LAS derrotas, derrotas son y por lo tanto escuecen en un primer momento. Pero hay derrotas y derrotas y la que cosecho el Bilbao Basket el jueves en los cuartos de final de la Copa no fue en absoluto amarga. El conjunto vizcaino no estaba llamado a lucir palmito en la fiesta malagueña y, además, en el sorteo de enfrentamientos le tocó batirse el cobre ante el gigante entre los gigantes, el Real Madrid. Su objetivo de cara a este evento no era otro que disfrutar de un merecido premio y competir, no abandonar el certamen con el regusto amargo de no haber sido capaz de mostrar todas las cualidades que le permitieron figurar en él. A la conclusión del duelo, pese al 93-83, quedó claro que había alcanzado ambas metas, por lo que el paso por la Copa no ha hecho más que reafirmar la idea de juego, gestión de recursos y planteamiento de partidos de los hombres de negro, algo que debe servir de espaldarazo para lo que queda aún de Liga Endesa, que es mucho.

"Luchamos hasta el final; es lo que somos", dijo Álex Mumbrú nada más concluir el duelo y esas palabras resumen a la perfección una forma muy clara de entender lo que debe ser un equipo. Antes, en los compases finales del encuentro y cuando el Real Madrid ya tenía cerca la victoria, se dirigió a sus jugadores en un tiempo muerto con un mensaje claro: "Si nos ganan a base de meter canastones de ocho metros, no pasa nada y les daremos la mano; pero quiero que peleemos hasta el último segundo". Y lo más importante es que los jugadores compran esta filosofía sin ningún tipo de problema. Y no solo en la Copa, sino desde que se lanzó el primer balón al aire del curso en la cancha del Tenerife.

Lo mejor que le pasó al Bilbao Basket en Málaga fue el hecho de ser capaz de ser fiel a sí mismo. Sus argumentos le valieron para aguantar la mirada a uno de los gigantes del baloncesto continental durante prácticamente cuarenta minutos. No se vio un equipo más timorato de lo habitual, tampoco más acelerado. Ni más blando, ni tampoco más duro. Se vio al mismo conjunto de siempre, con sus carencias y sus virtudes. El equipo que dirige Mumbrú no se dejó impresionar ni por el rival, ni por el escenario, ni por el peculiar ecosistema de la Copa, que aúna competición propiamente dicha con mercadeo y todo tipo de rumorología, factores que pueden sacar de foco a gente poco versada en estas lides. Cada jugador tenía una misión y un papel que desempeñar y, más allá del nivel de acierto de cada uno, nadie quedó empequeñecido ni se le vio superado por las circunstancias.

El aplomo del Bilbao Basket exigió al Real Madrid tratarle de tú a tú, aparcando cualquier tentación de relajación y teniendo que utilizar en primera línea de batalla durante más minutos de los habituales a Walter Tavares, Facu Campazzo, Gabriel Deck y Anthony Randolph, estos dos últimos vitales para desgastar a Axel Bouteille en defensa para que no actuara tan fresco en ataque. En el conjunto vizcaino, sin actuaciones arrolladoras, dieron que hablar el trabajo interior de Ondrej Balvin y Ben Lammers, la verticalidad de Jonathan Rousselle, la muñeca de Arnoldas Kulboka y la capacidad para sumar canastones de Bouteille pese a sus flojos porcentajes, pero una de las imágenes definitorias de lo que son estos hombres de negro se vio en el hecho de que, en el momento en el que los blancos se pusieron 16 puntos arriba en el tercer cuarto (71-55), el que lideró el parcial que les devolvió al partido (75-70) pidiendo constantemente balón para penetrar y anotar o asistir con acierto fue Sergio Rodríguez, a priori una pieza secundaria pero con la personalidad y la confianza desde el banquillo para asumir ese rol.

Es por ello por lo que su paso por la Copa no ha hecho más que reafirmar el modus operandi de este Bilbao Basket, que debe aprovechar la constatación de su fortaleza competitiva testada ante el Real Madrid como espaldarazo para las trece jornadas de liga que restan, en las que el equipo se ha ganado el derecho de pugnar por entrar en el play-off. Por el momento, los hombres de negro han dado muestras de no conformarse con lo ya logrado. El objetivo es mantenerse en esa senda.