Los músculos tensos como un estibador de puerto y el corazón caliente, boxeándoles dentro del pecho como al viejo capitán Ahab cuando vislumbraba la silueta de la ballena blanca en el océano. Los hombres de Fotis Katsikaris, desde ayer los legendarios hombres de negro, derribaron al rey blanco con el poder de la magia negra. Allá cuando Aaron Jackson lanzó el balón al cielo a falta de tres segundos para que bajase bañado en gloria la santabárbara del Bilbao Arena estalló de alegría. El ¡sí se puede! que la afición coreó durante toda la noche como un conjuro se había hecho realidad y el dragón yacía a sus pies.

Se dice que el tiempo cambia las cosas, pero en realidad es uno el que tiene que cambiarlas. Así han vivido los jugadores del Bizkaia Bilbao Basket una eliminatoria donde el alegre aspirante ha mandado a la lona al viejo campeón, con el ánimo cosido a cicatrices. Quiere decirse que fueron el corazón y la fuerza de voluntad los que llevaron al Beltza's Team a la victoria, por mucho que una leyenda blanca como Emiliano anunciase, en los preámbulos del partido, que los suyos llegaban "como un cordero al matadero". A su lado, Clifford Luyk asentía, pero el Real Madrid no fue, esta vez, un animal camino del sacrificio sino una fiera malherida, revolviéndose en el bosque y ocultándose entre la maleza de un arbitraje clásico, es decir, dejándole al poderoso el aire suficiente para respirar.

No fue suficiente. El Bizkaia Bilbao Basket había hecho presa y el vaticinio de Piru Azua en el descanso -"ganaremos porque el Real Madrid ha tocado techo y sólo nos aventaja en tres", dijo- se hacía realidad. Empujaba todo el Palacio, desde José Luis Bilbao a Aitor Elizegi; desde Kornell David, vieja gloria del Baskonia y de los Chicago Bulls, hasta Aitor Ocio, Ustaritz Aldekoaotalora o Fernando Amorebieta, todos ellos vestidos de negro; desde el pelotari Alexis Apraiz -había que verle doblarse como un junco al son del Bil-bao-bas-ket y alzar aquellas manos al cielo, como si quisiese hacerse con un rebote...- hasta Josune Ariztono.

"Recuerdo que entonces te reías..." Mikel Agirre consuela a Nagore Urizar, que llora desconsolada de la alegría. "Te reías de mí cuando te dije 3-1. ¡Míralo, míralo!". La escena se produce extramuros del Bilbao Arena, casi sin testigos. El pabellón, rebosante, aún entona el aria de los campeones. Allí se abraza Xabi Sagredo con su familia e Iñigo Camino con su hijo. Allí se saludan, y aplauden, y ríen con la risa floja de los santotomases -¡ver para creer!-, Iñaki Mujika, Juan Mari Aburto, Jon Sustatxa, Eduardo Maiz; el presidente de la Federación Vizcaina de Baloncesto, Germán Monge, y el presidente de Kaiku, José Manuel Monje. Va y viene Gorka Arrinda con unas zapatillas que parecen hervidas en un baño de plata. No sabe cómo celebrarlo. ¡Han derribado al gigante! Se saludan Rodolfo Ares y Txema Oleaga con un bol de palomitas por testigo y el consejero Carlos Aguirre un par de metros más atrás. Gorka Ansuategi brinca como un loco, Fernando Landa se lleva las manos a la cabeza y la media sonrisa de Pedja Savovic, el presidente, se convierte, por fin, en media luna.

Una pancarta de dimensiones colosales lo anunciaba. "Sí se puede. Efecto Miribilla", rezaba. La pudieron leer Ignacio Agreda, Juan Elejalde, Fermín Palomar, Juanan Zaldua, Salva Guardia, que repartía abrazos entre la gente que hace poco más de un año jaleaba su garra; Manel Comas, Juan Manuel Vela, Kike Hermosilla, -"¡qué sí, qué sí!", repetía en el descanso, tres abajo...-, el director del Hotel Portugalete, Julio Campuzano; el hombre fuerte de Igurco, Fernando Canales; Fernando García Macua, Jordi Albareda, de día director de Leroy Merlin y de noche de la Coral de San Antonio de Iralabarri; Gabino Martínez de Arenaza, enfundado en una bufanda blanquinegra, María Agirre, Yolanda Betolaza con lágrimas en sus bellos ojos negros, Naiara Martínez, Cristina Mendizabal, Ai-tziber Izagirre, Olga Muguruza y una legión de seguidores de un equipo capaz de tumbar los pronósticos.

Todo fue, ya digo, en continuo sube y baja, con el simultáneo más apretado que una pareja en su primer baile. Y todo tuvo el desenlace deseado. En un rincón, Txus Vidorreta miraba el marcador con lágrimas en los ojos. Él fue el ingeniero que trabajó en los planos del cohete que hoy despega.