"No entiendo a los jugadores extranjeros que llegan a una ciudad nueva y se pasan el día metidos en casa. ¡Hay tantas cosas preciosas por descubrir ahí fuera! A mí me encanta encontrar esas joyas y Bilbao tiene muchas. Y no hago más turismo porque tengo que reservar mis piernas para el baloncesto, eso es muy importante”. Keith Hornsby (30-I-1992, Williamsburg; Virginia), escolta tirador del Surne Bilbao Basket y magnífico conversador, está disfrutando del ecosistema personal y profesional que le proporciona una aventura como hombre negro que arrancó hace mes y medio. A sus 32 años considera la Liga Endesa “el mejor lugar en el que podría estar, por el baloncesto y por el estilo de vida”. “Me encanta el club, la gente, la ciudad, la competitividad de la liga… Ojalá pueda ayudar a conseguir muchas victorias y pueda seguir aquí”, explica, añadiendo que “conocer el barrio de Miribilla, pasear por Bilbao y conducir por las localidades de los alrededores está siendo fantástico”.

Hornsby ha conseguido convertir su pasión infantil en profesión. Recuerda entre carcajadas que siempre tuvo un talento especial para tirar a canasta: “Eso según mi padre, claro. Al parecer, cuando tenía tres años metí algo así como treinta bandejas seguidas en la canasta infantil que teníamos delante de casa, algo que no sé si sería capaz de repetir ahora. ¡Podemos decir que la cumbre de mi carrera fue a los tres años!”. En su trayectoria vital, las canastas han tenido la compañía de los Grammys, los premios musicales, tres, conquistados por su padre, Bruce Hornsby, pianista y músico de talla mundial, autor de temas archiconocidos como The Way It Is y con más de veinte discos publicados. “Entiendo que me pregunten tanto por él. Lo gracioso es que cuando era joven no era consciente de lo famoso que era. Mi vida con él era fantástica porque pude ir a conciertos, grandes eventos o estar de invitado junto a mi hermano en All Stars porque mi padre es un gran aficionado al baloncesto. ¡Pero es que cuando era joven a mí ni siquiera me gustaba su música! Empecé a disfrutarla con 17 o 18 años. Yo veía la música como el trabajo de mi padre, no me daba cuenta de lo especial que era. Ha compuesto temas de trascendencia universal. Ha tenido una gran carrera y sigue trabajando”, apunta.

“Es cierto que mi padre le ganó un uno contra uno a Allen Iverson, pero con algunos ‘peros’ a tener en cuenta”

Baloncesto y música iban de la mano en el hogar de los Hornsby. Russell, hermano gemelo de Keith –“es un minuto más joven que yo, por lo que soy el dominante de por vida; en ese minuto yo prosperé antes de que él llegara”– optó finalmente por el atletismo en la prestigiosa universidad de Oregon y ahora es actor, mientras que su progenitor mostraba también talento para el baloncesto, hasta el punto de llegar a ganarle un uno contra uno al gran Allen Iverson. “Esa historia es cierta, pero tiene un pero”, apunta Keith entre carcajadas: “Fue poco después de que Iverson estuviera en la cárcel (con 17 años, por una pelea multitudinaria con tintes raciales en una bolera). Mi padre se involucró en su liberación porque su condena era injusta. Nada más ser liberado, se celebró un evento en un gimnasio local y jugaron una pachanga uno contra uno. Iverson llevaba tiempo sin tocar un balón al haber estado encerrado, estaba algo oxidado, probablemente tendría cero motivación y también subestimaría el nivel de mi padre, que tiene talento. Le dejó tirar abierto y mi padre lo aprovechó. Evidentemente no fue un uno contra uno en plan competición, pero desde entonces le vacila con eso y lo saca a colación cada vez que puede. Mantienen una muy buena relación”.

Por su parte, Keith Hornsby creció con un ídolo baloncestístico muy concreto: J. J. Redick, un escolta tirador con 15 años de carrera en la NBA que llegó a ser mejor jugador universitario en 2006. “Es de mi estado, Virginia y jugamos en el mismo programa juvenil. Siempre llevé el número 4 porque fue el suyo en Duke… hasta este año, que estaba ocupado tanto en Rytas como aquí (es el de Unai Barandalla). Redick era alguien cuyo juego podía emular. Parecida estatura y cuerpo, los dos tiradores… Según crecía como jugador seguí fijándome en él, en la forma en la que mejoró su juego ya en la NBA, imitaba su movimiento sin balón, sus tiros…”, dice.

Su periplo en high school lo coronó en la prestigiosa Oak Hill Academy, de la que han salido grandes estrellas de la NBA como Kevin Durant o Carmelo Anthony. “Es un centro pequeño en el que los jugadores se centran solo en los estudios y el baloncesto, más que nada porque alrededor solo hay árboles y colinas como su propio nombre indica”, apunta. “Yo no fui un gran fichaje. Fui a una prueba, tuve un gran día y me hice un hueco en el equipo. Al principio fue difícil porque no sentía que tenía el nivel de muchos compañeros (Justin Anderson, Ben McLemore o Quinn Cook) y a la fuerza me di cuenta de que tenía que trabajar y mejorar mucho”, añade.

Su salto a la NCAA fue con una universidad muy modesta: UNC Asheville. “Y no creas que fue llegar y brillar. Fue un gran golpe de realidad. En mi primer año tenían cinco o seis séniors y jugué muy poco. Eso me motivó para mejorar, los séniors se marcharon, tuve más minutos y lo hice muy bien (15 puntos de media). Fue mi despegue”. Y de ahí, a la potente Louisiana State en 2013. “Aproveché el año en blanco por cambiar de universidad para aprender el sistema, ponerme más fuerte, interiorizar el nivel de fortaleza que exigía una conferencia más exigente… Fue un gran cambio, pero maduré y mis dos años allí fueron muy buenos”. En el último, coincidió con Ben Simmons, que acabaría siendo número uno del draft de 2016 aunque su trayectoria en la NBA ha ido claramente de más a menos: “Probablemente sea el mejor pasador con el que he jugado. Es un talento natural, su inteligencia baloncestística era estratosférica. Disfruté mucho jugando con él, lo complicado era lidiar con todo lo externo. Un chaval no está preparado para vivir rodeado de tanta presión y expectativas, muchas veces irreales. ¡Le llamaban el siguiente LeBron James!”.

Con Dirk Nowitzki

Hornsby no fue elegido en el draft de 2016, pero pudo jugar cinco partidos de pretemporada con los Dallas Mavericks, dirigidos por aquel entonces por un Rick Carlisle al que conocía desde crío porque era amigo de su padre. “A Rick le gusta mucho tocar el piano. Seguro que su relación me ayudó para tener esa oportunidad. Rick siempre creyó en mi juego, desde que era un chaval. Es un gran tipo”, destaca. Recuerda aquellos dos meses y medio como “de lo mejor que me ha pasado en la vida, aunque mirándolo con perspectiva lo mejor habría sido venir directamente a Europa. Pero entrar en un vestuario con Dirk Nowitzki, ponerte una camiseta de la NBA… Es un sueño hecho realidad aunque no estés entre los jugadores principales y sepas que tus opciones de acabar entrando en el equipo son muy pequeñas. Fue muy educativo ver la cantidad de trabajo que los jugadores de la NBA invierten en su cuerpo y en su juego. Incrementó mi nivel de confianza porque hubo entrenamientos en los que las cosas me salieron muy bien. Me vi anotando ante Harrison Barnes o Deron Williams. Si puedo anotar ante ellos, puedo hacerlo ante cualquiera, pensé. Pero luego la realidad me golpeó en la cabeza y acabé en la Liga de Desarrollo”.

“Nowitzki me vacilaba mucho; me decía que no hiciera tanto bíceps, que no necesitaba tanto brazo para jugar a baloncesto”

Antes, tuvo tiempo de anotar más puntos que Nowitzki, doce en otros tantos minutos, en un amistoso contra Oklahoma City –“ayudé a lograr el triunfo con cuatro tiros libres seguidos y tengo el balón del partido guardado en casa de mis padres”– y ser objetivo de las bromas del alemán: “Me vacilaba por mi cuerpo. Me llamaba Upper Body. Entraba al vestuario y decía: Hornsby, deja de hacer tanto bíceps, no necesitas tanto brazo para jugar a baloncesto. Ponía las canciones de mi padre, les decía a los preparadores físicos que no me dejaran hacer pesas… Un gran tipo”.

Pero la Liga de Desarrollo, en la que militaría tres cursos con los Texas Legends por la falta de ofertas para cruzar el charco, fue otra dura experiencia: “Quizás al verme en el vestuario de los Mavericks pensé que era mejor de lo que era, pero no era más que un novato compitiendo contra veteranos con pasado NBA que querían volver a esa liga, europeos con ganas de abrirse paso, universitarios de mucho nivel… No jugué demasiado (doce minutos de media). Antes del arranque de su tercer curso, pensó que iba a ser el último pese a tener solo 26 años: “No quería seguir así. Lo hice bien en mi segunda año y creí que tendría ofertas de Europa, pero no salió nada a un nivel respetable. Finalmente esa tercera campaña fue muy buena. Lideré la liga en porcentaje de triples (48,5%), metí 12 puntos por partido, jugué la Liga de Verano de la NBA con Portland y tampoco creas que me llovieron las ofertas. En aquel momento era Europa o se acabó. Y me fui a Polonia”. Torun, Oldenburg (Alemania), Metropolitans y Nanterre (Francia) y Rytas (Lituania) fueron sus destinos antes de recalar en el Surne Bilbao Basket.

En una vida rodeada de canastas y Grammys queda una incógnita: ¿sabe Keith Hornsby tocar el piano? “Mi padre nunca me presionó para hacerlo, pero siempre me dejó claro que si alguna vez quería probar fortuna él tenía las llaves de la tierra prometida (risas). Crecí escuchando otro tipo de música como Metallica, Iron Maiden, Ozzy Osbourne… Te diré que puedo tocar la intro de piano de Sister Christian, del grupo Night Ranger. Ese es mi greatest hit”.