ATHLETIC: Unai Simón (Min. 46, Agirrezabala); De Marcos (Min. 78, Capa), Yeray (Min. 68, Lekue), Paredes, Yuri; Vesga, Sancet (Min. 78, Morcillo), Muniain; Iñaki Williams, Berenguer y Guruzeta (Min. 46, Raúl García).

GIRONA: Gazzaniga; Arnau, Santi Bueno, Juanpe, Javi Hernández (Min. 61, Miguel Gutiérrez); Romeu, Aleix García; Tsygankov (Min. 80, Reinier), Borja García (Min. 71, Valery), Riquelme (Min. 71, Iván Martín); y Castellanos (Min. 80, Stuani).

Goles: 0-1: Min. 4; Aleix García. 0-2: Min. 19; De Marcos, en propia puerta. 1-2: Min. 35; Yuri. 1-3: Min. 46+; Vesga, en propia puerta. 2-3: Min. 89; Raúl García.

Árbitro: De Mera Escuderos (Comité de Castilla-La Mancha). Mostró tarjeta amarilla a los locales De Marcos, Yeray, Muniain, Raúl García y el técnico Ernesto Valverde, y a los visitantes Castellanos, Santi Bueno, Arnau, Oriol Romeu y Gazzaniga.

Incidencias: Partido correspondiente a la vigésimo tercera jornada de LaLiga Santander disputado en San Mamés ante 42.816 espectadores, según datos oficiales.

En una tarde donde el infortunio cobró una relevancia notable, el Athletic cedió una derrota después de fracasar en el orden futbolístico ante un Girona que, salvo en el tramo final, le puso en evidencia con excesiva facilidad. Refugiarse en la mala suerte, condensada básicamente en dos goles en propia puerta y cuatro lesionados, el último con el cupo de cambios agotado, podría ser aceptable para explicar el 2-3 en el supuesto de que el equipo de Ernesto Valverde hubiese hecho bien su trabajo, decentemente. No fue así. La mayoría de las virtudes que le adornan, sobre todo en calidad de anfitrión, no obtuvieron plasmación. Se diría que anduvo renqueante, como si careciese de la energía necesaria para imponerse a un conjunto que lo mismo que es capaz de hacerlo bonito con la pelota, es muy vulnerable atrás.

Bueno, pues mientras el Athletic concedió un alto número de llegadas a su área, que acabarían por orientar el pulso, el Girona frenó con una holgura impensable los intentos rojiblancos por engordar su casillero. Ello pese a que el resultado en todo momento sonrío a los catalanes. El afán por agujerear una estructura que no se caracteriza por su fiabilidad, resultó baldío. Si en el primer acto la producción ofensiva de los rojiblancos no satisfizo a nadie, en el segundo tuvo una incidencia ridícula en el desarrollo del juego. Gazzaniga casi no tuvo que intervenir y cuando adquirió protagonismo fue para regalar un gol y generar una incertidumbre en torno al desenlace que previamente ni se intuyó.

La baja de última hora de Nico Williams fue como una premonición. Valverde recurrió a Guruzeta, que pasó inadvertido, por lo demás reiteró sus apuestas habituales. Luego solicitaría el cambio Unai Simón, que aguantó hasta el intermedio, y también se marcharían doloridos Yeray, reemplazado por Lekue, y un Morcillo que participó un par de minutos. Una aparatosa caída le privó de seguir. Como estaría el asunto a esas alturas del choque para que el entrenador echase mano de Capa y Morcillo. En fin. Contratiempos físicos al margen, poco o nada funcionó correctamente. Muy pronto se percibió que el Girona estaba cómodo y confiado.

En la actual campaña, el Athletic no se había visto en otra igual, al menos no en casa, con dos goles en contra en solo veinte minutos. El único precedente de un marcador tan adverso de inicio fue en el Camp Nou, escenario donde el disgusto es una constante histórica. Para que el Girona adquiriese semejante ventaja, por supuesto, se ha de poner en valor sus méritos, un planteamiento ambicioso, atrevido, y una acertada ejecución, con masiva incorporación de efectivos al ataque. Y es asimismo obligado señalar que los chicos de Valverde saltaron al césped sin el nervio suficiente para cortocircuitar esa puesta en escena. Dio la sensación de que los rivales estaban más despiertos, más veloces e inspirados.

Es posible que el gol de Aleix, con apenas cuatro minutos de juego, ejerciera un influjo negativo en la disposición del Athletic, el golpe anímico que produce lo inesperado, aquello que no entra en las previsiones. El Girona se marcó una gran acción, un montón de pases solo interrumpidos por un despeje corto de Yuri que dio continuidad al lance hasta que la pelota quedó alojada en la red. Lo que vino después, más que una reacción poderosa obedeció a la mera inercia. A dos centros paralelos sin rematador se redujo el bagaje del Athletic. Ya se sabe que el equipo de casa ataca si va perdiendo y el otro opta por protegerse. Pero el Girona no renunció a ser ofensivo, cambió la presión alta por un repliegue que le procuró varias contras.

En la antesala del 0-2 fue patente que el Athletic no estaba en lo que celebraba: tras una incalificable ocurrencia de Vesga, Simón realizó un paradón. El córner consiguiente dio pie a un segundo, tras palmeo del meta, y Castellanos cabeceó sin oposición, desviado, pero a los pies de De Marcos, que no pudo eludir el impacto y la metió. Quiso empujar el Athletic, penalizado más por la impericia propia que por la eficacia defensiva catalana. Qué colección de pérdidas, muchas estúpidas, evitables. Una constante donde los supuestos cerebros, Sancet y Muniain, se coronaron de gloria, el capitán también en el balón parado.

La estrategia sí es una baza si el pie lo pone Aleix. Suyo fue el córner del 0-2 y suya la falta, tensa y con gran riesgo para la zaga, que puso para que Yeray peinase y la pelota fuese a tropezar en Vesga. Esta calamidad precedía al paso por los vestuarios y minimizaba el gol de Yuri, uno de sus latigazos cruzados desde la frontal. Eso y un golpe franco de Berenguer anotó el Athletic, que neutralizó al límite varias aproximaciones del enredador Riquelme.

Valverde apeló en el intermedio al oficio de Raúl García, que le correspondió ya con el cronómetro en las últimas, porque lo que es antes nada tuvo que llevarse a la boca. Como le había ocurrido a Guruzeta, ni más ni menos. El resto de las novedades fueron forzadas o directamente incomprensibles. Igual que la pobreza argumental del grupo. Carreras de Berenguer e Iñaki Williams sin rumbo definido, Sancet desdibujado y Muniain empeñado en coger una batuta que precisaría de más ritmo y originalidad.

Una imagen de impotencia que en el peor instante, al filo de la conclusión, se transformó por obra y gracia de la pifia de Gazzaniga. El equipo estaba en inferioridad y la grada empujó en busca de un milagro que realmente hubiese merecido tal consideración en una tarde espesa y desgraciada, al cincuenta por ciento, de un Athletic que no termina de consolidar su candidatura a plaza continental.

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