Osasuna salió vivo de San Mamés cuando perfectamente pudo volverse a casa cabizbajo. Mereció el Athletic mejor suerte, pero su manifiesta incapacidad para resolver, para recolectar en los últimos metros el fruto de cuanto generó gracias a una propuesta ofensiva sin dobleces, le privó de un resultado al que opositó con furia en el primer acto y sin claridad después. En todo caso, aparte de lamentar que su insistencia se revelase baldía, que ni siquiera el azar le sonriese para compensar el elevado número de aproximaciones que acumuló, la mayoría desperdiciadas por pura impericia, le queda el consuelo de que hizo aquello que debía para continuar consolidando su candidatura a plaza continental. En lo que concierne a actitud, nada que reprochar a los rojiblancos, si bien no estaría de más revisar determinadas aportaciones y analizar la posibilidad de probar cosas diferentes, más que nada para impedir que un adversario que se limitó a resguardarse se salga con la suya, eluda la derrota y encima disponga a última hora de una excelente ocasión para protagonizar una auténtica campanada.

Porque Unai Simón salvó los muebles en el tiempo añadido, con una veloz salida a los pies de Manu Sánchez, que se había plantado solo en inmejorable posición para marcar. No se recuerda ningún otro lance por parte de Osasuna que pudiese considerarse como peligroso, pero el mencionado se produjo como consecuencia del paulatino bajón que experimentó el Athletic. Se quedó sin chispa, en buena medida por la pobre aportación de la gente que se incorporó en la segunda mitad y también debido a que Arrasate estuvo listo, manejó con visión sus piezas, agitó la formación con la idea de sacar a su equipo del agujero en el que anduvo metido. Estuvo gran parte de la noche Osasuna apelotonado en torno a su portero, desfigurado por un Athletic que percutió sin pausa y se hizo holgadamente acreedor a que el derbi le recompensara con un desenlace favorable, pero sin meter una es imposible.

La novedad en la apuesta inicial de Valverde fue la reunión de Vesga, Zarraga y Sancet, una fórmula que únicamente había probado en la Copa ante el Sestao River, en un escenario por tanto muy distinto. Quedaba por comprobar cómo funcionaba en liga, marco donde han ido sucediéndose tríos de diverso corte en el centro del campo, pero nunca hasta ahora este, en teoría bastante equilibrado desde el punto de vista táctico. Vesga y Sancet han sido titulares casi siempre, siendo el tercer elemento preferentemente Muniain, pero también Herrera, Dani García e incluso Raúl García. Desde luego, si lo que pretendía Valverde era que el equipo ofreciese una versión muy agresiva, de ataque continuo, dio en el clavo. Zarraga fue uno de los destacados.

Salió el Athletic como un poseso a por el partido. Y condicionó por completo el desarrollo del juego, reduciendo a Osasuna a un conjunto de peones sin más horizonte que arremangarse para la brega a fin de contrarrestar un empuje que no cesó hasta el descanso. Apoyado en una presión asfixiante, que le procuró incontables robos, logró que todo sucediese en campo visitante. Unai Simón se quedó frío observando desde la distancia el formidable despliegue de sus compañeros, traducido en numerosas aproximaciones a zona de remate. El único problema que se apreció en la abrumadora iniciativa, ya se ha citado: la ausencia de precisión, de tacto, de inspiración, en suma de acierto para rentabilizar un descomunal esfuerzo.

Con Osasuna totalmente sometido, impotente para romper un ritmo de locos, que a ratos resultó hasta exagerado, faltó claridad en la culminación. Menudearon los pases mal dirigidos en situaciones favorables, con la zaga navarra al garete, en varias ocasiones desde la línea de fondo, con la ventaja que ello otorga a los posibles rematadores. Tampoco la estrategia funcionó, ni los tiros desde la frontal, más frecuentes de lo habitual. Los Williams estuvieron particularmente desacertados, con elecciones erróneas, varias desesperantes, y ello influyó en el pobre suministro de que dispuso Guruzeta. Es probable que ambos, sobre todo el pequeño, se dejasen vencer por la ansiedad, que el correr del cronómetro les empujase a probarlo de forma individualista. La realidad es que, aunque como bloque el Athletic consiga imponer su ley, todo se complica sin un mínimo de pausa para dar con soluciones prácticas.

Tampoco Sancet anduvo fino. Lucas Torró no le dejó ni respirar, era su misión. Con todo, Aitor Fernández estuvo soberbio. Fue decisivo un par de veces en pleno vendaval rojiblanco, en especial tras un chut que Guruzeta agarró en el área y al que replicó en un alarde de reflejos. De dicha virtud tiró asimismo para cortar un pase de la muerte de De Marcos que buscaba a Sancet en boca de gol. En el segundo acto repitió en una jugada calcada. Claro que los balones dirigidos entre los tres palos de un Osasuna abocado a asumir el rol de equipo menor durante casi dos terceras partes del choque fueron contados.

Tanto ir el cántaro a la fuente no sirvió anoche para hacer bueno el dicho. Y lo peor vino a partir de que Osasuna avanzó líneas. La entrada de Berenguer y Muniain, luego la de Raúl García, nada arregló. Al revés. La dinámica había cambiado. Valverde probó hasta con cuatro arietes distintos, en vano. Los arreones de la última media hora surgían del amor propio, a la tremenda, sin los apoyos precisos y cada pérdida obligaba a recorrer muchos metros hacia atrás. Una pena. Las expectativas se enfrían: dos empates a cero seguidos son mala noticia.