corría la segunda mitad de la década de los 60 y el Torino luchaba todavía por recuperarse del episodio más negro de su historia, de la conocida como Tragedia de Superga, el accidente aéreo que el 4 de mayo de 1949 se llevó la vida de los 31 ocupantes del Fiat G212CP de la Avio Linea Italiane, entre ellos 18 jugadores de aquel equipo conocido como Il Grande Torino tras conquistar cinco títulos ligueros y una Copa en siete campañas. Fueron años muy duros para la apasionada afición granata, que tuvo que masticar incluso el primer descenso del equipo a la Serie B en 1959. Pero los 60 trajeron nuevos bríos para la escuadra de Turín de la mano de una nueva generación de jugadores que parecía preparada para protagonizar otra época dorada... hasta que la fatalidad volvió a cruzarse en el camino, pues el 15 de octubre de 1967, después de un triunfo por 4-2 ante la Sampdoria en el Stadio Comunale, Gigi Meroni, gran estrella del partido, el habilidoso centrocampista al que comparaban con George Best, era atropellado y fallecía poco después en el hospital. Y para acabar de rizar el rizo, al volante del vehículo que acabó con la vida de Meroni iba un joven aficionado del Torino que idolatraba al fallecido y que muchos años después accedió a la presidencia del club... para enviarlo a la bancarrota y a la disolución en 2005.

Con Meroni, que tenía solo 24 años cuando falleció, el Torino no solo perdió a un gran futbolista, sino a una carismática figura social, a un tipo transgresor y controvertido atendiendo a los cánones imperantes en la conservadora sociedad italiana de aquella época. Conocido como la farfalla (mariposa) granata, el finísimo extremo derecho, fantasista y adelantado a su época, creció en un entorno lleno de privaciones como consecuencia de la temprana muerte de su padre y siempre cargó a sus espaldas con un signo de interrogación debido a sus extravagancias. Formado en el Como y el Genoa, aterrizó en el conjunto turinés en 1964 y desde el principio se convirtió en un ídolo para la afición del Torino mientras el resto de Italia miraba con recelo a aquel veinteañero de melena y grandes patillas, pintor de notable talento a la hora de plasmar su notable cultura sobre el lienzo, amante de la poesía y de moverse en círculos bohemios y aficionado al escándalo. De él dicen que paseaba por Turín llevando como mascota a una gallina atada a una correa, que se hacía pasar por periodista para preguntar a los aficionados su opinión sobre ese tal Meroni y que evitó, acudiendo a la ceremonia nupcial, la boda de Christina Uderstadt, con la que luego cohabitó y vivió una relación sentimental sin estar casados, algo escandaloso en la ultracatólica Italia de entonces.

Incómodo verso libre Sobre el césped, tanto sus fanáticos como sus detractores se contaban por legiones en un país en el que los planteamientos futbolísticos eran tan conservadores como los sociales y en el que Meroni era visto como un incómodo verso libre. Así, gran parte de los medios de comunicación le hizo responsable del desastre de Italia en la primera fase del Mundial de Inglaterra’66 a pesar de no jugar en la sonrojante derrota ante Corea del Norte, pero él siguió a lo suyo, hasta el punto de que solo una enorme presión popular evitó que fuera traspasado al otro equipo de la ciudad y gran enemigo, la Juventus, cuando el contrato, con cifras desconocidas para la época, estaba ya rubricado. Con 24 años y en la cresta de la ola, la casualidad hizo que su vida acabara justo donde se ubicó el primer terreno de juego del conjunto bianconero, en Corso Re Umberto. Meroni cruzaba la calle junto a su amigo y compañero Fabrizio Poletti, que le había convencido para abandonar el retiro postpartido y celebrar la victoria ante la Sampdoria, cuando fue embestido por un coche. El golpe, fortísimo, hizo que su cuerpo aterrizara en el carril contrario, donde fue atropellado y arrastrado durante medio centenar de metros por otro coche. Meroni falleció horas después, ya de noche, en el hospital La Molinette como consecuencia de los traumatismos y acompañado por otra fatalidad: la ambulancia que acudió a su auxilio tardó mucho más de lo deseable como consecuencia del tráfico postpartido. Toda la ciudad, hinchas de la Juventus incluidos, se unieron para llorar su pérdida y el Torino, espoleado por la pérdida, acabó ganando la Copa ese mismo año.

Entre los turineses de la facción granata que lloraron la muerte de Meroni, nadie más desconsolado que el que viajaba al volante de aquel Fiat 124 Coupé que golpeó al futbolista en primera instancia, un joven de 19 años de buena familia -su padre era Jefe de Neurología del Ospedale Mauriziano- que hacía poco que se había sacado el carné de conducir y que respondía al nombre de Attilio Romero. Romero era un incondicional del Torino e idolatraba especialmente a la farfalla granata. Pese a que fue declarado inocente al considerar la Policía que no pudo evitar a los futbolistas, Romero fue víctima de una fortísima y larga depresión de la que finalmente consiguió salir. Se licenció en Ciencias Políticas y durante muchos años trabajó en la oficina de prensa de Fiat, llegando a ser portavoz del propio Gianni Agnelli, l’avvocato, nieto del fundador de la marca italiana de automoción y cabeza visible del clan propietario de la Juventus.

A la vida de Romero le quedaba todavía un inesperado giro, pues en junio de 2000, cuando Francesco Cimminelli adquiere el Torino, decide colocarle en la presidencia del club de sus amores. A su llegada, el Toro militaba en la Serie B y tras un arranque complicado logró ascender esa misma temporada y en la siguiente alcanzó la UEFA vía Intertoto. Pero la pasión venció al raciocinio y Romero, en su intento de colocar al club en lo más alto, entró en una espiral de constantes fichajes y cambios de entrenador (llegó a tener cuatro en una misma campaña) que no solo no consolidó el club en lo deportivo, sino que provocó un agujero económico que no paró de crecer. Así, en el curso 2004-05 el Torino logra otro ascenso a la Serie A, pero le es denegada la inscripción en la máxima categoría por su gran deuda y por no haber pagado impuestos durante los últimos años. Finalmente, el Torino Calcio es declarado en bancarrota, se disuelve el 9 de agosto de 2005... y resurge el 1 de septiembre, otra vez en la Serie B, como Torino Football Club y sin Romero, que pese a pedir públicamente perdón fue procesado por estafa y malversación de fondos y condenado a dos años y seis meses de prisión tras negociar con la Fiscalía. Desde entonces, debe vivir con la amargura de ser considerado por sus propios hermanos de sangre futbolística como el culpable de una doble tragedia: la que acabó con la vida de la farfalla Gigi Meroni y luego envió a la bancarrota al club de cuyas cenizas resurgió el ahora rival del Athletic.