INGUNO de los factores que se barajaban con Europa en el horizonte obtuvo plasmación favorable, pero es obligado analizar la respuesta brindada por el Athletic en el Sánchez Pizjuán porque no había posibilidad de intervenir en el otro escenario donde estaba en juego la candidatura propia. Y al escribir candidatura, que no se hace para mezclar temas, es legítimo cuestionarse si realmente el intento del Athletic merece ser considerado así y no era sino un bluf.

Era una de esas jornadas que sirven para calibrar la consistencia del equipo y, lógicamente, del proyecto. Que para salirse con la suya dependiese de un marcador ajeno era algo asumido y se suponía que los profesionales se abstraerían del desenlace del Camp Nou mientras exponían sus mejores argumentos sobre el césped. Sí que saltó el Athletic a presionar alto y provocó varias pérdidas del anfitrión, parecía la manera correcta de meterse en faena y faltaba por descubrir si ese esfuerzo coral vendría aderezado por la valentía, si afloraría la personalidad del conjunto que necesita ganar y al que le interesa resaltar esa idea ante los ojos de un enemigo que tampoco se jugaba la vida precisamente.

Agua. La impresión que dejó flotando el primer tiempo del equipo no guardó correspondencia alguna con la coyuntura. Al margen de que sea sospechoso coronar medio partido realizando una sola falta o que sepa a poco probar el remate dos veces nada más, la imagen general abría un interrogante en torno a la disposición, al convencimiento, a la ambición. Acaso todos estos términos que tienen que ver con la actitud que se transmite sean en realidad la misma cosa, pero la cruda verdad es que no se terminó de ver a un Athletic capaz de tensionar el duelo, no compareció el grupo que desea e intenta imprimir su ritmo, que no se conforma con ser eficiente en defensa y se proyecta hacia arriba, quiere la pelota, propone e inquieta al portero contrario con algo de fundamento.

Así que cuando llegó la noticia del Camp Nou, quedó la duda de si el gol del Villarreal era la penitencia a la que se había hecho acreedor el Athletic con su tibia puesta en escena o si es que de antemano el Athletic ya daba por hecho que la noche no le sería propicia. Desde luego, tanto una hipótesis como la otra encajarían con lo presenciado, muy por debajo de cualquier expectativa razonable y, para decirlo todo, en sintonía con un puñado de citas cumbre bajo la batuta de Marcelino.

Los pesimistas albergaban motivos de peso para serlo y en este sentido puede afirmarse que ellos fueron los únicos que no se llevaron un berrinche y si lo hicieron, no sería muy gordo. Estaban advertidos. A quienes depositaron sus ilusiones en la opción continental del Athletic y creían de verdad que se materializaría o que, como mínimo, los rojiblancos cumplirían con su parte, qué decirles. Ellos, igual que los que no lo veían claro, suspiran por ver un Athletic que les haga sentirse satisfechos en días señalados y la versión de anoche es de mal gusto.

Del segundo acto qué decir. Además de que el Villarreal no tardó en afianzar su triunfo con un segundo tanto, reseñar que previamente Williams, de rebote, envió el balón a la madera y... Hasta ahí. No se supo más del Athletic, que se superó a sí mismo con un rendimiento que constituía una invitación al Sevilla para que liquidase la contienda. Es lo que ocurrió tras ceder el negado En-Nesyri su lugar a Rafa Mir, que clavó la primera que tuvo, con la zaga al garete. Fue un lance donde hasta Iñigo Martínez falló, aunque es probable que fuera víctima de la desesperación y que por un instante perdiese la concentración con tanto error a su alrededor y tanto desaparecido. Nada nuevo esto último cuando el fútbol reclama compromiso, asunción de responsabilidades, arrojo, en algún caso liderazgo, en fin, lo que se conoce por dar la cara, aun a riesgo de que acabe partida en dos.

Avanzaba el partido y el público de celebración: ovación para fulano, luego para mengano y, como aquello era un monólogo local, otra para zutano. Y el himno a capela para certificar la descarada superioridad del Sevilla. A todo esto, el Athletic reculando para no encajar más, tal fue la tónica con el marcador en contra, un ejemplo concluyente de impotencia y desmoralización. Con ese espíritu y esos recursos, ganar es una quimera. Y Europa, una broma pesada.