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Real Madrid 1-0 Athletic

El autobús del Athletic pincha en el añadido

La rabiosa ofensiva del Madrid obtuvo premio ante un Athletic que acabó totalmente hundido en su área

Gorosabel se lamenta tras encajar el gol en el descuento.Efe

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Noventa y tres minutos aguantó el Athletic el empate inicial en el Santiago Bernabéu. El dato justificaría el lamento, si no fuese porque la derrota les rondó a los rojiblancos durante toda la segunda mitad, período en que estuvieron defendiendo como gato panza arriba. Disfrutó el Madrid de oportunidades de sobra para imponer su ley, un buen puñado anuladas por la magnífica actuación de Unai Simón, varias más por intervenciones al límite de los defensas y alguna por falta de puntería de los hombres de Carlo Ancelotti. Tras un primer tiempo donde el Athletic acertó a mantener a raya al anfitrión, al que no concedió ni una mísera opción de gol, el partido entró en una espiral que nada bueno auguraba. Apretó a fondo el acelerador un Madrid que no quería despedirse definitivamente de la liga y enfrente no hubo capacidad para evitar un acoso que alcanzó cotas agobiantes. Otro año más el desplazamiento al feudo merengue se saldó con una decepción.

La solidez que exhibió el Athletic desde el arranque se diluyó como consecuencia de las urgencias de su rival, que forzó la máquina cuanto pudo para alterar el rumbo de un encuentro se le escurría. Siendo de por sí difícil anular el potencial ofensivo del Madrid, es prácticamente imposible hacerlo sin aportar un gramo de creatividad, centrándose en defender de principio a fin. Aunque sobre la hora, Valverde introdujo tres titulares en las posiciones de ataque, para entonces el Madrid estaba volcado sobre el área de Simón, y su aportación fue nula. Se podrá argumentar que la idea de puntuar en un escenario como el de anoche limitándose los diez hombres de campo a correr detrás de un balón que ni olieron estuvo cerca de plasmarse. Claro que, si como sucedió, tal cosa no se produce tampoco cabe extrañarse ni rasgarse las vestiduras.

El clásico empezó dando motivos para no hacerse ilusiones. Mentirá quien niegue que el anuncio de la alineación le dejó atónito. Cierto que en la jornada anterior Valverde realizó una apuesta similar, con nueve novedades respecto al primer cruce con el Rangers, pero entonces tocaba medirse al Rayo Vallecano y en casa. Esta vez, después de despachar al conjunto escocés, se trataba de enfrentarse al Madrid y, además, en su estadio. Huelga comentar que, de nuevo, el técnico priorizó la dosificación de esfuerzos y se decantó por la gente más fresca. Su criterio se vio mediatizado por el hecho de que el miércoles el Athletic disputará su tercer compromiso en el plazo de seis días. Sin embargo, habrá que reconocer que, vista la composición del once, las expectativas sufrieron una rebaja sustancial.

Pero los elegidos supieron adaptarse a las circunstancias desarrollando un planteamiento muy defensivo. Renunciaron sin disimulos al ataque, es que casi no encadenaron tres pases, pero lo compensaron con un enorme trabajo de contención que anuló por completo al adversario. El Madrid, con Vinicius empeñado en la solución individual, se hartó de dar pases en zonas neutras, impotentes para superar el orden y las constantes ayudas en ambas bandas. Fue un monólogo anodino del cuadro local, que acumuló una posesión superior al 70 % y no la rentabilizó en absoluto; una muestra fehaciente del mal momento de los de Ancelotti, que no exigieron nunca a Simón. Un chut alto de Vinicius desde la frontal y una peinada de Valverde a las manos del meta fue cuanto sacó en limpio el Madrid, mientras el Athletic siguió impertérrito a lo suyo. Sin hundirse, basculando con agilidad, levantó una barrera infranqueable.

Así se consumió el primer acto, aburrido, monótono, de forma inmejorable para el Athletic, habida cuenta de que con su propuesta solo cabía aspirar a prolongar la vigencia del 0-0. Los de Valverde se retiraron al vestuario sin recibir un rasguño, ni una sola amonestación, concentrados, firmes. Por supuesto, debe quedar constancia de que se olvidaron por completo de pasarse a saludar a Courtois, cuya figura acaso distinguieron en la lejanía.

Con un guion tan radical, la pregunta era obligada: hasta cuándo sería viable maniatar a semejante adversario regalándole continuamente la pelota. La respuesta la dio el Madrid, que compareció en el segundo acto enrabietado y en pocos segundos generó dos ocasiones muy nítidas. Y pese a que durante un rato dio la impresión de que el Athletic enfriaba la reacción, lo que vino después, ya con Iñaki Williams, Sancet y Maroan sobre el césped, fue un auténtico calvario.

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La serie de llegadas y remates madridistas no cesó. Lo del cántaro y la fuente invadió la mente de cualquiera que estuviese presenciado aquello. Pero entre que Simón parecía un gigante y que la precipitación hacía mella en las filas merengues, quien más quien menos barruntó que el milagro no era descartable. Paredes y Nuñez despejaban a donde fuese, Prados se multiplicaba en el robo, todos se iban dejando jirones para impedir el desenlace con el que el equipo en su totalidad no dejaba de flirtear. A diez de la conclusión, en el colmo de los colmos, a Vinicius le anularon, advertencia del VAR mediante, un gol que estuvo precedido por un fuera de juego de Endrick por apenas ¿diez centímetros?

El autobús rojiblanco estaba a punto de obrar el milagro. La lógica desesperación del Madrid estaba contribuyendo a ello, pero vencidos los noventa minutos reglamentarios se registró el pinchazo. Un voleón imparable de Valverde, el uruguayo que se apellida igual que el míster del Athletic, recompensó al único equipo que no se conformó con las tablas.