Punto final a la utopía, por José L. Artetxe
El Athletic exhibe su incapacidad para discutir la eliminatoria a un Olympique que desplegó una gestión cabal e incrementó con suficiencia la ventaja adquirida en el partido de ida
BILBAO - Europa cerró sus puertas a cal y canto para dejar fuera a un Athletic que habrá que ver cuándo regresa. La lógica presidió el partido de San Mamés, que quiso ponerse a la altura de las grandes noches y se encontró con que el equipo sencillamente no está en situación de brindar heroicidades. Esto ya se sabía, pero a algo hay que agarrarse y a veces el fútbol, donde intervienen un sinfín de factores, depara resultados asombrosos, volteretas impensables. El ambiente era pues el adecuado, existen múltiples ejemplos donde la predisposición de la gente en torno a una ilusión se convierte en el impulso que agiganta a los futbolistas. No fue el caso porque estos con su actuación no correspondieron al aliento de la grada, sus argumentos se revelaron pobres para intimidar a un Olympique muy convencido de su superioridad, que en ningún momento se distrajo y golpeo con precisión para desactivar cualquier atisbo de rebelión por parte del Athletic.
Las promesas de una batalla descomunal se derritieron pronto. Si en el Vélodrome no dio pie con bolo, ayer el Athletic se limitó a aparentar una consistencia de la que carece y, por supuesto, fracasó en el objetivo de apretar las clavijas a su rival, que apenas vivió episodios comprometidos. La producción ofensiva no alcanzó unos mínimos si se considera que no se trataba solo de ganar el partido, sino que hacían falta dos goles, aparte de asegurar el blindaje de la portería propia. El Olympique no es el Leganés y tampoco estaba Raúl García, al que se le añoró en exceso porque con él sobre el campo se hubiera ganado en intensidad en tres cuartos y quizá Aduriz, de nuevo equivocado como demuestra la amarilla que vio en el arranque, no se hubiese sentido tan desamparado.
La alternativa fue Mikel Rico y su temprana lesión, al igual que la sufrida un rato después por Yeray, confirmó la condición de perro flaco que arrastra el equipo. Ziganda buscó subir las revoluciones con una presión alta y fue en vano. Bien ubicado y solvente para conectar sus líneas tocando, el Olympique no sintió el agobio que precede a una remontada. En absoluto. Tiró de oficio y aguardó a que Payet, como en la ida, destapase el frasco con una diagonal que Lekue zanjó con un derribo evitable. La estrella del Olympique transformó con temple el penalti y ahí se acabó la eliminatoria. Consumida media hora, el Athletic únicamente había visitado a Mandanda con un cabezazo de Aduriz que rozó la red por encima del larguero. Una nimiedad, el mero reflejo de la impotencia. Claro que mientras el empate a cero persistía, había que esperar por si de repente saltaba la chispa que transformase un panorama que nada bueno auguraba.
Si el Athletic ansiaba fricción, aceleración, vértigo, la óptica gala era la opuesta, no en vano el marcador del Vélodrome era el ideal para proponer una gestión pausada. Con evitar que el asunto se descontrolase les bastaba a los de Rudi Garcia y la verdad es que nunca se atisbó la posibilidad de que el Athletic metiese presión creando un escenario por donde colar la épica. Al Olympique le convenía que ocurrieran pocas cosas y eso fue exactamente el desarrollo del primer acto, una fase donde las áreas estuvieron casi de sobra. Llegar a zona de remate era una quimera: el ariete aislado, Williams desconectado, flotando, y Córdoba conduciendo por vericuetos plagados de obstáculos. De Marcos se proyectaba generoso, pero nadie acudía a sus centros. El lateral y Susaeta fabricaron una entrada por la derecha y Rami se interpuso para repeler el chut de Williams en el instante previo a la sustitución de Yeray.
Ni siquiera la estrategia compensó la timidez ofensiva. Ni una de las faltas o córners de Beñat se saldó con remate. En este apartado lo mejor fue un golpe franco que ejecutó con el partido enfilando la recta final y propició el lucimiento de Mandanda. La aseada distribución de Iturraspe ofrecía una salida, pero esta enseguida moría dado que más arriba no había modo de desbordar y percutir. El Athletic, como bloque, no acompañaba el despliegue y tampoco la solución vino por los duelos individuales, prácticamente en su totalidad ganados por el Olympique. La seguridad del jugador en lo que hace es el ingrediente indispensable para cambiar el paso de un partido, para volcarse e ir con decisión, y de eso, de seguridad o confianza, este Athletic va muy corto.
Hubo un amago tras el descanso. Córdoba cazó un centro de De Marcos y entonces el Olympique replicó contundente. Ocampos agarró un derechazo cruzado desde la frontal que puso la distancia real entre los contendientes, la que el azar se empeñó en negar en el cruce de Marsella. A partir de ahí, el Athletic encadenó cuatro aproximaciones reseñables y en la cuarta obtuvo el premio a su combatividad. Williams desde el césped empujó un balón suelto tras intento de Aduriz. Al de unos segundos, Aduriz se marchó a la caseta por una entrada acaso aparatosa en la que ni pareció rozar a Ocampos.
Hasta la conclusión el Olympique se dedicó a juguetear a costa de un Athletic roto en todos los sentidos. La penitencia que tuvo que abonar en inferioridad, mientras enfrente alargaban el rondo en medio campo, fue un suplicio que muchos miles de espectadores se ahorraron. San Mamés se fue vaciando con bastante antelación al último pitido del árbitro inglés y el larguero y un cruce providencial de Etxeita impidieron un desenlace más abultado. Triste epilogo para una aventura condenada de antemano al adiós. La pretensión de aferrarse a Europa, reiterada por la plantilla sin fundamento alguno, derivó en una eliminación sin paliativos. Imaginar siquiera que este torneo era el ámbito adecuado para que el equipo se reivindicase, es tan infantil como esperar el regalo tras escribir la carta a los Magos de Oriente.