EN el seno de la Real Sociedad el compromiso de San Mamés se ve con otros ojos, los achinados de David Silva, que ayer miércoles se entrenó con normalidad tras faltar en las dos sesiones previas a causa de unas molestias. La noticia encierra su miga, dado que con el canario sobre el césped las prestaciones del equipo de Imanol Alguacil experimentan un alza objetiva. Los datos acumulados en las tres últimas campañas despejan cualquier discusión en torno al valor de este veterano de 37 años: con él, la Real duplica ampliamente el porcentaje de victorias que obtiene en su ausencia.

En el verano de 2020, Silva cerró una década de pertenencia al Manchester City para recalar en Anoeta. Aquella operación generó cierto escepticismo, por la avanzada edad del protagonista y el desgaste que implica la Premier, marco donde la intensidad física alcanza niveles máximos. La entidad guipuzcoana se hacía con los servicios de un superclase: profesional desde 2003, 125 veces internacional, campeón mundial y de Europa en dos ocasiones, poseedor de quince títulos en competiciones de club. En resumidas cuentas, alguien que estaba ya de vuelta en esto del fútbol, lo que indujo a pensar que su retorno a la liga española no era sino un modo de garantizarse un destino más aquilatado a su edad donde ofrecer sus últimos servicios.

Es cierto que las lesiones no han dejado de acompañarle en su actual aventura, sin embargo está comprobado que su fichaje fue una iniciativa brillante. Firmó para dos campañas y el pasado mes de mayo renovó hasta el próximo junio, acordando una cláusula por la que se podía liberar en enero. No ha sido el caso y está por ver cuáles son sus intenciones de cara al futuro inmediato. Es probable que Roberto Olabe le proponga continuar, pero se desconocen las intenciones de Silva, quien da la sensación de que no ha dejado de disfrutar de su trabajo en la que es su vigésima temporada en activo.

En el cónclave de zurdos bien relacionados con la pelota que reúne la formación txuri-urdin, Silva lleva la voz cantante. Es “el mejor”, declaraba Mikel Merino para celebrar que vuelve a estar a punto en vísperas del derbi. La razón asiste al navarro, testigo privilegiado y uno de los beneficiarios de la influencia que Silva ejerce en el colectivo.

El que hace jugar

Silva no es un goleador, destaca más como autor de pases que otros convierten, siempre ha sido así. En realidad, por la función que desempeña podría definirse como el hilo conductor del juego. O el pegamento que une las diversas líneas del conjunto. Capaz de poner la pausa o acelerar, según convenga gracias al criterio, la clarividencia con que se maneja y una extraordinaria habilidad para asociarse. Primero de todo, para recibir en cualquier posición, con la garantía de que no perderá el balón por muy acosado que se encuentre, y luego para levantar la cabeza, servir y acompañar la acción.

Así que todo el mundo le quiere cerca, le busca y confía en que aporte soluciones. En Inglaterra, en el Valencia o en el Eibar, como cedido a las órdenes de Mendilibar, se ha valido de la inteligencia y la técnica para compensar una fragilidad física tan solo aparente. Estar por debajo de los 70 kilos y del 1,70 de altura, nunca han sido un impedimento para desplegar una calidad reconocida. Si bien Silva acaso no haya tenido el impacto mediático del que gozaron centrocampistas con los que coincidió durante años, como Xabi Hernández o Andrés Iniesta. Es posible que en ello influyese la menor jerarquía del Valencia o que su seguimiento en las filas del City fuese más complejo por motivos obvios.

La cosa es que la Real no dudó en dirigirse a él y convencerle de que merecía la pena alargar su carrera en un club que aspiraba a seguir la estela de los trasatlánticos, Madrid, Barcelona o Atlético, en vez de apostar por un retiro dorado en una liga exótica. La decisión que adoptó sería una prueba más del carácter competitivo que lleva dentro y la Real ha hecho lo imposible para que se sienta amparado y, sobre todo, apreciado.

A expensas de lo que vaya a suceder en breve, de si cree que todavía se halla en condiciones de aproximarse al millar de encuentros oficiales (recientemente ha superado los 900), conviene no perderle de vista. Por ejemplo, dentro de unas pocas horas, cuando se amarre las botas para medirse al Athletic. Quizá, al igual que en la cita que tuvo lugar en Anoeta en enero, su rendimiento no resulte significativo, pase más desapercibido de lo que le gustaría, pero no se olvide que con él dentro la Real dispone de un factor anímico extra. David Silva, aparte de gran futbolista, es una especie de amuleto para Imanol y su tropa. Les trae suerte. l