BILBAO. A una jornada de cubrir la mitad del campeonato aparece el Athletic más o menos donde estaba en mayo, cuando concluyó la anterior edición del mismo. Si entonces se consideró que albergar serias opciones de entrar en Europa constituía un éxito, que lo era porque tuvo que espabilar y acelerar para compensar el retraso que por estas fechas arrastraba en la clasificación, pues ahora no hay razón para decir una cosa diferente. Aunque en agosto partiese desde la línea de salida común para todos los equipos, figura bien colocado.

A Gaizka Garitano se le debe agradecer que a lo largo de un año entero, en circunstancias dispares, haya sabido mantener al equipo en un nivel competitivo muy válido, tal como certifican los resultados. Y lo ha hecho a su manera, convencido de las bondades de su librillo, sin importarle demasiado el qué dirán. Apostó con firmeza por un funcionamiento concreto que mereció el aplauso general y continúa fiel a su idea. El estilo que caracteriza a su Athletic es perfectamente reconocible. La afición sabe a qué atenerse y los rivales son conscientes de cuáles son sus fortalezas y la dificultad que entraña enfrentarse a ellas. Se ha consolidado un sello, una manera de jugar, la que el entrenador quiere y los jugadores han interiorizado como idónea tras comprobar su rentabilidad. No tiene pinta de que vayamos a asistir a una evolución llamativa en los meses venideros, pero es razonable esperar que con el paso del tiempo se vayan produciendo avances un poco en la línea de lo apuntado desde el verano.

Doce meses atrás carecía de sentido el debate sobre aspectos donde se entiende que hay un margen de mejora. Garitano aceptó el cargo sobre la marcha, a mitad de curso y en un contexto concreto que no invitaba a la experimentación. Tomó una serie de medidas correctoras que se revelaron acertadas para zanjar el desvarío liderado por Eduardo Berizzo. Todo el mundo quedó satisfecho porque lo prioritario era eludir apreturas. Conseguido esto tocaba apurar al máximo las opciones que se presentasen. Aquí es donde el Athletic falló, no supo culminar una trayectoria ascendente que puso el caramelo de Europa en la boca de la afición y de la directiva de Aitor Elizegi.

Al definir los objetivos de la campaña vigente, se situó el punto de partida en la finísima frontera que da acceso a plaza continental. Conviene recordar que fue octavo con idéntica puntuación que el séptimo, un Espanyol que ahora cumple en la UEFA y lo paga muy caro en la Liga. Se presumía que este año, pese a que no se registraron incorporaciones en pretemporada, el equipo se movería ajeno a la lucha por asegurar la permanencia gracias a su contrastada fiabilidad defensiva y que instalado en una zona templada tendría la oportunidad de superarse e ir subsanando determinadas deficiencias. A saber: el balance a domicilio y los aspectos creativos del fútbol que propone. O si se prefiere, el registro goleador que en el fondo viene a ser lo mismo.

El primero que sabe que estas cuestiones se han de ir abordando es Garitano. Pasos ha dado, no cabe negarlo, pero no se aprecia un salto significativo, firme, sin vuelta atrás. Ha habido partidos donde, en efecto, el Athletic se ha desprendido de algunos vicios adquiridos: desplazamientos en que ha asomado una versión más atrevida, retoques en la colocación de las piezas a fin de potenciar el ataque, participación de jóvenes que antes contaban poco o nada. Luces que han alternado con sombras del pasado reciente: salidas que parecían enfocadas a eludir la derrota, renuncia expresa a la elaboración e interrupciones en el proceso de asentamiento de los nuevos, cuando es evidente que la alineación reclama savia nueva.

Lo malo conocido

Se diría que en el ánimo del técnico pesa más la prudencia que la valentía. Garitano tiende a gestionar con recetas trilladas, afronta la innovación con cuentagotas. Ante la duda, se decanta por lo malo conocido, él sabrá por qué. La consecuencia de jugar siempre a seguro es que las expectativas se ven frenadas. Que la ilusión no acabe de despegar es un problema de relativa trascendencia mientras en el cómputo numérico las victorias manden sobre las derrotas, pero...

Acudir al Bernabéu con un operativo ultradefensivo puede ser comprensible y hasta celebrado, básicamente porque la fortuna echó varios capotes y se sumó un punto. Siendo sinceros, de haber recibido un par de goles, que faltó bien poco, se hubiese puesto el grito en el cielo. Esto es precisamente lo que propició el plan diseñado para recibir al Eibar una semana antes, que sirvió para sumar otro punto.

Si se mira más atrás, salen unas cuantas jornadas que dejaron un mal regusto, una realidad que en algunas, no todas, se compensó exclusivamente con el desenlace. Y salen asimismo encuentros donde el personal se acostó feliz, convencido de que este Athletic posee un repertorio interesante y atractivo.

Los altibajos en el rendimiento y el abanico de versiones que ofrece el equipo arrojan una media más que aceptable porque por encima de todo Garitano ha aleccionado a los suyos para competir con una intensidad envidiable. Ese espíritu batallador engancha, contagia, se aplaude, cómo no, aunque la pregunta es si no será viable complementar casta, disciplina y generosidad con una pizca de criterio, temple y precisión. La respuesta, en el corto y medio plazo.