"Fui jugador gracias a mi madre"
Tuvo grandes detractores y una legión de incondicionales porque era especial, protagonizaba acciones prohibidas para la mayoría. Se considera satisfecho por el trato que le dio la afición y porque hizo lo que más le gusta: "Jugar al fútbol en mi equipo"
bilbao. Manolo Sarabia (Gallarta, 1957) repasa, apoyado en su ágil memoria, una carrera intensa que hoy día prolonga en calidad de comentarista. Asegura tener el veneno del fútbol metido en el cuerpo.
La temporada también acabó para usted. Se le ve a gusto en su labor de comentarista.
La verdad es que así es. Ya son nueve años en Canal Plus. Soy de los que piensa que uno nace futbolista y yo moriré futbolista. A mí en realidad lo que me gusta es jugar y como tengo ese veneno en el cuerpo, ser comentarista me compensa no poder jugar o entrenar. Además estoy en el sitio ideal porque se trata al fútbol con respeto. Yo intento ser respetuoso con jugadores, árbitros y aficiones. El fútbol ha evolucionado mucho y predomina el que hace el Barcelona, la selección española y, este año, el Athletic. Es el fútbol que me gusta y con el que disfruto. Ha sido una auténtica gozada verle al Athletic y lo del Barcelona creo que es arte.
¿Cuánto hace que no se sienta en un banquillo?
Hace diez años que estuve en el del Numancia. Empecé en Lezama nada más colgar las botas en el Logroñés. A este club llegué porque el Athletic dejó de contar conmigo, lo que fue una situación inesperada. En mi última renovación pedí tres años y me ofrecieron dos. Parece que por mi edad no era muy vendible darme tres, era la política que se llevaba y se puso una cláusula: con 20 partidos jugados renovaba y jugué diecinueve.
¡Qué casualidad!
Llevaba quince partidos a mitad de temporada y dejé de jugar. No estaba atada la UEFA y jugué los cuatro últimos. Sabía que todavía tenía cosas que decir y entre las ofertas elegí Logroño porque iba Irureta de técnico. El primer año fue un poco duro, a Irureta le echaron con dos positivos y hubo problemas para cobrar, pero el segundo fue impresionante. Hubo un cambio radical en la plantilla, quedamos quintos, a dos puntos de la UEFA. Hicimos un fútbol maravilloso. Yo había ido con la idea de estar dos años y luego volver a casa para entrenar, pero me pidieron que siguiera y firmé un tercero.
Y ahí colgó las botas.
Había una peña que premiaba a quien metiese más de doce goles y yo metí trece. El homenaje coincidió con la visita del Athletic y Txetxu Lertxundi me dijo que contaba conmigo para Lezama. Empecé con un equipo de juveniles. Estaban Oscar Alkorta, Felipe, José Félix Guerrero… y fue una gozada, jugaban muy bien, tenían ganas de aprender. Pasé al segundo Juvenil, luego el sub'19 y hubo un cambio arriba: Amorrortu cogió el primer equipo y yo el Bilbao Athletic. Tener a Gonzalo Beitia de colaborador fue un orgullo enorme porque fue mi entrenador en mi etapa juvenil. Es el mejor entrenador que he tenido, el que más me enseñó y al que más le debo, aunque también estoy agradecido a Koldo Agirre. El año siguiente, el de Stepanovic, fue difícil. Arriba sufrieron mucho y eso siempre afecta al filial. Ocurrieron cosas raras hasta el punto de que llegué a sentirme entrenador del primer equipo durante un rato.
¿Cómo fue eso?
Vino el Madrid a San Mamés y ganó 0-5. Tras el partido, Javier Uria, que era el vicepresidente, me dijo que cogía el equipo al día siguiente, que ya hablaríamos él y yo, que esperase y entró en la caseta. Todavía estoy esperando. El club destituyó al entrenador al de diez días y se hizo cargo Amorrortu. Seguí en el filial y descendimos. En parte porque no pude hacer mi trabajo, solía tener diez jugadores para entrenar, al resto se los llevaban con los mayores.
Empezó un nuevo curso en el filial.
Sí, en Segunda B. No fui egoísta, no pedí que se quedasen determinados jugadores para intentar el ascenso. Pensé más en el club que en mí, así que se hizo una plantilla muy joven para la categoría y Amorrortu, el director de Lezama, entendió que los resultados no eran los adecuados y me destituyeron. En cinco meses pasé de estar arriba a estar en la calle. Yo tenía el convencimiento absoluto de que iba a ser el entrenador del Athletic, pero no solo por ese episodio concreto sino desde antes de dejar el fútbol.
Y tuvo que dejar el club por segunda vez.
Sí, salí por segunda vez. Estuve un tiempo parado y me llamó el Badajoz, que andaba apurado. Estuve unos meses, salvé al equipo y me marché. Luego fiché por el Numancia, recomendado por Lotina. Nos salvamos de forma holgada, me renovaron y cambió la dirección deportiva, lo cual me condenó. Estuve media temporada. Tuve otras ofertas, pero entré en la televisión.
Bueno, es momento de ir a su etapa de futbolista.
Nací en Gallarta, a donde mis padres habían emigrado desde Torres, Jaén. Mi padre vino a trabajar a las minas y luego trajo a mi madre, mi hermano y mi hermana. Mi familia pasaba muchas necesidades y de repente vine yo, cuando ni me esperaban ni me querían. A mi madre, la pobre, le decían que qué guapo era y ella: No me digáis eso, que ya sé que es muy feo. Pesé cinco kilos y tenía los ojos hinchados de lo gordo que era. Ahora ella tiene 89 años y es muy especial en mi relación con el fútbol. De joven, cuando trabajaba en Jaén capital sirviendo en casa de unos señoritos, tenía libre el domingo y salía con sus hermanas a pasear, pero ella se iba al fútbol. Estoy hablando de hace más de 70 años, cuando la mujer y el fútbol no tenían nada que ver. Creo que lo de ser futbolista es algo que ella me transmitió, es genético, fui jugador gracias a ella.
No solo se lo transmitió a usted.
Mi hermano, Tato, doce años mayor que yo, jugaba muy bien de extremo derecha. El Athletic le quiso fichar, pero al rellenar la ficha le dijeron que no porque había nacido fuera. Me acuerdo con qué cara vino a casa. Yo, que era un niño entonces, le dije que no se preocupase, que yo sí había nacido aquí y que jugaría en el Athletic. En mi casa había pasión por el fútbol, mis padres veían varios partidos cada fin de semana. Luego fuimos a vivir a Sestao porque mi padre entró en Altos Hornos y jugaba en el equipo del colegio con chavales tres años más mayores.
¿Cuál fue su primer club federado?
Fui al Sestao, pero en aquel entrenamiento de prueba ni me enteré. Entonces del colegio me mandaron al San Pedro y ni prueba ni nada, el primer día jugué un partido, toqué dos pelotas, pero me quedé. Llegamos a la final de la Copa Radio Juventud. Esa final se jugó en Artxanda contra el Alirón, que pertenecía al Athletic. Estaba Primi en mi equipo. Empatamos a uno y ganamos a penaltis. Estando en el San Pedro fuimos a jugar un torneo a Lezama.
Empezaba a acercarse.
Durante cuatro años seguidos dos jugadores del San Pedro pasaron al Juvenil del Athletic: Aldasoro, Agirregoitia, Benito, Murua,… Conmigo pasó Serna. El Athletic pagó 250.000 pesetas por los dos. En ese torneo que decía, pasé por al lado de Piru Gainza y me dijo a ver si quería ir al Athletic. Cuando entré había dos equipos, uno lo llevaba José Luis Garay y con él estaban Vidal, Martín, Trabudua y Goiko, que fichó a la vez que yo del Arbuyo. En el otro éramos todos chavalitos y nos entrenaba Beitia. Me acuerdo que estaban Guridi, Furundarena, Mazarredo, Meléndez, Rekalde, Badiola I, Bengoetxea, Badiola II… El día que le ganamos al primer Juvenil 2-1, ¡qué felicidad! Estaban los jugadores del Athletic viendo el partido desde la cristalera y Fidel Uriarte, según me contaron luego, dijo que el delgadito con el número diez iba a ser su sustituto en el equipo.
Aún tuvieron que pasar algunos años.
En mi tercer año de juvenil estaba preseleccionado con Goiko y Mazarredo para ir con España, pero el doctor Toba me descartó. Seguido me llevaron a jugar con el Bilbao Athletic y pienso que fue para que lo otro no me afectase. Debuté en la segunda parte contra el Ensidesa. El siguiente partido, ante el Astillero, ya fui titular. Pesaba 56 kilos y un central me pegó una hostia. Salió Txutxo Perdiguero, nuestro masajista, corriendo con unas tijeras, gritando: ¡Como toquéis a mi niño, os mato!.
Tiene buena memoria. La gente apenas recuerda cosas sueltas, aunque se suelen conservar mejor las vivencias de chaval.
Lo que más me gustaría es poder verme jugar en esos años, cómo jugaba en el San Pedro, de juvenil… tener vídeos. Lo estoy contando y me estoy viendo, pero me gustaría saber si eso que veo en mi cabeza es la realidad. Yo me acuerdo de casi todo.
Ya estaba próximo a dar el salto a Primera, el gran salto.
El último año en el filial estuve con Koldo Agirre y entonces, al subir él, nos lleva a Alexanco, a Bengoetxea y a mí. Debuté contra el Standard de Lieja en el Villa de Bilbao. Jugué poco, en enero fui a la mili, pero sí que me convocó para algunos partidos de la UEFA en ese año que se llegó a la final.
Pero al año siguiente no se quedó.
Bengoetxea y yo fuimos cedidos al Barakaldo. Me lo comunicó Koldo estando de vacaciones en Galicia con la que luego fue mi mujer. Se me cayó el mundo encima porque ese equipo era la antítesis de lo que me convenía por su forma de jugar, lo veía como un paso atrás. Pero me convencí de que tenía que hacerlo bien para volver al año siguiente y lo que al principio valoré como un palo gordísimo se convirtió en uno de los años más bonitos de mi carrera. Me exigió fortaleza mental, capacidad de sacrificio en un entorno poco favorable, el 90% de los días el campo estaba con un palmo de barro.
Metió 16 goles en 33 partidos.
Y Bengoetxea otros 16. Valdano cuenta en las charlas que da por ahí que a él le tacharon de loco por haber fichado por el Alavés, que hacía un fútbol que no le iba nada, y en Lasesarre vio que en el otro equipo había uno más flaco que él que lo hacía muy bien y eso le sirvió para superarse. Fue una gran experiencia, las cuarenta horas que nos metíamos de autobús generaban unión. De gente como Larreina o Benito hablo con veneración. Todos se dejaban la piel, así que cómo no ibas tú también a ayudar. El Barakaldo me vino bien para reivindicarme y allí aprendí a valorar mejor todo. Larreina se levantaba a las cuatro de la mañana para ir a trabajar y en el campo nos arrastraba a todos. Era un equipo, todos aportábamos.
Por fin vuelve al Athletic, esta vez para quedarse.
Fui entrando poco a poco, fue el último año de Koldo. En el segundo partido de titular, en Atocha, salí de delantero centro. Siempre había jugado de interior y en adelante alterné las dos posiciones. Llegó Senekowitsch y fue un año difícil, él era un tanto especial. La pretemporada fue una pasada, te podía meter 50 sprints seguidos de 40 metros y había gente que acababa vomitando. Sáez le sustituyó después del 7-1 del Bernabéu.
En esa temporada, 80-81, jugó mucho y le metió tres al Barça.
Ese día no iba a jugar y Helenio Herrera, el técnico rival, declaró que no lo entendía. Pero Sola se lesionó la víspera ensayando la estrategia. Metí tres y entonces Herrera dijo que ya le extrañaba que yo no jugase, pero que tampoco había sido para tanto. Bueno, era como era. Una semana después se me salió el codo y estuve un mes con escayola.
¿Fue lo más grave que tuvo?
Tuve mucha suerte y habilidad para evitar contratiempos, pero sin rehuir el choque. Un jugador hábil es el que consigue pasar la pelota, pero pasando él también. Y también que me cuidaba mucho. Piru decía que para un futbolista lo mejor era estar casado y me casé con 21 años. Yo he vivido para el fútbol, desde que hice la primera ficha en el San Pedro enfocaba la semana para llegar bien al domingo.
Poco a poco se fue construyendo el último Athletic campeón.
Llegó un momento en que había una auténtico equipazo. Zubizarreta era el mejor con Arkonada, la defensa tenía personalidad, imponía respeto y hacía goles que eran partidos ganados. En la media, De Andrés equilibraba todo, y Gallego, Urtubi y Sola tenían llegada, calidad, y arriba, Dani, con una técnica impresionante, Estanis, un jugador descomunal, Noriega y Endika aportaban muchísimo. Es que éramos los mejores y por eso fuimos campeones, nos lo creíamos, no fue producto de la casualidad. En 1977 nos quedamos en la puerta y cuando ganamos la Liga en Las Palmas me vinieron a la mente el Txopo y Txetxu Rojo, con más de quince temporadas en el equipo y no consiguieron este título. Y me jodía porque hicieron todo lo posible por ser campeones y por detalles no lo fueron.
Y ¿cuál es el valor que le concede a Javier Clemente en esta historia?
Se suele decir que la primera cualidad de un entrenador debe ser no estropear lo que hay. El entrenador que teníamos era un ganador, llegó con el convencimiento de que se podía ganar y eso el equipo lo supo asimilar.
¿Cómo lleva el hecho de que su nombre haya quedado asociado al conflicto que surgió con Clemente, cuando podría ser recordado por otros aspectos?
Eso cada vez lo ve así menos gente. Siempre lo he dicho, soy un privilegiado porque he hecho lo que más me gusta, que es jugar al fútbol y en mi equipo. Solo por esto ya estoy satisfecho. Siempre habrá opiniones diversas sobre jugadores de mi estilo, pero creo que la mayoría de los aficionados del Athletic me valoran muchísimo. Hasta los espectadores que más me criticaban acabaron sacando pañuelos por alguna de las jugadas que hice.
El equipo campeón se fue deshaciendo, aunque usted jugó muchísimo varios años más.
En 1986 empezó a decaer y al Txopo le tocó reestructurarlo todo. Pese a que hizo un trabajo excelente, el año no salió bien y no se fue justo con él. Cuando habló del Txopo me tengo que poner de rodillas. Fue mi compañero y no he sentido nada igual ante ningún otro portero y he jugado contra los mejores. Te presentabas delante del él con la pelota y se te hacía de noche. Y cómo es como persona. Luego vino Kendall, con nadie me he divertido tanto en pretemporada. Después llegó el final en el club que ya he contado.
¿Quiere añadir algo más?
Decir que el fútbol me dio la oportunidad de hacerme persona porque yo no tuve una vida fácil. Y tengo que citar a mi familia. Cuando me vino a fichar el Athletic me pagaban los estudios, mientras que el Sestao además me daba seis mil pesetas, lo que mi padre no ganaba. Ese dinero hubiese venido muy bien en casa, pero mi hermano, mirando por mi futuro, decidió que me fuera al Athletic. Ah, y si no es por mi mujer, desde luego que no habría conseguido nada de lo que conseguí.