ATHLETIC: Iago Herrerín; Capa, Yeray, Iñigo Martínez, Yuri; Dani García, Unai López; Williams (Min. 81, Lekue), Muniain, Ibai; y Raúl García (Min. 66, Villalibre).

CELTA: Rubén Blanco; Kevin Vázquez, Araujo, Murillo, Olaza; Okay Yokuslu, Rafinha (Min. 79, Denis Suárez), Fran Beltrán; Brais Méndez (Min. 87, Aidoo), Iago Aspas y Santi Mina (Min. 68, Pape Cheikh).

Goles: 0-1: Min. 56; Rafinha. 1-1: Min. 76; Raúl García, de penalti.

Árbitro: Medié Jiménez (Comité Catalán). Mostró tarjeta amarilla a los locales Capa (Min. 12), Unai López (Min. 19), Yuri (Min. 27) e Iñigo Martínez (Min. 83); y a los visitantes Araujo (Min. 23), Rubén (Min. 72) y Kevin Vázquez (Min. 92).

Incidencias: Partido correspondiente a la vigésima jornada de LaLiga Santander disputado en San Mamés ante 41.348 espectadores, según datos oficiales.

bILBAO - Cumplió el Athletic con todos los mandamientos para alcanzar el cielo, el triunfo en este caso, con todos menos con el principal, el que habla de meter el balón en la portería contraria. Y consecuencia de ello dejó de ganar un partido que fue suyo, donde debería haberse impuesto con suficiencia al Celta, que puede darse con un canto en los dientes por el empate que rascó en San Mamés. No siempre es así, pero ayer los hombres de Gaizka Garitano desparramaron sobre el verde argumentos de fuste para festejar el reencuentro con su afición, practicaron un fútbol más atractivo de lo habitual y la producción de llegadas y remates fue altísima. Que finalmente tuvieran que repartirse los puntos con el visitante no deja de ser una pequeña desgracia, un accidente de tantos que se dan en una temporada porque esto es fútbol y a veces sucede que los méritos no obtienen el reflejo adecuado en el marcador.

Después de empatar en las tres jornadas previas, saltó el equipo muy convencido de sus fuerzas, dispuesto a saciar su hambre, un empeño del que no se desvió en toda la tarde, y sin embargo se retiró a la ducha con las ganas. Lo curioso es que acabó necesitando de un penalti para eludir la derrota, marcó desde los once metros y con las manecillas del cronómetro anunciando el último tramo del partido, pese a que antes y después de dicho lance fabricó un sinfín de situaciones para agujerear la estructura defensiva de los vigueses, muy estéticos a la hora de tocar y distribuir a ras de césped, pero blandos en tareas de contención. En suma, la combinación de impericia e infortunio, porque aunque solo fuera por insistencia el único gol que registra el casillero rojiblanco no hace justicia a lo presenciado, privó del premio al que legítimamente aspiró.

Lo de menos es que la suma de tres puntos hubiera supuesto un impulso considerable al coincidir los tropiezos de los conjuntos con los que comparte zona en la clasificación, lo de más es, en realidad, la sensación de fastidio al cabo de los noventa y muchos minutos, pues ni haciendo las cosas mejor que la mayoría de los días fue capaz el Athletic de resolver una cita de esas que si ya de antemano se señala como propicia para ganar, luego, visto su desarrollo deja un regusto muy amargo.

Acaso porque lo tenía muy claro, la puesta en escena resultó impecable. Desarboló por completo la oposición gallega, actuando con velocidad y profundidad para ir coleccionando oportunidades que se fueron al limbo. Ese cuarto de hora inicial se convirtió a la postre en una premonición. La contrastada dificultad que arrastra el Athletic en los metros decisivos se plasmó con crudeza y sirvió de paso para que el Celta respirase y poco a poco fuese desplegando sus señas de identidad. Es imposible mantener durante largo tiempo una propuesta tan revolucionada y de ello sacó tajada el rival para exhibir sus habilidades entre líneas, lo que equilibró ligeramente el cómputo de acciones de peligro antes del descanso. Así todo, lo normal hubiese sido que el Athletic cobrase ventaja, pero ni Raúl García, ni Yeray, ni Williams, ni Yuri, ni Muniain en plancha y a bocajarro, superaron a Rubén Blanco. Apuntar que asimismo Olaza acarició el gol, lo que evitó Herrerín, y que Santi Mina remató fuera un pase de Aspas que le había dejado más solo que la una en el segundo palo.

En la reanudación volvió el Athletic a la carga. Otra ración de aproximaciones, hasta tres casi seguidas que no quisieron entrar. No le quedaba sino perseverar, pero sucedió lo de siempre: tanto perdonar pasó factura. Antes de la hora, Aspas se asoció con Rafinha, quien ajustó su tiro desde la frontal e hizo inútil la estirada del portero. Alguno pensaría que aquello era el colmo, motivos había para ello. El equipo se movía con gracia, dinámico y versátil, explotando toda la anchura del terreno para percutir, siguiendo las acertadas indicaciones de Unai López, que cuajó un partido estupendo y con su criterio y tacto mantuvo encendida la llama de la esperanza hasta la conclusión.

Se ha de reconocer que el Athletic supo digerir el mazazo, no perdió la compostura. Por supuesto no permitió ni una broma más al Celta, que en adelante dedicó todo su esfuerzo a defender el tesoro que le evitaba dormir en posición de descenso.

Óscar García gastó sus tres cambios para dotar de mayor consistencia a los suyos, mientras que Garitano retiraba a Williams e Ibai, cuyo impacto no estuvo a la altura requerida. Dejó que Muniain siguiese, pese a sus evidentes síntomas de cansancio y que, la verdad, tampoco estuvo demasiado acertado, y de un centro del capitán nació la igualada. Beltrán sacó el brazo a pasear y el árbitro aplicó el castigo consiguiente. Raúl García ejecutó con violencia y apuntando al palo derecho de Blanco, que se tiró al lado opuesto. Bueno, salvado el agobio, restaban veinte minutos para tratar de instaurar la lógica de una maldita vez, pero no fue posible.

Todo el esfuerzo invertido fue en vano. Rebasado el noventa se contabilizaron dos acciones que deberían haber recompensado el comportamiento colectivo del conjunto que buscó sin disimulos y de principio a fin la victoria, pero ni con el portero superado se dignó a comparecer el segundo gol. La tuvo Villalibre, pero su picadita la sacó el tercer central que puso en liza el técnico rival, y segundos después otro defensa frustró el acrobático remate de Raúl García.

Desde luego, el Athletic acumuló razones para lamentar el desenlace. De acuerdo que careció de efectividad, pero por lo demás nada, o casi nada, se le puede achacar. Elevó su rendimiento, imprimió calidad a la elaboración de su fútbol y generó no menos de una docena de jugadas para haber cantado gol. Ha habido bastantes tardes en que ha rentabilizado una o dos llegadas. Este negocio es así y ayer tocó resignarse.