El partido del lunes en San Mamés viene condicionado por dos premisas, ambas conectadas al resultado. Si el Athletic gana, la vida seguirá igual, no habrá novedades en su seno, los días siguientes discurrirán con normalidad, al menos hasta la cita del domingo 29 en Getafe. Si el Athletic pierde, Gaizka Garitano dejará de ser el entrenador y el club intentará cerrar un acuerdo con Marcelino García Toral para que ocupe el banquillo de inmediato. Cabe una tercera posibilidad, que se registre un empate, en cuyo caso se desconoce por qué opción se decantarán los responsables de la entidad. Acaso se inclinen por el malabarismo, centrando el análisis y el veredicto en los méritos y deméritos del equipo en los noventa minutos.

Así expuesta, la situación puede sonar desconcertante, curiosa, increíble, pero es por donde van los tiros. Analizado desde la perspectiva clasificatoria, el cruce con el Betis no podría catalogarse de decisivo para la suerte del equipo, que antes del inicio de la jornada figuraba en un pañuelo junto a una docena de rivales. Por tanto, si el Athletic se halla en semejante encrucijada, barajando muy seriamente el relevo del técnico apenas cubierto un cuarto del calendario, se debe a la existencia de otros factores que pesan como una losa en el ánimo de los inquilinos de Ibaigane.

De entrada, es imposible sustraerse a las cinco derrotas acumuladas, todas frente a enemigos asequibles. Tampoco es fácil mirar para otro lado y obviar la imagen ofrecida en la mayoría de las actuaciones. Todo junto describe una trayectoria descendente cuyo final cuesta divisar. En realidad, se ha llegado hasta aquí sin que la directiva intervenga gracias a las victorias caseras sobre Levante y Sevilla, que le concedieron al entrenador sendas bolas extra para que continuase. La de mañana no deja de ser la tercera reválida de Garitano, con la particularidad de eso precisamente, de que es la tercera ya. Y en la vana espera de una reacción convincente, su crédito está bajo mínimos.

Pero el factor principal para entender el trascendental valor que la directiva otorga al marcador de mañana es imputable a la propia directiva. La crisis del equipo no arranca en septiembre, su origen es bastante anterior. Sin embargo, quienes han de velar por los intereses del club y gobernar a partir de unas directrices claras, sólidas, para detectar los problemas y promover soluciones, han pecado de inacción, han sido incapaces de hincarle el diente al asunto y han dejado que todo se deteriore. Han permitido que, en vez de crecer o progresar, el equipo fuese adquiriendo defectos y vicios que le han convertido en un colectivo vulnerable, que acusa en exceso sus limitaciones y despliega un repertorio muy gris.

La directiva no puede alegar que lo de ahora no se viese venir. Sucede que se dio por satisfecha con el billete para la final de Copa, obviando o pasando de puntillas por el paulatino desgaste del proyecto. Dicha conquista se esgrimió como la gran baza para alabar a Garitano y renovar su contrato, pese a que saltaban a la vista las consecuencias de su modo de repartir minutos o la mentalidad conservadora que trasluce la preparación y la gestión de los encuentros.

Este proceder por omisión de la Junta Directiva, este no querer intervenir para abordar una mejora de la propuesta futbolística, es el mismo criterio que ha aplicado para tirarse semanas debatiendo qué hacer con Garitano, mientras el técnico insistía con sus recetas. Las discusiones internas que han aflorado posturas de todos los colores y ninguna con el suficiente consenso, son el enésimo ejemplo de indefinición que ahora, de repente, deriva en el ultimátum con sordina de mañana. En el fondo, la directiva no hace sino tirar de calculadora, estaría encantada si no ha de usar el bisturí y cavila que con los tres puntos de mañana puede estar un par de semanas más sin tocar nada, sin tomar decisiones. Sueña con ganar luego al Celta en Bilbao para seguir maquillando con números la vulgaridad. Y bueno, si por un casual en medio se rascase algo en Getafe, pues perfecto, como si nada estuviera pasando.

No hay pues voluntad para atender el medio y largo plazos, no importa demasiado que el equipo pueda estar unos meses más haciendo lo mismo. Con tal de huir de la cola€ La directiva y el entrenador van de la mano. Desde hace tiempo conviven abonados al resultado contante y sonante, al próximo partido, una postura que, entre otras consecuencias, aparca la promoción de valores de Lezama, la filosofía que nutre al club. Que lo haga Garitano, puede tener un pase, él sabe dónde se mete y responde con su puesto, pero que la directiva lo avale con su inmovilismo es muy preocupante.