Fidel Uriarte, el prototipo rojiblanco
Fallece Fidel Uriarte uno de los futbolistas más grandes que ha dado el Athletic. Rematador excepcional, combinó clase y casta como probablemente ningún otro
Bilbao - En un club que ha escrito las páginas de su existencia a lo largo de tres siglos, la designación de los futbolistas más brillantes o que merecerían ser catalogados como referenciales no es tarea fácil. En los archivos constan más de seis centenares de reseñas, medio millar largo de fichas con los datos de quienes han vestido la camiseta del Athletic desde 1898 hasta nuestros días, de ahí que seleccionar con un mínimo de rigor a aquellos que por su aportación o importancia deberían figurar en un lugar destacado resulte una tarea delicada. La poca información que se maneja de las décadas más lejanas, incomparable en volumen y precisión a la recopilada en la era moderna, así como la radical ausencia de testigos de las hazañas de la preguerra y las postguerra, penalizan a muchos hombres que también hoy muy probablemente serían figuras, exponentes, modelos, ídolos aclamados por la afición. Con todo, admitidas las limitaciones que impone el paso del tiempo, así como la carga de subjetividad a la que nadie puede sustraerse cuando se trata de señalar a los mejores, habría un argumento infalible para afirmar que a Fidel Uriarte le corresponde habitar en el escalón más alto: personifica como muy pocos el prototipo de jugador del Athletic.
Los habrá habido más fuertes, técnicamente mejor dotados, con una clase superior, con una carrera más dilatada, que conquistaron gran número de títulos, pero Uriarte representaba los valores rojiblancos a la perfección, además de ser un futbolista de talento, espectacular y, sobre todo, muy completo. Para disipar el escepticismo de las generaciones más jóvenes bastaría recurrir a su hoja de servicios, aunque lo ideal sería que tuviesen la oportunidad de verle en acción para compartir la estimación. Existen grabaciones, resúmenes y algunos partidos, en general de escasa calidad, de los sesenta y primeros setenta, que no le harían justicia porque a tipos como él había que verlos en directo. Solo así es posible comprender la auténtica dimensión de Uriarte, lo que con su forma de desenvolverse sobre el clásico barrillo, elemento habitual en el San Mamés de entonces, lograba transmitir a la grada. A quienes tuvimos la dicha de asistir a sus actuaciones, con ojos inexpertos a causa de la edad, su imagen nos quedó grabada para siempre.
Centrocampista de vocación ofensiva, zurdo, un tanto anárquico si bien clarividente para interpretar el juego, poseedor de un demoledor instinto para el remate, Uriarte compartió época con otras dos glorias de la entidad: José Ángel Iribar y Txetxu Rojo. Esta pareja que lidera el ránking de partidos oficiales disputados con el Athletic no precisa introducción alguna, tampoco quien en sus doce temporadas como rojiblanco sumó 394 y marcó 120 goles. Dice la leyenda que si Uriarte no elevó sus registros estadísticos, de por sí notables, fue porque a causa de su carácter y forma de jugar se exprimió en exceso. Eran años donde el fútbol podía ser más violento, la preparación no era tan sofisticada y la longevidad que hoy se observa en la élite resultaba excepcional, sin olvidar que debutó en Primera División siendo juvenil, con 17 años, y fue siempre titular, desde el primer día.
El estreno de Uriarte coincidió con el de Iribar, quien se incorporó sobre la marcha por lesión de Carmelo al partido que el Athletic perdió en La Rosaleda (2-0) el 23 de septiembre de 1962. No es la única fecha que les relaciona directamente, pues ambos nacieron un primero de marzo, dos años antes el portero. Uriarte era de Sestao, del barrio de Urbinaga y allí discurrió su infancia. Eran tiempos duros (cuándo no en la Margen Izquierda) los chavales no salían de la calle y muchos, como Fidel, invertían todas las horas del mundo detrás del balón o en el frontón, con las manos enrojecidas. Retándose con los de los barrios o pueblos próximos, a menudo para acabar a pedradas y siempre calzando alpargatas. De esta guisa se presentó Uriarte en San Mamés cuando fue escogido para formar parte del embrión de lo que luego sería el Juvenil del Athletic. Él aseguraba que fue Piru Gainza quien se fijó en las cualidades que atesoraba y le captó. Este detalle es lo de menos, pese a que este sería otro punto en común con Iribar, reclutado por el gran Piru del Basconia, porque lo sustancial es que pronto sobresalió en dicha categoría, se le quedó pequeña, y Ángel Zubieta, otro icono, tomó la decisión de subirle al primer equipo pese a que la Federación exigía haber cumplido 18 años para militar en la máxima categoría. Un examen médico obligatorio y la condición de internacional juvenil resolvieron el asunto.
Al principio ejerció de medio centro, pero no tardó en ubicarse como interior, un puesto más acorde a sus características, que le permitía aprovechar la facilidad innata para rematar. De cabeza hizo sobre el 60% de sus goles. No era alto ni corpulento, pero se suspendía en el aire como si portase alas y desde las alturas ponía el balón donde quería. En esta faceta, lo suyo era ortodoxia pura, de enseñar en las escuelas, pero su repertorio era bastante más amplio. Con el pie izquierdo le pegaba de miedo: voleas, empeine, efectos, en fin; y estaba además su visión, la capacidad para crear, distribuir, combinar. Todo ello aderezado de un espíritu aguerrido: si había que meter la pierna, era el primero. Su valentía para ir con todo a la caza del centro templado al área enardecía a los aficionados.
UN HOMBRE MAJO “Era el mejor”, sostiene Iribar antes de desgranar la colección de virtudes que adornaban al futbolista que como persona se hacía querer tanto o más. Simpático, dicharachero, muy agradable, cariñoso y con un humor que salpicaba de exclamaciones y tacos. Revestía su inabarcable anecdotario con una inabarcable gestualidad. Un hombre majo al que la vida no trató bien al cargarle con una enfermedad que se manifestó muy prematuramente y le persiguió sin tregua hasta la noche del domingo. Un hombre que regaló episodios memorables, como el de la última tarde de 1967 frente al Betis rubricando 5 de los 8 goles del Athletic. De todas las facturas: de penalti, tres con la testa, uno prodigioso a centro de Rojo, en plancha, resbalando por el barro hasta quedar incrustado en uno de los postes.
Esa campaña ganó el Trofeo Pichichi, con 22 goles, galardón individual que junto a dos títulos de Copa completan un palmarés que no se puede equiparar a su talla futbolística. Fidel Uriarte es uno de los grandes por derecho, el Athletic y sus seguidores tienen la inmensa fortuna de haber gozado con un jugador que combinaba como nadie clase y casta para regalar. Anoche La Catedral lloró por él y recordó también a José Antonio Narváez, otro de los imprescindibles sin haber metido un solo gol a lo largo del medio siglo que estuvo al servicio al club.