bilbao
La suerte se cultiva pero no se cosecha cuando uno quiere. Ayer, justo el día en que el Athletic rompió el maleficio de los hombres que fallaban todos los penaltis, por decirlo al estilo del novelista sueco Stieg Larsson, los rojiblancos vieron caer dos puntos por causa de sendas balas perdidas. Que no se diga que el resultado fue injusto, porque tanta intensidad pusieron uno como otro equipo; tanta pasión en cada disputa, tanto coraje a la hora del asalto a la fortaleza enemiga como corazón para defender la propia. No es eso, pero ¡ay! esas dos balas ciegas hicieron sangre en el marcador cuando las bayonetas del Athletic ya se erguían para la última defensa...
El partido estaba anunciado así: con un par de tibias y una calavera que advierten del peligro en las torres de alta tensión. No por nada, el Athletic tenía en juego la esperanza de volver a pisar el viejo continente el año que viene y para el Getafe, quien sabe, ésta era la penúltima oportunidad de soñar con la misma gloria. Así, Joaquín Caparrós y Michel (o los propios jugadores, que los estados de ánimo pesan lo suyo en tales circunstancias...) decidieron que la tarde del encuentro cara a cara se librase con un cuerpo a cuerpo corajudo, donde Pablo Orbaiz sufrió lo que se conoce como el ataque de pánico de las trincheras. Grave error. Herido por una entrada dura como tantas en el partido, le dio un aire y dejó a David Cortés, ¡ay, qué dolor! sin aliento tras una patada propia del ejército de caballería. El capitán, que había marcado, pasaba de ser un pequeño dios a un demonio de envergadura en un suspiro.
Y eso que San Mamés había reservado el papel de malhechor a Pérez Burrull, un arbitro con tablas de actor príncipe. Todo lo explica, todo lo gesticula, todo son aspavientos; tanto los errores como los aciertos. Con esa actitud el colegiado, recién salido de la glaciación donde hivernan los árbitros malos, se ganó chanzas y cánticos en su contra. Amén del consabido racimo de insultos, claro está.
Insisto: las sensaciones previas era que se acercaba un partido de cara y cruz. La campechanía de Ángel Torres y su séquito hizo guardia en la calle. Todos ellos, pero sobre todo él, repartieron pins del equipo madrileño. En el interior del palco, mientras tanto, Fernando García Macua saludaba al decano del Colegio de Abogados de Bizkaia, Nazario Oleaga, acompañado por Javier Bolado, y al legendario letrado, Ramiro González. En una esquina el diputado general, José Luis Bilbao departía con Juan Mari Aburto; José Mari Argoitia alertaba de los peligros del Getafe (no son artes adivinatorias sino años de fútbol...), los hermanos Garaizabal, Julio, Eduardo y Nacho compartían intuiciones con Carlos Franco y se reproducía el habitual cruces de saludos, un punto expectante por la trascendencia del partido. De todo ello podrán dar buena cuenta la peluquera Yolanda Aberasturi, Alberto Gonzalez, Marcel Arranz, José Luis Markaida, Juan Pedro Guzmán, Fermín Palomar, Juan Antonio Zárate, Gonzalo Sánchez; Iñaki Axpe y Julián Sala en nombre de Petronor, Iñaki Egaña, la diputada de Cultura, Josune Ariztondo, Daniel Ardanza, en nombre de Fineco, Gonzaga Alkorta y un buen número de invitados que sufrieron el calvario de vivir, bajo las reglas de la etiqueta y el protocolo de los palcos de autoridades, un partido electrizante.
Lo disfrutaron o padecieron más deahogados el viejo león Dani, a quien algún que otro aficionado desesperado pidió que refrecase su magisterio a la hora de lanzar penaltis en el actual vestuario; Mikel Viteri Solaun, vestido con la histórica camiseta rojiblanca atada con cordones; el delegado de la UEFA, Borja Bilbao, acompañado por los niños Diego Bilbao, Lucas Zabala y Santi Bilbao; el pequeño Oier Martínez, nervioso antes de saltar a San Mamés para inmortalizarse entre las piernas de los jugadores del primer equipo; Roque Alonso, Gabino Martínez de Arenaza, Jon Ortuzar, Juan Gondra, Koke Díaz de Vergara, Jon Arrinda, Fernando Quintanilla, Txirri, Andoni Goikoetxea, Begoña Urrutia, María Ángeles Ortega, quien pide, a voz en grito, ¡más nevera! para Pérez Burrull; Tomás Iriondo, socio desde hace más de medio siglo, Nagore de los Ríos, Antonio Bengoetxea, Ander de Arambalza, Pedro Aurtenetxe, José Juliñan Lertxundi y así miles de aficionados que se quedaron como Pérez: congelados.