Deprimente actuación de un Athletic que ha vivido a expensas de su rival durante casi todo el encuentro y ha caído con absoluta justicia. La cita se presumía asequible para consolidar una posición de privilegio en la tabla, pero resultó un desastre, como si los jugadores estuviesen anestesiados. Solo con dos goles en contra hubo un atisbo de reacción, aunque es imposible invertir el signo de un choque que se ha consumido con un rendimiento de una insolvencia preocupante e inesperada. Ni el más leve parecido con lo ocurrido en la jornada anterior, donde el equipo de Valverde propuso un fútbol de fuste por actitud y atrevimiento. Este viernes ha estado desnortado, sin criterio; lo que es peor, sin siquiera nervio para tratar de variar un rumbo que por momentos causó pavor.    

La ausencia de recursos clamó al cielo y permitió que el Girona se explayase a gusto ofreciendo un nivel superior a lo habitual. No ganó por casualidad, no, se impuso porque tuvo una idea nítida y se afanó en llevarla a cabo, lo que logró gracias a la flojera que halló enfrente. Desconocidos, la mayoría de los alineados de salida jugaron como flotando, concediendo en todos los espacios del campo. De no ser por el portero, Yeray e Iñigo el asunto podía haber alcanzado cotas sonrojantes en el marcador. Sobre la hierba puede decirse que eso pasó. El Athletic fue la antítesis de lo que cabe imaginar que es, una caricatura de lo que había apuntado hasta la fecha.

A Míchel le avala la simpatía que despierta en la profesión por el gusto que profesa por el buen juego pese a dirigir plantillas modestas. En el Girona no ha cambiado de idea, aunque ello implique, por ejemplo, tirarse siete jornadas sin catar la victoria. Con este cartel, adornado por el punto recién robado del Bernabéu, recibía a un Athletic convencido de haber regresado a la senda que le debe conducir a Europa tras deshacerse del Villarreal. Una impresión que los hombres de Valverde fueron incapaces de plasmar, mientras que enfrente daban rienda suelta a su creatividad y alegría. Un contraste tan fuerte que la primera parte de convirtió en un monólogo catalán. Sobre todo la media hora inicial, un calvario porque el Athletic no supo interpretar lo que el partido pedía y el Girona se hartó de llegar a posiciones de remate.

El desarrollo del juego fue unidireccional, con transiciones muy dinámicas que dejaron la reconocida presión del Athletic en nada. Tocando desde atrás, con un control neto en la zona ancha, donde Míchel colocó cuatro piezas, y contando siempre con la colaboración de los laterales, que se iban de Berenguer y Nico Williams para generar superioridades en los costados. Por ahí se gestaron la mayoría de los avances locales, especialmente por el lado de Yuri, quien no podía frenar a Villa, asistido siempre por Arnau y Yangel Herrera.

La facilidad para desplegarse del Girona fue tan manifiesta que resultó hasta extraño que el marcador no se moviese, si bien en ello tuvo mucho que ver el papel de la pareja de centrales, impecables y resolutivos para compensar, en ocasiones al límite, la fragilidad de la estructura. Con Vesga y Sancet desbordados y un Raúl García casi inédito hasta que agarró un remate cerca del intermedio. La impericia catalana en la finalización trajo consigo un paulatino descenso de las revoluciones. Era inviable sostener el ritmo del comienzo, saldado con una decena de aproximaciones.

Simón trabajó como ni recordaba y evitó un gol cantado en un golpe franco que, desviado por la barrera, a punto estuvo de despistarle. Neutralizó otros intentos, aunque no tan venenosos como los que tuvo que afrontar en el segundo acto. La charla del descanso no tuvo efecto alguno. Valverde se limitó a retirar a Yuri para forzar el debut de Balenziaga, que no pudo disimular su inactividad. La acción del 2-0 fue paradigmática, pero antes ya pudo el Girona cobrar una ventaja amplia. Simón tuvo que multiplicarse a fin de frenar unas acometidas que, por mera inercia, acabaron reflejándose en el tanto de David López.

El central cabeceó a bocajarro con Iñaki Williams dormido en el saque de falta de Aleix. La fábula del cántaro cobró forma, así de simple. Para entonces Lekue y Vesga habían sido relevados por De Marcos y Vencedor, pero los problemas no cesaron. La gente de arriba continuaba desenchufada, eran meros figurantes, pero el técnico solo retocó la estructura defensiva. Cuando se decidió a agitar de veras el equipo con Zarraga y Guruzeta, de lo poco salvable ambos, el 1-0 presidía la contienda.

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Se ha de reseñar que los tres primeros relevos de Míchel estuvieron orientados a refrescar el ataque. Veía el entrenador local que el partido les pertenecía a falta del remate que lo ratificase. Una vez lo tuvo, aguardó a ver si el Athletic espabilaba, pero entonces vino el desgraciado lance que supuso la puntilla. La volea que enganchó Guruzeta poco después solo sirvió para demostrar que la respuesta era más producto del cansancio del Girona y su temor a malgastar la ventaja que de una mejoría propia. Salvo alguna ocurrencia de Nico Williams nadie supo comprometer a un grupo que ya no tuvo reparos en replegar velas y asentarse cerca del área de Gazzaniga, a quien únicamente probó Zarraga desde lejos. Los demás no estaban en condiciones de inquietar.

Y así fue muriendo un encuentro de esos que evocan a tantos perpetrados en cursos recientes, donde las expectativas terminaron enterradas a diez palmos del suelo. La verdad es que cuesta entender vaivenes tan extremos. Valverde tiene material para reflexionar. Su propuesta será atractiva, pero en ocasiones cabe cuestionar si está acertado en la gestión del grupo.