo, donde la alquimia era uno de los secretos mejor guardados, tanto para la composición de las colas como para los barnices.

Se cuenta que Stradivari usaba, entre otros ingredientes, la llamada sangre de dragón (un pequeño bote de esa sustancia gomosa y roja, obtenida del fruto de una palmera malaya que Marco Polo trajo del Oriente) saluda al visitante a la entrada del taller...), pero también se aplican capas de barniz goma laca aplicadas a muñequilla y mil y un ingredientes secretos. ¿Hay trucos ocultos, celos profesionales entre los constructores...? Javier Guraia, 25 años después de envenenarse con esta pasión, confiesa que "sólo ahora me atrevo a llamarme luthier. Es algo casi sagrado". Los alumnos que le escuchan asienten, ensimismados.

El programa de mano de la escuela es claro: la modalidad artesanal (hay otra, mecanizada, para txistus y su familia...) se dedica al aprendizaje de construcción y restauración de instrumentos de arco: violín, viola y violoncello. Los estudios se realizan durante tres cursos académicos, "aunque lo habitual es sumar cinco años, más otros dos de aprendizaje práctico en un taller", a cinco asignaturas por curso, que van desde las prácticas artesanales a los conocimientos musicales ("es provechoso que un luthier sepa tocar, aunque no sea imprescindible..."), acústica de la música, análisis y medidas e historia de la música. Durante este tiempo, cada alumno construye dos instrumentos de los cuales uno queda en el centro y el otro en manos del alumno.

¿Alcanza una profesión de siglos para ganarse la vida en estos días? "No es fácil", asegura Javier, quien se siente "un privilegiado. Lo idóneo es tener una cartera de clientes a dos años vista y trabajar sobre encargos". El mercado marca los precios: entre 5.000 y 6.000 euros por pieza, "aunque existe un mercado negro que trae violines de Hungría o los países bálticos a 500 euros. ¡Cualquiera sabe de qué condición, claro! La escuela de lutheria del Conservatorio de Bilbao fue fundada en el año 1986 por Jesús Alonso Moral, una vez finalizada en Suecia la tesis doctoral. Contó, desde el principio, con el apoyo incondicional del que en su día fue consejero de Educación, Guzmán Aranaga. Hoy está consolidada como un lugar de prestigio artesano.