VALENCIA: Cillessen; Florenzi (Min. 84, Wass), Diakhaby, Paulista, Jaume Costa; Kondogbia, Parejo (Min. 84, Vallejo), Ferrán (Min. 62, Cheryshev), Guedes (Min. 62, Soler); Rodrigo y Maxi Gómez (Min. 75, Gameiro).

ATHLETIC: Unai Simón; Capa, Yeray, Iñigo Martínez, Berchiche; Dani García, Unai López (Min. 66, Vesga), Williams (Min. 66, Villalibre), Muniain (Min. 82, De Marcos), Córdoba (Min. 90, Balenziaga); y Raúl García (Min. 82, Sancet).

Goles: 0-1: Min. 13; Raúl García. 0-2: Min. 47; Raúl García.

Árbitro: Xavier Estrada Fernández (Colegio catalán). Amonestó al valencianista Diakhaby (Min. 83).

Incidencias: Partido correspondiente a la trigésimo tercera jornada de LaLiga Santander disputado en Mestalla. Aritz Aduriz recibió antes del partido el reconocimiento a su trayectoria por parte del Valencia, club en el que militó dos temporadas. El presidente Anil Murthy le entregó un cuadro conmemorativo con una imagen de la celebración de uno de sus 23 goles marcados con la camiseta ché.

La desconfianza que inspiraba el desbarajuste institucional del Valencia se reveló del todo injustificada. Esta vez Voro no pudo obrar el milagro, en su estreno chocó frontalmente con una apisonadora, un oponente que se dedicó a hurgar a fondo en sus miserias y le pasó por encima. Firmó el Athletic, siempre imprimiendo a sus evoluciones dos o tres marchas más que el cuadro levantino, al que sentenció con sendos goles en el inicio de cada una de las dos partes, ambos de Raúl García, el estilete necesario para plasmar en el marcador la diferencia percibida en cualquiera de las facetas del juego. La primera derrota local en Mestalla se gestó a partir del convencimiento y el buen criterio que exhibieron los hombres de Gaizka Garitano, enteros y prácticos para gestionar con acierto prácticamente la totalidad de los noventa minutos.

No hubo color. En amplias fases dio la sensación de que competían conjuntos de niveles muy dispares. En absoluto se pudo deducir de lo presenciado que en realidad se trataba de un duelo directo por una plaza continental. Comparecía el Valencia con un punto más y se retiró a dos del Athletic, que requería un encuentro redondo en un escenario normalmente ingrato para apuntalar su candidatura a estar en Europa el próximo curso. Hasta la fecha había emitido síntomas de hallarse en una buena línea, pero triunfos como este alientan las mejores expectativas. Después de media docena de encuentros, es legítimo hablar de un crecimiento paulatino y constante, la mejor noticia para potenciar la autoestima, factor que debe ser determinante con un calendario tan exigente.

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Valencia 0 - Athletic 2

Antes de que el Valencia se diera cuenta de que el balón rodaba, el Athletic ya estaba asentado en su parcela y amenazando. Raúl García pudo marcar a centro de Capa en el cuatro. Cierto es que en la siguiente acción, Unai Simón realizó su única parada comprometida, a remate de Guedes tras una absurda pérdida propiciada por el nervio destemplado que Yuri no aplacó hasta pasado un rato. El propio lateral lanzó la segunda advertencia en el área de Cillesen, que fue la estación de destino de cuanto se fabricó en la media hora inicial. Con una presión altísima, el Athletic bloqueó a su rival: borró a Parejo, el faro, cortó el suministro a los interiores, desactivó a la pareja de delanteros y le obligó a lanzar en largo para buscar aire, un chollo para Yeray, Dani García e Iñigo.

Por supuesto, se registraron incontables pérdidas. Una entrega horrible de Kondogbia permitió a Muniain conectar con Williams y su veloz centro al punto de penalti encontró el interior de la bota derecha de Raúl García. El plastazo hizo mella entre los chés. Vaya que sí. Los minutos posteriores fueron un baile, con Unai López en su salsa, tocando fácil y asociándose con todo el mundo sin que el Valencia pudiera cortocircuitar el monólogo. Deambulaban unos y se gustaban los otros, conscientes de que había que perseverar. En efecto, el Athletic huyó de la especulación, no dejó de insistir, agresivo sin balón y ágil con él. La tónica apenas experimentó variaciones hasta el intermedio, salvo en los instantes previos al mismo, en lo que cabría catalogar como un acceso de amor propio del Valencia, insuficiente para cuestionar el resultado.

La mejor noticia para el Athletic fue que no tardó sino un puñado de segundos a la vuelta de vestuarios para zanjar el choque. El presumible intento del Valencia por invertir una tendencia que le había reducido a la mínima expresión lo abortó Raúl García con un impactante zurdazo desde la frontal. Habían saltado a morder de nuevo e indujeron a Costa a fallar, Córdoba, cuya frenética actividad resultó impagable, recogió y cedió de inmediato al navarro, el tipo que nunca se conforma. El semblante de Voro era un poema. Se desconoce qué les dijo a sus muchachos en el descanso, pero para lo que sirvió igual le hubiese dado haber permanecido en silencio. Dos goles establecían un abismo, eran el reflejo exacto, incluso corto, de lo que sucedía sobre la hierba y de lo que vino a continuación.

El carrusel de sustituciones no afectó al pulso. Le costó al Valencia casi un cuarto de hora pisar terreno ajeno, tiempo en que pudo incrementar su renta un Athletic que funcionaba como un reloj. Como era de prever, la intensidad fue decreciendo. Forzar más carecía de sentido, el duelo estaba bajo control. Garitano podía maniobrar tranquilo. Primero concedió un respiro a Unai López y Williams y es posible que tardase demasiado en dar entrada a más gente. En el último tramo el Valencia avanzó metros, de algún modo se lo permitieron, pero hasta la línea que dibujaron Yeray e Iñigo, implacables en la disputa y contundentes en el despeje.

La impotencia local afloró en una doble agresión de Gabriel Paulista a Villalibre, pero había arraigado en el resto de sus compañeros, cansados de padecer las consecuencias de la tremenda aplicación con la que se desenvolvió el Athletic, su orden y ese afán por discutir uno a uno cada balón suelto. Hubo algunos remates contra la portería de Simón, ninguno bien dirigido. A Cillesen dejaron de importunarle. Lo dicho, ya no era cuestión de asumir más gasto que el preciso para conducir la contienda hacia el desenlace cantado. Sancet probó a incordiar con sus conducciones, el chaval quería sumarse a la fiesta con algún detalle, pero los minutos corrían ya a beneficio de inventario. Por ello precisamente sobró que Balenziaga se incorporase en el noventa. Un leve borrón en un partido que por lo demás dejó un regusto muy, pero que muy sabroso.