A pesar de los pesares, el Athletic dejó una versión mejorada en el regreso a la competición que le alcanzó para sumar los tres puntos. En una tarde donde el acierto y el error alternaron con una frecuencia poco recomendable, decantó a su favor un encuentro que con cualquier otro resultado hubiese generado una justificada frustración. Más que nada porque objetivamente acumuló méritos para ganar. Se impuso en la comparativa con el nivel de la UD Las Palmas, aunque protagonizó los fallos más gordos. Sin estos, hoy se estaría recreando en una victoria holgada, quizá rotunda.
La labor de ajuste en todos los órdenes era una necesidad imperiosa después de lo presenciado en las cuatro primeras jornadas. Una tarea en teoría asequible, pues al fin y al cabo se trata de un proyecto hecho, contrastado, que funcionó a satisfacción el curso pasado y apenas ha experimentado merma en lo concerniente a la plantilla. Ernesto Valverde cuenta con un grupo aleccionado y consciente de su potencial que, como todo equipo, necesita una puesta a punto.
Diversos contratiempos que han afectado durante el verano a jugadores con acreditado peso específico, habían impedido al Athletic dar la talla que cabe pedirle. En el Estadio de Gran Canaria asomó ya una versión más sólida, de lo contrario los aspectos negativos, básicamente localizados en el plano individual, le hubieran penalizado de manera irreversible.
Flirteó con el empate, y quién sabe si con algo peor, de no mediar el buen desempeño del bloque. En la primera mitad para desplegar el catálogo que le convierte en un incordio para los rivales: intensidad, concentración, velocidad y puntería. En la segunda, de nuevo acusó en demasía verse en inferioridad numérica, pero con sacrificio y poderío físico se mantuvo a flote. Con dos caras muy distintas fue competitivo. En el cómputo global y aunque todavía no esté a pleno rendimiento, el Athletic cuajó una actuación esperanzadora.
Sobre todo, pensando en lo que le viene encima. Hasta el 7 de octubre no dispondrá de tiempo material para entrenar como en el período previo al viaje a Canarias, pero si mientras es capaz de traducir la presión en acciones de peligro e impone un ritmo de su gusto, las opciones de éxito se multiplican. Si, además, cuando no tiene el control del juego y se ve abocado a defender, evita derrumbarse, continuará engordando el casillero.
Ahora es cuestión de aferrarse a una identidad bien definida que, se diría, ha empezado a aflorar. El domingo vimos a un Athletic con fuste desde el saque de centro. Sin despreciar algunas fases de las citas anteriores, por fin su puesta en escena resultó convincente, atractiva, resolutiva. Sin esto último, la puntería, el quinto puesto en liga y el título de Copa, se hubieran convertido en mera utopía, una reedición de las historias vividas en el quinquenio precedente.
Nombres propios
Tampoco es normal que un mismo partido incluya tanta equivocación de calibre grueso. Y nadie está a salvo de padecer un día torcido. Esta vez, la particularidad radicó en que el equipo había levantado los cimientos para aspirar a una victoria cómoda. Señalar a determinados hombres resulta inevitable para comprender el giro que tomó la contienda.
El mayor palo se lo llevó un novato en la categoría. La fogosidad, alentada por las ganas de agradar, le jugó una mala pasada a Mikel Jauregizar. No tardó en complicarse la vida con una amarilla innecesaria, cuando el Athletic era dueño y señor del pulso. La segunda tarjeta no hizo sino sacar a relucir su inexperiencia.
Hay quien ha dirigido las críticas a Yuri, por no estar en su sitio, pero más que Yuri, que acababa de realizar una carrera durísima que le condujo a la altura del área contraria, fallaron Guruzeta, que arruinó el avance del lateral con un pase horrible, y el grupo, que permitió a Sandro explotar un espacio libre en la otra parte del campo. Proteger el espacio abierto solo requería de un mínimo de atención, que no hubo, y Jauregizar reaccionó sin reparar en las consecuencias.
Luego vino la floja respuesta de Agirrezabala al obús de Sandro. Ahí, el adversario se metió en el partido y el Athletic perdió el norte y el balón. Sobre este lance clave para comprender las penurias de la última media hora, es de justicia apuntar la asunción de culpa de Valverde. Admitió en sala de prensa que estuvo remiso para retirar a Galarreta y/o Jauregizar, ambos amonestados en el primer tiempo. Llevaba razón, pues tarjeta aparte, Galarreta ya dio síntomas de cansancio antes de pasar por el vestuario. Lógicamente, cabría añadir. Y ya puestos, acaso fuera excesivo apostar de salida por una fórmula que reunía a quien no había jugado desde mayo con el más bisoño en la nómina de centrocampistas.