La sonrisa que el sida no ha podido borrar
Veinte años después de anunciar su retirada tras contraer el VIH, Magic Johnson sigue siendo bandera de la lucha contra este mal
Bilbao
DEBIDO al virus del VIH que he contraído, voy a tener que retirarme de los Lakers... hoy". Así, con estas palabras, sin medias tintas, Earvin Magic Johnson anunció al mundo un 7 de noviembre de 1991 su retirada del baloncesto. Aquel día, el deporte de la canasta lloró y con él todo el mundo. Aquel día, hace ahora 20 años, hablar del virus del VIH era prácticamente sinónimo de muerte. Las diferencias entre ser portador de ese virus y tener sida no estaban en absoluto definidas. Por eso, cuando Magic se levantó ante aquel atril en el mítico Forum de Inglewood (Los Ángeles), flanqueado entre otros por su mujer, Cookie, el comisionado de la NBA, David Stern, y su excompañero Kareem Abdul-Jabbar, el planeta creyó asistir a la crónica de una muerte anunciada, a una existencia de 32 años cuya fecha de caducidad estaba cerca. Pero Magic no opinaba igual. Tras el lógico mal trago inicial en su aparición pública -la enfermedad se la descubrieron en unas rutinarias pruebas médicas a las que se sometió para firmar un nuevo seguro de vida y años después reconoció que se le pasó por la cabeza esconder su condición para retirarse aduciendo algún tipo de lesión-, después de pronunciar esas palabras que parecían resistirse a salir de su boca, llegó el gesto que el mundo esperaba, el halo de esperanza que miles de personas necesitaban para luchar contra una de las mayores lacras de los últimos años. Magic sonrió. Esa mueca marca de la casa que había iluminado las canchas de baloncesto, que había cautivado a niños y mayores, pasaba entonces a ser la sonrisa de un enfermo dispuesto a luchar por su vida. "Pienso seguir adelante, tengo planeado vivir muchos años, por lo que me seguiréis viendo por aquí. Echaré de menos el juego, pero a partir de ahora quiero convertirme en un embajador de la lucha contra esta enfermedad, dar charlas a los jóvenes para que conozcan la necesidad de practicar sexo seguro. Siempre piensas que estas cosas no te van a pasar a ti, pero le pueden ocurrir a cualquiera".
Aquel día, el baloncesto perdió a una de sus principales estrellas, pero la lucha contra el sida ganó una figura mediática de valor incalculable, una bandera dispuesta a ayudar en lo que hiciera falta, a predicar la necesidad de invertir en investigación para buscar una cura y a romper barreras. Después de que el mítico número 32 de los Lakers diera a conocer que contrajo el VIH por mantener relaciones sexuales con infinidad de mujeres sin utilizar protección, al mundo se le abrieron los ojos y cayó en la cuenta de que no se trataba de una enfermedad propia de homosexuales y drogadictos, idea generalizada hasta entonces. Si le podía pasar a Magic, le podía pasar a cualquiera. Cierto es que él tuvo la suerte de contar con un diagnóstico precoz y que su fortuna le ha permitido acceder a tratamientos y equipos médicos punteros, pero su aportación a la lucha contra este mal ha sido extraordinaria durante estos 20 años. Ha prestado su imagen a todo tipo de campañas, sigue dando charlas en colegios e institutos, imparte conferencias ante todo tipo de organismos y su Fundación ha abierto en EE. UU. siete centros médicos para tratar y asesorar a los portadores del VIH y a los enfermos de sida, además de ofrecer becas de investigación y recaudar más de 10 millones de dólares. "Aún no estoy curado, pero el virus está adormecido dentro de mi cuerpo", suele decir hoy en día convertido en exitoso comentarista de televisión y en adinerado hombre de negocios.
Después de una primera semana bañada en lágrimas -reconoce que lloró cuando los doctores le comunicaron la enfermedad y cuando él se la contó a su mujer (ni ella ni el niño que la pareja esperaba son portadores del virus) y a sus compañeros-, su sonrisa, su eterna sonrisa, ha sido su compañera de viaje en una singladura para nada placentera. Siempre lo fue. Desde su infancia en Lansing (Michigan), cuando a los 15 años un periodista le apodo Magic tras un partido de instituto en el que firmó 36 puntos, 18 rebotes y 16 asistencias; cuando en 1979 ganó con Michigan State la final universitaria a Indiana State, donde jugaba un tal Larry Bird, para escribir el primer capítulo de una sincera amistad que aún perdura y de una rivalidad deportiva, trasladada en la década de los 80 a los Celtics-Lakers, que convirtió la NBA en un deporte de masas; cuando aterrizó en la NBA rompiendo moldes -jamás se había visto hasta entonces a un base de 2,06-; cuando con él de director de orquesta, Pat Riley al mando de las operaciones desde el banquillo y Kareem Abdul-Jabbar y James Worthy como principales compinches los Lakers enamoraron a todo el mundo con el showtime, su baloncesto alegre de centelleantes transiciones y jugadas impensables... Todas estas instantáneas llevan grabada a fuego su sonrisa. En los 80, Jordan encarnó el desafío a las leyes de la gravedad, Bird demostró que no hacía falta un físico portentoso para triunfar si se tenía inteligencia y una muñeca privilegiada, Moses Malone, Hakeem Olajuwon y Patrick Ewing fueron las torres a derrumbar... pero Magic fue más, mucho más. Él fue la fantasía personificada, la imaginación hecha jugador de baloncesto, la filigrana de un pase por la espalda, de una asistencia mirando al público... Él, su sonrisa, hizo del baloncesto algo divertido, una escenificación artística en la que lo lúdico tenía un valor esencial y que sirvió para que muchos niños se enamoraran de este deporte emulando sus acciones.
EL DREAM TEAM Tras interiorizar y asumir su enfermedad -desde entonces se ha sometido a una dieta estricta, se ejercita durante cuatro horas diarias y sigue un tratamiento médico que en un principio le obligaba a tomarse quince pastillas diarias, cifra que a día de hoy ha disminuido a tres-, Johnson no tardó en encontrar motivos para seguir sonriendo. Tres meses y dos días después del anuncio de su retirada, Magic volvió a vestirse de corto pues, pese a su adiós, los aficionados le votaron en masa para que figurara en el quinteto inicial de la Conferencia Oeste en el All Star de 1992, algo que él aceptó pese a que los médicos se lo desaconsejaron al considerar que su cuerpo aún estaba muy débil como consecuencia de los muchos medicamentos que tomaba. Viéndole en cancha, nadie hubiera dicho que estaba enfermo. Jugó 29 minutos -el que más en su equipo-, fue el máximo anotador con 25 puntos, le concedieron en MVP por llevar al triunfo al Oeste (153-113) y su demostración fue tal que el partido ni siquiera terminó. Tras una de sus asistencias mirando al tendido, su entonces íntimo amigo Isiah Thomas le desafió a un uno contra uno en el que el base de los Pistons ni siquiera tocó aro en su tiro. En el siguiente ataque del Este, con el público de pie, Johnson pidió defender a Jordan y Air tampoco pudo anotar. Acto seguido, con 14 segundos en el reloj, el hombre que peleaba contra la enfermedad clavó un triple limpio, dirigió sus puños al cielo y rompió a reír. A carcajadas. El partido acabó ahí, pues compañeros, rivales, entrenadores -hasta algún aficionado- entraron a cancha para abrazarse a él.
Su felicidad tuvo continuidad ese mismo verano cuando formó parte del Dream Team, el mejor equipo que jamás haya saltado a una cancha de baloncesto, que se colgó al cuello la medalla de oro en Barcelona'92. Magic no jugó demasiado por diversos problemas físicos, pero la suya fue una de las imágenes de aquellos Juegos y aprovechó la cita para expandir su mensaje de lucha contra la enfermedad que le había retirado. Espoleado por estas dos experiencias, Magic anunció su intención de regresar a los Lakers la siguiente temporada. Incluso jugó varios partidos con el equipo en pretemporada, pero pocos días antes de que arrancara el curso echó marcha atrás debido a que varios jugadores, entre ellos Karl Malone, esgrimieron su temor a competir contra él. En marzo de 1994, con la franquicia angelina atravesando un bache, sustituyo a Randy Pfund como entrenador, pero la experiencia no fue positiva (balance de 5-11). Dos cursos después, a los 36 años, Magic tomó la decisión de volver a ser jugador. Pasó exámenes médicos, presentó informes sobre los ínfimos riesgos de contagio que conllevaba su presencia en cancha y, finalmente, pudo volver a lucir la camiseta amarilla en los 32 últimos partidos de la temporada 1995-96. No tenía la velocidad de antaño, pesaba 11 kilos más que el día de su retirada (115), pero la calidad y la fantasía seguían intactas. Jugando como ala-pívot promedió 14,6 puntos, 6,9 asistencias y 5,7 rebotes, cifras extraordinarias para un jugador que llevaba cuatro temporadas y media retirado y luchando contra el VIH. "Ahora dejo de ser jugador de baloncesto porque lo decido yo, algo que no pude hacer cuando tuve que abortar mi intento de reaparecer en 1992", señaló entonces.
Un hombre de éxito Desde entonces, Magic ha trasladado su éxito en las canchas al mundo de lo negocios, pues el holding empresarial del que es propietario tiene hoy en día un valor superior a los 700 millones de dólares. Entre sus principales activos figuran diversos multicines de más de diez salas, Starbucks, Burger Kings, otro tipo de restaurantes, diversas líneas de ropa, promotoras inmobiliarias, agencias de publicidad, productoras de televisión, gimnasios... Además, asesora a jugadores de la NBA, su imagen sigue teniendo un gran tirón publicitario y es un asiduo del Staples, hogar de sus Lakers. Si activismo en la lucha contra el sida no ha descendido. Hace semanas, tras una de sus charlas, una niña le preguntó si podía subir al estrado para abrazarle y al de segundos Magic se vio rodeado por más de treinta niños. "Es curioso. Hace 20 años nadie quería tocarme y ahora todo el mundo quiere abrazarme", dijo orgulloso de lo mucho que han cambiado los tiempos. Y lo dijo con una sonrisa de oreja a oreja.