Hace tiempo que Rozalén se siente como en casa en Bilbao. Cómoda, agradecida, bien cuidada y arropada, solo le faltaron las zapatillas en su populoso concierto en el Parque Europa ante unas 9.000 entregadas personas que se emocionaron y bailaron con la albaceteña con parte de “corazón vasco”, a quien abrazaron con cariño a ritmo de folk, pop, rock, cadencias latinas, electrónica, jota, rumba y hasta rap mientras cantaban y soñaban con un mundo mejor comiéndose a besos y abrazos.
“Me siento muy en casa en Bilbao”, confesó Rozalén durante el concierto, “el último en Euskal Herria” de la gira de presentación de su sexto disco, El abrazo (Sony Music), en el que no faltó la alegría de Beatriz Romero, la intérprete de signos de sus canciones. Por ello, debido a que “estamos muy tontitos”, puso toda más carne en el asador y se lo tomó más en serio que nunca, si eso es posible en alguien “tan intensa” como ella, según reconoció, en el repaso, casi íntegro, de sus últimas canciones.
La vimos realizando estiramientos antes de subir al escenario calentando músculos con Rosalía y sus adorados El Último de la Fila y Kase O con Albert Pla, justo antes de lanzarse a cantar y abogar por el abrazo, “la muestra de cariño por excelencia”. Delgada, vestida de negro con corpiño y minifalda blanca de lunares, pidió a su público que se relajara y disfrutara… y arrancó con Lo tengo claro, moviendo las caderas sensual y abogando por el amor con ritmo latino.
Tuvo claro desde su “gabon Bilbo” que la cita iba de olvidarse de los problemas y de bailar, como cantó en Quitarnos la pena antes de que sonara la guitarra con los arreglos pop y rock de Será mejor, que unió con Dragón rojo. Apoyada por un sexteto cumplidor, con hasta tres guitarras en ocasiones, se tomó un respiro tras 15 minutos con Y busqué, la primera balada y viaje interior de la noche, que unió a la bella melodía –y letra: “sé buena gente”– de La cara amable del mundo, compuesta para su sobrino y dedicada a los txikis que empiezan a transitar por una jungla repleta de incertidumbres, competencia e inhumanidad aunque todavía “vale la pena”.
Recogimiento y fiesta
“Me siento muy en casa”, indicó Rozalén, tratando de comunicar cariño y alejarse del populismo cuando, con gracia, indicó que algunos bilbainos se creen que es del botxo. Y en su sesión gratuita de nostalgia y fiestón total, prosiguió con Comiéndote a besos, uno de sus primeros éxitos. Como tiene ya tantos la cantó como parte del primer popurrí de su repertorio, junto a Vuelve y Este tren. Embocando la mitad del concierto–terapia y como buena psicóloga, Rozalén, ya “más a gusto que en brazos”, se dio un baño de nostalgia y duelo con dos de sus mejores últimas canciones lentas.
En la primera, la desnuda balada Entonces, con ella a la guitarra, viajó a su Letur natal, el primer pueblo que sufrió la dana, y revivió su añorada infancia bajo la parra de la nostalgia. Y en la segunda, antes de su mostrar su solidaridad con los afectados de los incendios, dio un largo suspiro y se llevó la mano al corazón para cantar Todo lo que amaste, con la caricia del teclado y dedicada a su padre, a quien tanto “se echa de menos”, fallecido “de golpe” hace tres años.
Alegre y en euskera
Tras honrar a su aita, quien se sabía las alineaciones del “Bilbao” en los 60 y 70, y a los arreglos originales de la canción, obra del getxotarra Fernando Velázquez, entre el aplauso, la emoción y el reconocimiento volvió a atreverse con el euskera cantando Xalbadorren heriotzean, de Lete, y tras mostrar su solidaridad con Kai Nakai, Olatz Salvador y Maren ante su concierto suspendido, se sacó de encima tristezas y su parte frágil –“la fragilidad es fortaleza pura”–, para mostrar la más alegre y festiva.
A ritmo de jota, con bandurria y acordeón, reivindicó la raíz, el folclore y la tierra propia en Te quiero porque te quiero y Es Albacete, entre bailes a “lo Lina Morgan”, bromeó. Ni la lluvia quiso perderse cuando se zambulló en el funk y el hip hop con Mis infiernos, sin Kase O, claro, y, entre palmas flamencas, convirtió el escenario en un tablado, con todos haciendo piña, al cantar la rumbera En una noche cualquiera, aderezada con una batucada final.
Los guiños latinos de Tres días en Cartagena, ya desatada y bailonga, dieron paso a un largo popurrí donde se fundió la electrónica de los 80 de El paso del tiempo con lo afrolatino de Que no, el vals de Hadas… Con un guiño a Manu Chao sonó Girasoles, otro de sus éxitos, que dio paso a un bis introducido por el público con sonoros “Palestina askatu” y por Rozalén con el pop rockero Llévame.
“Todo va a estar bien” cantó/deseó la albaceteña, que compartió con sus fans La puerta violeta y, antes de volver a hacer piña en el agur con sus músicos bailando y “rompiendo el suelo” con el ritmo makinero de Flying Free y el parque convertido en una discoteca al aire libre, esparció magia y polvo de hadas y le cantó a la amistad eterna en Todo sigue igual, abrazada a ese Bilbao al que instó a cuidarse mucho, a beberse la vida y, como diría Lorca, “a estar alegres”.