El presidente que no quiso serlo
Josu Urrutia se erige en el nuevo rector del Athletic tras 25 años en el club como jugador y capitán
Cuando Bill Clinton gobernaba en la Casa Blanca se acercó a un mayordomo del edificio más emblemático de América y le dijo sonriente, para punzarle el orgullo: "Te voy a echar". El empleado, un funcionario que había visto a varios presidentes en aquellos aposentos antes de la llegada de Clinton, respondió con el florete de la ironía y la armadura de la verdad, al mandatario. "Antes se irá usted que yo". Acertó. El sentido de la presidencia del Athletic para Josu Urrutia esconde, en lo esencial, igual filosofía que la del mayordomo de la Casa Blanca."Uno no es presidente ni jugador del Athletic; en el Athletic se está de presidente como se está de jugador". Al servicio de la institución. No es lo mismo ser que estar. Como el mayordomo de la Casa Blanca, como el presidente de los Estados Unidos. Los cargos caducan con mejor o peor cara, la entidad, el emblema, el blasón y el escudo jamás lo hacen porque son ajenos al joystick del gobierno. Pertenecen a los socios, al pueblo. A nadie más.
Así lo creyó siempre Josu Urrutia, desde que cosió sus sueños a los botes caprichosos de una pelota que persiguió por su infancia y juventud por el rastro que deja el Athletic primero en Lezama, luego en San Mamés, tras haber asombrado en Lekeitio. El Athletic es para Urrutia un asunto epidérmico, una senda que le traza el alma y que le alimenta el corazón. El fútbol jamás fue racional, el Athletic menos aún. Es una maravillosa locura. Un credo. Tatuado a la zamarra rojiblanca brincó dichoso "con los buenos y los malos tiempos" en un viaje "maravilloso" durante 401 partidos. "Es lo más bonito que me ha pasado", reflexiona Urrutia cada vez que por el retrovisor de la memoria reptan como enredaderas fotogramas en rojo y blanco. Porque Urrutia ve el mundo con panorámica, pero en dos colores.
un plato más para el athletic También se sienta con el Athletic a comer. "Un amigo mío dice que en su casa siendo cuatro, su madre ponía un plato más, para el Athletic. En la mía creo que pasa un poco lo mismo", desvela Urrutia, casado y padre de dos hijas, que cada mañana en Leioa, donde reside, pasea a Nara, un precioso golden retriever. Sus dos hijas son las que le dan clases magistrales a él, a todas horas. "No hay un libro que enseñe a ser padre. Aprendo mucho de ellas porque te ponen en situaciones que no esperas y tienes que saber salir del paso, o al menos intentarlo. Te examinan continuamente", analiza Urrutia, aprendiendo a ser presidente, su próxima asignatura. "Se habla de mi inexperiencia, pero yo creo en el equipo. Messi es muy bueno porque tiene a Xavi, pero Xavi tiene a Busquets y este a Piqué. Creo en el equipo, yo no soy un mago", advierte antes de tomar posesión del cetro rojiblanco.
MEJORA Y EQUIPO Josu Urrutia no cree en recetas mágicas, sólo en el trabajo y en las ganas de la gente por mejorar. "La excelencia, la perfección es imposible, pero se trata de aproximarse a ella, de recorrer ese camino". Ese deseo de mejorar su mundo, el Athletic, le situó en la carrera hacia el salón noble de Ibaigane. Nunca se lo imaginó. "Jamás ambicioné ser presidente del Athletic", pero un buen día, tras un largo periodo reflexivo, su efigie, que rememora a El Pensador de Rodin, quiso aventurarse, recorrer un paisaje para descubrir el Athletic de siempre, pero desde sus ojos. Lo patroneaba desde Lekeitio, ese lugar donde palpita desde la infancia. "Es mi refugio". Un lugar en el que se siente seguro, anónimo, uno más del paisaje. "Y aunque la campaña es algo duro, en la que te sientes algo extraño, tengo claro que quiero disfrutar de este viaje pase lo que pase".
En las alforjas introdujo ilusión, diferentes sensibilidades, un buen puñado de prestigiosos colaboradores y las prensó con una manera de entender el Athletic tras 25 años en el club, con las raíces de Gure estiloa, un intangible que concretó en una campaña exquisita en los modos a pesar del oleaje y las turbulencias que acamparon en la puja electoral, que a cada paso iba tomando un aspecto cada vez más fiero, feo y hostil. Urrutia no alteró, empero, su mensaje, el tranta del "respeto, la educación y el juego limpio" como modo de proceder, lloviera o hiciera sol.
Paseó con la voz serena, el ánimo templado y una caja de argumentos que pretendía convencer al socio en susurros, lejos de los decibelios que proponía el espinazo de los comicios. Apoyado en la red de seguridad del equipo, su término fetiche, huyó del yoísmo, y se empleo con la primera persona del plural, el nosotros. Desde esa óptica forjó un pacto entre caballeros con Marcelo Bielsa, el entrenador que rechazó el oropel y el boato del Inter de Milán para comprometerse con la ideario futbolístico que Urrutia promulgaba para el Athletic. Urrutia y Bielsa hablan el mismo idioma y con idéntico lenguaje se comunican Amorrortu, Cuco Ziganda y Aitor Larrazabal, escuderos del excapitán. Urrutia, 401 partidos y ocho años después de que se extinguiera como jugador, dejará el vestuario y el césped para instalarse en el sillón y pisar la alfombra roja del Palacio de Ibaigane, un lugar que al igual que en la casa Blanca también existen mayordomos para recordarle que se está, no se es. Eso está reservado para el Athletic.