Dos frases pueden resumir el paso por la Copa del Mundo de la selección de Estados Unidos, que hoy tenía que enfrentarse con Canadá en busca de un bronce que será un escaso consuelo para ambos. “Esto ya no es más 1992”, dijo Steve Kerr, el pluricampeón de la NBA que no ha triunfado en su primera experiencia en el banquillo USA. “El mismo deporte, un juego distinto”, terció Bostjan Nachbar, ex jugador de la NBA y del baloncesto FIBA. Ambas sentencias tratan de explicar el hecho de que los estadounidenses no hayan ganado la medalla de oro, como si eso fuera lo más habitual cuando es justamente lo contrario. De hecho, desde 1982 solo han levantado cuatro títulos en cinco finales. En otras cinco ediciones se quedaron por el camino. O sea, perder ya ha dejado de ser una excepción.
Probablemente, muchos siguen pensando que Estados Unidos puede ganar simplemente porque sus jugadores llevan la etiqueta NBA adherida al dorsal. El problema no es tanto que presenten malos equipos, porque el de esta Copa del Mundo no lo era, sino de jugar como equipo y hacerlo con unas reglas diferentes y ante rivales que hace tiempo que han dejado de mirarles con reverencia y quieren ganarles porque saben que pueden. Mientras las selecciones europeas, principalmente, tratan de presentar sus mejores armas en cada torneo, Estados Unidos prioriza los Juegos Olímpicos y eso les impide mantener la estabilidad necesaria para que su propuesta cuaje y se adapte a un estilo de baloncesto al que solo se enfrentan cada dos años.
En la plantilla de este año Kerr reunió jugadores que ya han sido All Star o que lo serán pronto, pero como otras veces han pagado esa falta de adaptación al medio, el ser ajenos a unas propuestas tácticas cargadas de variantes y en las que prima el sentido colectivo del juego. Y como en el apartado físico Europa y el mundo FIBA han recortado mucho las distancias Estados Unidos solo puede ganar si marca las diferencias por su talento, por la capacidad de meter la pelota por el aro. Pero conviene recordar que cuatro de los cinco miembros del mejor quinteto de la NBA la pasada temporada y ocho de los 24 últimos participantes en el All Star no son seleccionables por Estados Unidos.
Sin embargo, ya se anuncian o se vaticinan de nuevo cambios profundos para el año que viene, una tendencia que no solo es justificable por la derrota ante Alemania en Manila. Por ejemplo, del equipo que pasó por Bilbao y arrasó en la Copa del Mundo de 2014 solo cuatro jugadores repitieron dos años después en los Juegos de Río. Y de la selección que fue séptima en la cita mundial de China en 2019 se mantuvieron dos jugadores para Tokio. La disponibilidad, cuando no las apetencias particulares, han condicionado la respuesta de las grandes estrellas de la NBA que solo fue unánime en 2008 cuando se gestó ese espíritu de redención tras los fracasos de 2004 y 2006.
Ahora el nuevo calendario obliga a USA Basketball a mandar equipos de obreros y meritorios del baloncesto a las ventanas FIBA y la Copa del Mundo es menos prioritaria que nunca. Pensar que las grandes estrellas de la NBA, los Lebron, Durant, Curry, Lillard, etc., vayan a sacrificar otro verano para demostrar de nuevo su hegemonía en París resulta quizás demasiado optimista, sobre todo porque la mayoría de ellos han pasado con creces la treintena y, probablemente, tampoco necesitan exponer su físico y su reputación a estas alturas ni más medallas. Quizás sería más procedente dar otra oportunidad a buena parte del joven bloque que ha disputado esta Copa del Mundo y que ya ha recibido la información necesaria de lo que hace falta para ganar en el ‘otro baloncesto’. Si se trata de estrellas, en este grupo que ha dirigido Steve Kerr puede haber media docena o más en futuras alineaciones del All Star. Pero, como ha subrayado el entrenador de los Golden State Warriors, las distancias se han acortado “y ya se juega muy bien al baloncesto en muchas partes del mundo”. Lo que no es demérito de ellos, sino mérito de los otros.