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"¿Di Stéfano? En el campo te ponías tapones para no escucharle"

Durango. De rival encarnizado a compañero y amigo. En las filas del Espanyol, Carmelo hizo muchas migas con Alfredo Di Stéfano, como éste confesaba en una reciente entrevista concedida a DEIA. Barcelona fue la primera de las etapas de un periplo que incluyó un feliz salto al vacío, el fútbol USA, coronado con un sinfín de destinos en calidad de entrenador.

Salió del Athletic dispuesto a seguir dando guerra.

Me encontraba bien. He jugado hasta aburrir. Dios me ha dado una fortaleza bárbara. Tengo 85 kilos, como cuando jugaba. Era sobrio, no era espectacular y los sobrios duran más. Los vascos éramos efectivos, no palomiteros. Para mí la portería era un juguete. A mi edad otros se tiraban y no se levantaban.

¿Por qué fue al Espanyol?

En el Espanyol me pagaban bonitamente. Estuve contentísimo, se portaron conmigo. Vila Reyes me quiso renovar, pero preferí probar en Estados Unidos porque allí me pagaban el doble. En el Espanyol nos robaron una Liga. El navarro Zarikiegi, el de las orejas, nos hizo un arbitraje horroroso anulando tres goles, dos a Marcial. Necesitábamos ganar porque por gol-average el título era para el Madrid y al final nos pitó un penalti, metió Puskas y empate a uno. Nunca he sentido mayor dolor en un campo de fútbol. Cuando iba a Pamplona, estaba Zarikiegi de delegado en Osasuna y le saludaba con un hola qué tal, ladrón.

En Barcelona convivió con Alfredo di Stéfano.

Le apreciaba mucho. Vivíamos en la misma casa, yo en el primero y él en el tercero. Solíamos andar juntos, su mujer le preguntaba a ver por dónde había andado y él le contestaba que dando una vuelta conmigo. Del vasco me fío, decía ella.

Pero se dice que tenía un carácter… Para darle de comer aparte.

Alfredo era como era. Mira, cuando tenías problemas con el club, él iba y los arreglaba. Yo ya le conocía de jugar con la selección. Una vez fuimos a jugar Cagliari, en Italia, ganamos 0-1 y ese día paré hasta con los tacones, un penalti también. A la vuelta nos recibía Franco y daba unas medallas a los más destacados. Una le dieron a Di Stéfano y yo pensaba que otra sería para mí, pero no. ¿Sabes lo que hice? Me largué de la recepción, de mala leche.

¿Qué puede contar de la personalidad de Di Stéfano?

¿Di Stéfano? En el campo había que llevar tapones en los oídos para no escucharle. Se quejaba mucho de que no podía jugar porque los balones le llegaban con nieve. Yo intentaba sacarle con la mano para que controlase fácil. Tenía que entender que los demás no podían jugar a su nivel y que tenía que amoldarse. Ha sido el mejor jugador que ha habido. Ya ves este buche, me decía tocándose la tripa, esto es mi máquina, con esto corro. Ninguno como él. Los martes comíamos de balde porque les apostaba a los jóvenes 50 metros corriendo y les ganaba, con casi 40 años. Era rapidísimo.

También lo era usted en los penaltis.

En Wembley le paré uno a Stanley Matthews. El único que falló Kubala, lo paré yo. A Di Stéfano, una vez en el último minuto. No tires que te voy a parar, le advertí. Me entrenaba mucho, me gustaban, sí. Y eso que no había televisión y no sabías cómo tiraba cada uno. Lo que solía hacer en las ciudades a las que íbamos era cambiar una invitación para el partido por esa información sobre quién chutaba el penalti y cómo. A los camareros o los taxistas. Nosotros teníamos que andar así, ahora tienen vídeos de todo.

Ha dicho que se fue a Baltimore por el dinero.

Imagínate, no tenía ni idea de inglés y allí fui. Me encontré con Viollet, el del Manchester United. Había dinero y todos los viajes eran en avión. Cuatro veces a Canadá y luego al sur, a Miami. En San Antonio, Texas, a 48 grados, un sol rojo como en las películas del oeste, no podía ni sacar de puerta. En el equipo había de todo, ingleses, alemanes, marroquíes, ghaneses...

Fue su exótico punto final.

No quise seguir por el tema de los aviones. Hubo una oferta del Cosmos, pero a mí no me daban nada, era un acuerdo entre los clubes y dije que no me movía. Ya tenía la tira de años, cerca de 40, quería estar en casa, con la familia, y saqué el título de entrenador. Gracias a que tengo una mujer que vale un potosí. Ella crío a los dos chavales. A Baltimore fui solo, igual que a muchos sitios donde luego entrené. Quitando los tres años de León, en los demás sitios sin la familia: Vigo, Murcia, Jaén, La Línea. En La Línea, me iba al Peñón a tomar mi whisky con huevo duro. Me gustaba entrenar, pero era demasiado duro, no me casaba con nadie. Me querían, pero era demasiado recto, es el único defecto que tenía.