El Bilbao Basket tiene muchos problemas que sirven para explicar su presencia en los últimos puestos de la Liga Endesa, pero por encima de todos figura uno, un problemón muy serio: a la merma de su fondo de armario como consecuencia de las lesiones, dañina a más no poder la de Ondrej Balvin pero debilitante también la de Quentin Serron, se le está uniendo en las últimas fechas un estado de bloqueo mental fruto de la acumulación de derrotas que amenaza con poner en riesgo su continuidad en la máxima categoría. Bastaba con analizar un poco más allá del resultado final el triunfo del martes en Bolonia para saber que ese nivel de juego no es suficiente para desenvolverse con éxito en la competición doméstica y el duelo del domingo ante el Casademont Zaragoza sacó a relucir todas las carencias de un equipo que necesita taller y diván a partes iguales. El conjunto vizcaino fue incapaz de mirar de tú a tú a otro equipo de la parte baja de la tabla desde el mismo salto inicial. Sin filo ni en ataque ni en defensa, puso la rúbrica a la derrota en un abrir y cerrar de ojos porque en ningún momento puso sobre la cancha el físico, la velocidad y el acierto de los anfitriones, claramente superiores de principio a fin. Y encima Ludde Hakanson. Y encima el Gipuzkoa Basket ganó y alcanza las dos victorias de los bilbainos. A perro flaco...

Los hombres de negro perdían ya por más de diez puntos (14-3) con menos de cinco minutos jugados, de 18 (30-12) al término del primer cuarto, de 29 (49-20) en el ecuador del segundo acto, de 35 (80-45) a diez minutos del final -el tope fue el 88-50- y solo la acumulación de canteranos en los minutos finales por parte de Sergio Hernández permitió un mínimo maquillaje a la derrota. Los visitantes fueron inferiores a su rival en todos y cada uno de los aspectos del juego. En defensa, para cabreo monumental de Álex Mumbrú, volvieron a permitir infinidad de canastas sencillas debajo del aro, situaciones liberadas en el perímetro y un buen puñado de dos más uno, mientras que en ataque se sucedieron los fallos desde todas las distancias, con errores en las cortas por no finalizar con dureza y un porcentaje en triples que llegó a ser de 1 de 16 con el acto final ya en juego.

Mientras que en el equipo local el peligro llegó desde donde podía esperarse (21 puntos de Robin Benzing, 18 de Jason Thompson y 16 de Dylan Ennis y el recién llegado TJ Bray), en las filas bilbainas sigue sin haber noticias positivas de varios de los jugadores llamados a llevar el peso del equipo, más aún con Balvin en el dique seco. La jerarquía de los Rousselle, Brown, Zyskowski y Kulboka no se hace notar y en esas circunstancias de poco sirve que los Miniotas o Reyes -ayer Huskic estuvo desacertadísimo- empujen desde el banquillo. El estadounidense y el francés aportaron puntos a base de penetraciones pero fueron incapaces de sujetar a sus pares en defensa, mientras que el polaco y el lituano son, a día de hoy, los eslabones más débiles del equipo. El primero ha perdido mucha confianza, algo que se ve en su flojera a la hora de finalizar cerca del aro y en el desplome de sus porcentajes incluso en el tiro libre, y el segundo, supuesto especialista en el triple del equipo, acabó ayer con un cero de cinco en tiros de campo que desgraciadamente ya no es noticia.

El encuentro se torció para los intereses bilbainos desde el salto inicial. Y es que mientras que el Bilbao Basket ingresó en cancha blando, fallando lanzamientos cómodos desde todas las distancias y con Hlinason marcando territorio ante Dos Anjos en una lucha de torres que ni siquiera existió, el Zaragoza fue todo lo contrario. Un equipo desatado, un vendaval, un grupo con colmillo afilado y mirada ardiente que jugó desde el arranque dispuesto a no hacer prisioneros. Así, Mumbrú tuvo que parar el partido cuando ni siquiera se habían disputado cinco minutos porque los anfitriones ganaban ya 14-3 tras dos triples solo de Bray. Y las cosas no tardaron en ir a peor. El relevo de Huskic en el juego interior no ejerció esta vez de desatascador, sino todo lo contrario. El serbio falló un par de tiros sin oposición, perdió otros tantos balones de forma inexplicable y los locales pudieron hacer lo que querían: jugar al galope. El Bilbao Basket falló trece de sus primeros catorce tiros de campo y el Zaragoza, evidentemente, no fue tan timorato como la Fortitudo y aprovechó la circunstancia para lanzarse a la yugular de los hombres de negro. El 30-12 a la conclusión del primer cuarto era todo un poema, con los de Sergio Hernández exhibiendo un lustroso 11 de 19 en lanzamientos en juego, con cinco de ocho en triples, y la escuadra vizcaina lamentando un sonrojante 4 de 21 sin estrenarse desde la línea de 6,75. Totalmente desconectados, el partido estaba ya decidido. Solo faltaba por saber la cantidad de dolor que iba a acarrear la derrota por lo abultado del marcador. Entre Hakanson y Miniotas intentaron taponar una vía de agua por la que entraba todo un océano, pero no hubo manera. El Bilbao Basket, tan cabizbajo como roto, no encadenaba un puñado de buenas jugadas ni en ataque ni en defensa. Thompson podía con Dos Anjos en las distancias cortas, Ennis, Brussino y Bray jugaban a placer cada vez que el rival perdía un balón... El 49-20 resumía a la perfección las líneas maestras del partido. Los visitantes necesitaron más de 17 minutos para meter su primer triple, obra de Zyskowski, y solo la verticalidad de Brown hizo posible que la desventaja de los suyos no fuera aún más espeluznante que el 56-30 en el ecuador de la contienda.

En la reanudación, Brown y Miniotas amagaron con dibujar un panorama algo menos sombrío (57-37), pero duró un pestañeo. Los errores de siempre dieron alas a Ennis y Bray y el Zaragoza pudo regalarse un festín, dando incluso muchos minutos a sus jóvenes promesas mientras su juego dejaba al desnudo las carencias de un Bilbao Basket entregado.