La figura de Iñaki Williams es diana habitual de críticas. Y como juega muchos partidos, todos, el tono de los reproches va subiendo. El asunto viene de lejos. Su exigua producción de cara a puerta, ya sea como rematador o como generador de situaciones propicias para los compañeros, no deja de ocupar espacio en los medios y en las conversaciones de la calle.

El vestuario le protege y el entrenador le defiende, todos insisten en resaltar los beneficios que para el colectivo se derivan de su abrumadora presencia en las alineaciones, pero nada logra aplacar la convicción, cada vez más extendida, de que Williams se halla muy lejos de ser la solución que el Athletic demanda en la delantera. Lo peor del asunto es que el estatus que posee en el equipo, esa vitola de indiscutible, en teoría estímulo y trampolín para elevar sus prestaciones, se ha demostrado que no es de gran ayuda. Su rendimiento se ha estancado y empieza a emitir síntomas de frustración e incomodidad.

La generosidad en el esfuerzo que se le atribuye o acciones llamativas que intercala esporádicamente, no le redimen; no bastarían para compensar una dinámica muy marcada por la impericia que exhibe en aquellas funciones que serían competencia del hombre que se ubica en la posición más avanzada. No cuesta imaginar que este déficit, además de rebajar su trascendencia en el campo, tiene su repercusión en el plano mental.

Por mucho que Williams goce de la confianza de su entorno más próximo, es obvio que la acumulación de errores o decisiones equivocadas y su estadística rematadora no favorecen la estabilidad anímica. Frente al Real Madrid, según corría el cronómetro y tras marrar un par de ocasiones, fue patente cómo se iba enredando, pecaba de individualista o protagonizaba reacciones extemporáneas. No cesó de entablar duelos dialécticos con los rivales, ni tras el pitido final del árbitro.

LOS NÚMEROS

A fecha de hoy, el debate sobre sus aptitudes como ariete parece amortizado. No hay visos de que vaya a reabrirse cuando a su edad -soplará 28 velas en junio- cumple su octava campaña en el equipo con unos registros goleadores bastante elocuentes: 70 en 311 citas oficiales. Se diría que ya ha perdido sentido alentar aquella expectativa que salía de combinar su singular perfil futbolístico y la fuerza de la costumbre, fórmula mágica que iba a conseguir un Iñaki Williams ejerciendo como de un delantero se espera. Por supuesto, anotando por encima de los siete goles de media en la liga que luce en el último lustro.

La sucesión de Aritz Aduriz, que colgó las botas tras apenas intervenir en la 2019-20, trajo el asentamiento de Williams como ariete. La vigente sería su tercera temporada como fijo en dicha demarcación, si bien en las previas fue paulatinamente alternándola con la de extremo, casi siempre por el ala derecha, que es como se dio a conocer en la máxima categoría. De hecho, ha consumido más de la mitad de sus actuaciones en el Athletic, casi dos centenares, como punta en solitario o formando parte de una dupla. Un recorrido en absoluto refrendado por el acierto en la culminación.

Disponer de espacios para desarrollar la potencia en carrera, el don que le distingue, es sin duda una circunstancia que favorece a Williams, pero que choca a menudo con los planteamientos tácticos de los rivales. De ahí que al principio se estimase que sus cualidades serían más aprovechables a domicilio, con el anfitrión obligado a asumir la iniciativa y adelantar su línea defensiva. Disquisiciones con cierto fundamento que se fueron aparcando desde que los entrenadores decidieron que dejase de pisar la cal para convertirle en un atacante que se mueve en la franja central del terreno fuera y en casa.

No cabe negar que Williams es un futbolista que intimida y mantiene ocupados a los centrales, sabedores que de su aceleración les puede dejar en evidencia. Claro que a estas alturas tampoco pasa desapercibido su divorcio con el gol. Carece de los fundamentos técnicos de un especialista de área, su juego aéreo es limitado a pesar de su envergadura y en el mano a mano con los porteros tiende a precipitarse. Acaso con mayor asiduidad a medida que malgasta oportunidades.

TRATO ESPECIAL

Condenado a vivir bajo la lupa de una afición que ha visto desfilar por San Mamés auténticos depredadores (Aduriz, Llorente o Urzaiz, los más recientes), el futuro de Iñaki Williams se antoja incierto. Al menos, en el rol que ahora desempeña. En todo este proceso han intervenido factores no estrictamente deportivos que tampoco le han impulsado, que si se analizan con perspectiva resultan contraproducentes.

Uno sería el jaleado récord de participaciones consecutivas que ostentaba Juanan Larrañaga y superó hace semanas. No faltar nunca a un partido a lo largo de cinco campañas y media, aparte de ser algo extraordinario, adjudica al futbolista una importancia desmesurada se mire como se mire. En este caso lo demuestra que dicha continuidad no está sustentada en el rendimiento, en los méritos hechos sobre la hierba. Al fin y al cabo, hablamos de un delantero sin gol. Pero ese trato de privilegio impulsado desde el club, persiste.

Luego está la dimensión de su vínculo profesional. Si el contrato que el Athletic le extendió en la etapa de Josu Urrutia ya era exagerado, en sí mismo y dentro de la escala que regía en el vestuario, cómo catalogar la ampliación del mismo por iniciativa graciosa de Aitor Elizegi. Como mínimo de improcedente, pues constituye un error estratégico desde la perspectiva de club y contribuye a deformar definitivamente la realidad en que se mueve Iñaki Williams. Jugador muy aprovechable para el equipo, pero que nunca será estrella, aunque el trato que recibe insinúe lo contrario.