ATHLETIC: Herrerín, Bustinza, Etxeita, Laporte, Balenziaga, San José, Beñat (Min. 75, Iturraspe), Iraola (Min. 57, Susaeta), Mikel Rico (Min. 75, Ibai), Williams y Aduriz.

BARCELONA: Ter Stegen, Dani Alves, Piqué, Mascherano, Jordi Alba (Min. 77, Mathieu), Busquets, Iniesta (Min. 55, Xavi), Rakitic, Messi, Neymar y Luis Suárez (Min. 77, Pedro).

Goles: 0-1: Min. 20, Messi; 0-2: Min. 36, Neymar. 0-3: Min. 74, Messi; 1-3: Min. 79, Williams.

Árbitro: Velasco Carballo (Comité madrileño). Por parte del Barcelona amonestó a Piqué (Min. 42), Neymar (Min. 88) y Busquets (Min. 90). En el Athletic vieron cartulina amarilla Iraola (Min. 43), Balenziaga (Min. 57), Williams (Min. 67), Bustinza (Min. 84) y Aduriz (Min. 89).

Incidencias: Lleno absoluto en el Camp Nou con mayoría de aficionados rojiblancos en las gradas., donde lucieron los mosaicos de uno y otro equipo.

Barcelona - El postrero remate de Iñaki Williams significó el gol del honor, nada más. Eso fue a cuanto pudo aspirar anoche el Athletic. Quizás en el futuro se descubra que en realidad ese gol fue algo así como el germen de algo bello, esa semilla que con el tiempo brota y se convierte por ejemplo en un premio que el destino se obstina en negarle al club que en las malas responde como una sola persona y posee la grandeza suficiente para transformar un revés inapelable en la disculpa perfecta para proclamar su identidad sin igual. El Athletic cayó en el Camp Nou sin remisión, el sueño del título volvió a ser efímero a partir de que el balón se puso a rodar. La ilusión de los incontables miles de seguidores que quisieron estar al lado de sus jugadores y de todos los que desde casa siguieron la cita se desvaneció ante la pujanza de un adversario que habita en otra galaxia. Se presumía una empresa complicada, pero sería más aquilatado catalogarla de imposible tras comprobar cómo se las gasta este Barcelona, inalcanzable en demasiados aspectos para los rojiblancos, a quienes lo único que no se les puede cuestionar es el esfuerzo y el coraje, hoy por hoy argumentos débiles para frenar la calidad de los alineados por Luis Enrique.

La final demostró que la clave no descansaba en el escenario, sino en el desmesurado potencial de unos futbolistas de primerísimo nivel que se desenvuelven al son que toca el mejor que existe en la actualidad. Leo Messi no conoce límites y a lomos de su ingenio, velocidad y puntería el Barça devora títulos con una facilidad pasmosa. Poco importa cuál sea la propuesta de quien le sale al paso, no hay forma humana de pararle. Por enésima vez, el Barcelona tuvo en el argentino la llave maestra para abrir el choque y establecer un abismo por el que se despeñó un Athletic que no tuvo ni un segundo de disfrute. Fue una tortura de noventa minutos, un quiero y no puedo. No merece la pena diseccionar el partido, buscar explicaciones, analizarlo desde lo táctico o desde la perspectiva que se prefiera. Sencillamente, el Barcelona venció holgadamente, no tuvo que echar el resto, metió la directa un rato y no encontró réplica porque no puede haberla cuando se juega al fútbol con semejante autoridad.

Tres de tres. No hay negocio posible con el Barcelona. No es que fuese una reedición de lo vivido en 2009 y 2012, pero casi. El desarrollo de lo sucedido es lo de menos porque la desigualdad de fuerzas volvió a ser notable, en cuanto el pie izquierdo de Messi pisó a fondo el acelerador la aparente compostura del Athletic se esfumó. El partido duró lo que Messi quiso. Exactamente eso. Tomó la pelota, se fue de cuatro y la puso dentro de la red, ajustada a un palo. En adelante se desató la tormenta azulgrana, una sucesión de llegadas que erigieron a Herrerín en la estrella de la noche, con permiso del argentino, claro. Solo sus portentosas intervenciones pudieron obrar el milagro de que el Athletic se mantuviese en el ajo un cuarto de hora más, una opción real siempre que la desventaja no exceda de un gol. Por lo demás, el equipo al completo quedó fuera de onda, sometido al dictado de un rival exuberante, que cada dos minutos se plantaba en inmejorable situación para ampliar la cuenta.

EQUILIBRIO EFíMERO Se temía la salida del Barça o, mejor dicho, pesaba el recuerdo de las últimas finales, de ahí que el primer objetivo fuese impedir que el marcador se moviese pronto en favor de un enemigo excesivamente peligroso si se le concede la opción de jugar cuesta abajo. Y veinte minutos aguantó el 0-0, un tramo bastante equilibrado porque apenas ocurrió nada reseñable. El plan de Ernesto Valverde pareció correcto en este sentido, una manera acertada de entrar a la pelea, ejerciendo una presión avanzada y observando una escrupulosa colocación colectiva. El paso de los minutos fue dando la razón al técnico rojiblanco, pese a que Suárez se saltase las barreras y pusiese a currelar a Herrerín.

Fue un hecho aislado. Messi permanecía pegado a la cal, aguardando a Dani Alves para ligar una combinación. No tenía otra salida el juego del Barça, que recurría al pase más directo en vista de que el tránsito por la zona ancha estaba crudo. Y entonces, con el Athletic demasiado metido ya en el papel de sujeto resistente, cuando había renunciado a la elaboración, limitaba sus avances al patadón de 50 metros para el salto de Aritz Aduriz y, en fin, cuando la posesión quemaba en la mayoría de las botas, fue Messi y se sacó de la chistera su obra de arte, él solito.

A partir de ahí arrancó otra película, una de terror. Messi, crecido, tiró de repertorio y el Athletic se puso a seguir sombras, incapaz de frenar un chorro de fútbol acaso no muy variado, pero tremendamente efectivo y dañino. Un simple cambio de orientación del astro generaba tremendos boquetes en una estructura que a duras penas se sostenía en pie. Suárez desorientaba a los centrales y Neymar se limitaba a aguardar el instante de tomarle la espalda a Bustinza, la gran novedad dentro del once inicial rojiblanco. Herrerín evitó no menos de cinco goles cantados, a Suárez se le fueron por centímetros dos balones de empujar y Neymar, en mitad del baile, puso el segundo a puerta vacía, a servicio de Suárez, listo para eludir el fuera de juego y cobrar unos metros valiosísimos en la frontal del área.

Aunque Williams logró emitir señales de vida con una complicada volea que escupió el larguero tras buen centro de Iraola, la retirada a vestuarios fue como un desfile fúnebre. Más que el marcador, de por sí suficientemente adverso, lo que realmente castigaba el ánimo era la sensación de manifiesta inferioridad que había interiorizado el Athletic, plenamente justificada además. Cualquier posibilidad de discutir el destino del título resultó quimérica, no hubo color.

El Barcelona contemporizó en el segundo acto, por si acaso hizo el tercero de la noche y punto. Solo el remate introducido en la red de Ter Stegen por parte de Williams puso una sonrisa en el semblante rojiblanco. Acaso ayer su utilidad fuera vana, pero quién sabe si más adelante ese coletazo pleno de rabia deriva en algo hermoso.