L gol de Asier Villalibre al Sevilla ha dado mucho que hablar y ha ejercido asimismo de contrapeso en un contexto enrarecido. El inicio de la competición, de por sí anómalo por el baile de horarios y la celebración de jornadas incompletas, se vive en el entorno del Athletic con un punto de excitación impropio de estas fechas. No faltan debates subidos de tono y se cuestiona todo, el proyecto y sus protagonistas, técnico, jugadores y responsables varios. Si el decepcionante rendimiento en Los Cármenes actúa como detonante principal en esta especie de crisis, tampoco pueden obviarse otras contribuciones como las inoportunas declaraciones salidas del vestuario o la rumorología sobre posibles fichajes que el club, además de no controlar, ha alentado.

Y en pleno desasosiego va Villalibre y marca para derrotar al ambicioso Sevilla en uno de los amistosos del pasado viernes. Una aportación que de inmediato relanzó la candidatura del jugador a la titularidad, además de arrojar un halo de esperanza dada la ineficacia rematadora que arrastra el equipo, tema estrella en los análisis externos e internos. Retirado Aduriz y con Raúl García reciclado durante el curso anterior, la conveniencia de realizar una apuesta firme por el delantero específico hecho en casa hallaba un argumento más a sumar a lo apuntado por Villalibre en sus contadas apariciones hasta la fecha.

Sin embargo, pese a que la presencia continuada de este futbolista en el once se antoje una cuestión a materializarse por pura inercia y que será efectiva más pronto que tarde, contar con alguien capaz, quizá no de inmediato pero sí a medio plazo, de aprovechar lo que cae en el área no resuelve el déficit goleador. Cabe que Villalibre rinda en una demarcación capital en el ataque, que ello se traduzca en una cuota de acierto que eleve los registros del Athletic, pero no dejará de ser una ayuda parcial. Solo en casos excepcionales, como el que por ejemplo personificaba Aduriz, contar con un punta muy competente permite maquillar la inoperancia del resto de los integrantes del conjunto y desde luego no procede cargar semejante exigencia sobre las espaldas de un recién llegado a la elite.

La gente se ha quedado con el cabezazo de Villalibre, listo para anticiparse a la zaga andaluza y hábil para dirigir la pelota lejos del alcance del portero. Es lógico, es la imagen que recoge un instante mágico. No obstante, se trata únicamente del colofón o la parte final de una acción que merece ser repasada detenidamente porque incluye otros aspectos y detalles básicos si se quiere avanzar en la ardua tarea de lograr un índice de efectividad acorde a los objetivos que se pone el Athletic.

De entrada, el gol se fabricó en un lance de estrategia. Una falta bastante perpendicular y alejada del área, algo escorada hacia la izquierda. Este tipo de balón parado se suele ejecutar con un centro que coge mucha altura para buscar la intervención de un compañero, normalmente un central, que aguarda en uno de los laterales del área el envío para desde allí intentar meter la pelota en la zona de remate, entre el punto de penalti y el área pequeña. Una fórmula que el Athletic ha repetido (no solo con el actual entrenador) en cientos de ocasiones con un resultado muy pobre y es que potencia las opciones de despeje del equipo rival.

Esta vez, se decidió realizar un saque distinto, a ras de césped y hacia una banda, donde esperaba el hombre encargado de efectuar el pase al área. Así se lograba sorprender y el Sevilla se veía forzado a modificar sobre la marcha su posicionamiento defensivo a fin de gestionar un balón enviado desde un lugar que favorece la posibilidad de conectar un remate directo a puerta. Ocurrió que el servicio que buscaba un compañero estuvo bien templado, con la altura, la fuerza y la dirección precisas para que diese su fruto. Y gracias a una maniobra no habitual y bien trazada pudo luego Villalibre imponer su instinto y mover el marcador.

¿Qué otro aspecto resalta en este gol? Pues, la identidad del trío protagonista. De Villalibre ya se ha dicho suficiente. Quien dio el primer toque fue Unai López, un medio con gusto y técnica, algo irregular aún pese a que el año pasado creció mucho sin balón, cuestión que no le ha servido para convertirse en un fijo en el esquema de Garitano, especialmente en las citas lejos de casa, sin ir más lejos en Granada. Y el que se desmarcó para recibir con comodidad del anterior, prepararse, levantar la cabeza y asistir al goleador fue Iñigo Vicente, que si no es el último de la fila, por ahí anda. Enseñó más cosas Vicente, como una contra que con el recurso instintivo de usar la zurda en carrera ante la presión de dos rivales casi desemboca en golazo.

O sea, tres jóvenes que buscan sitio en el equipo desatascaron el duelo al brindar una muestra fehaciente de que la creatividad y la calidad facilitan el camino al gol. Contar con un delantero finalizador es insuficiente si falla el suministro. En realidad, el problema del gol en el Athletic empieza lejos de la portería.

Tres jóvenes que buscan sitio brindan una muestra clara de que la creatividad y la calidad abren vías que conducen al gol