Al igual que los modelos de vida a seguir no se encuentran en las vallas publicitarias, olvídense de apoyarse en un patrón si todavía apuran para saber cómo lucir palmito por la calle en fiestas. Bilbao viste sin ataduras. O lo que es igual, lo hacemos como nos da la santa gana, aunque a veces parezca que no sea la manera más católica. Ya no obedece tanto a cuestión de estratos sociales ni distritos de procedencia; funciona más el hecho de por dónde quiera moverse, lo que esté dispuesto a hacer o a qué tribu urbana se entregue o pertenezca.
Solo hay un denominador común: el pañuelo azul. O tampoco. Es tal el crisol de zapiak anudados al cuello que uno ya se pierde en si en esa diferencia se esconde algún tipo de reivindicación. Hay quien como Miguel (Leioa, 31 años) se decantó por el clásico, impoluto y tradicional, como “forma de rebeldía contra la baldosa” estampada o quienes se pasaron una mañana haciendo largas colas para hacerse (al ¡módico! precio de 5 euros) con uno que, metafóricamente, presenta batalla a Netanyahu. Porque sí. En esto sí hay consenso: en los lemas en la pechera y colores de los complementos gana, por goleada, la denuncia del genocidio israelí. ¡Con lo fácil que sería enfundarse el palestino y listo!
En el ecuador de la semana, cuando los adictos al jolgorio han vaciado ya medio armario, tienen el otro medio remojado en un detergente milagro, o su traje ha dejado de mantenerse en pie, solo se ha detectado un ritual inequívoco y que no hace distinciones de sexo, edad o religión: el que se paseó durante largas horas el pasado domingo en procesión hasta San Mamés. Y aunque la rojiblanca predominó como patrimonio de la Humanidad, tampoco en esto hay uniformidad. Porque camisetas del Athletic las hay suplentes, terciarias y hasta de moda retro como si la vistiera Pichichi. Ahora bien, acabado el día todas ellas brillaron aún más esplendorosas. De La Catedral a Vista Alegre, donde los tiempos sí que han cambiado. De hecho, en los toros se impone ahora el traje fantasma, como el del cuento del rey desnudo, en tanto que la carencia de público inhabilita cualquier análisis de códigos de vestimenta al respecto.
Con fecha de caducidad
Lo cierto es que incluso quien sale con la raya del uniforme exquisitamente planchada para dejarse ver en un palco del Arriaga persigue el mismo objetivo que quien reposa su trasero en el bordillo de cualquier acera: la comodidad. Por encima de todo, la inmensa mayoría se agarra en verdad a una máxima: aparcar en casa la marca de turno y darle marchamo a ese fast-fashion con fecha de caducidad que de vez en cuando nos da por comprar aun a sabiendas de que el resto del año dormirá el sueño de los justos. Que la purpurina se incruste en esos tejidos no tiene el mismo pecado que el hecho de que repose in aeternum en las prendas adquiridas con la extra de verano. El outfit más asiduo responde al PPC, que en este caso no son las siglas de ningún partido político, sino el tridente pantalón-playeras-camiseta, donde el segundo elemento oscila en función del instante: te puedes poner unas sandalias al abrigo del sol y de día pero si arrecia la tormenta, y sobre todo para esquivar cualquier accidente nocturno, mejor poner los pies a cubierto con calzado plano.
“Tiro de vaquero negro de pitillo y zapatillas a las que suelo dar la última vida en Aste Nagusia”
“Como el lunes por la noche podía hacer algo de fresco tiré de lo clásico, un vaquero negro de pitillo y las zapatillas a las que doy siempre la última vida en Aste Nagusia. ¡Y encima blancas!”, confiesa Marta (Portugalete, 40). Pitillo skinny, esa tipología de pantalón que para los jóvenes responde ya al atuendo de un boomer mientras ellos/as tiran de esos baggys de interminable tela, más parecidos a sacos que desestilizan la figura y en los que deben meter sus sueños, que suponemos que serán muchos.
Permitida la osadía respecto a ese estilo de dudoso gusto juvenil, despojémonos de clichés. Porque luego están aquellas que en plena txozna tiran de una faldita Indigo, a lo Lola tapándose en la playa con un hilillo de plastilina; o los chicos que recurren a esos crop top que solo puedes encontrar en Shein si lo que quieres es mostrar el avance que el crossfit ha hecho en los daditos de tu vientre. Mucho más común, confortable y genuino se erige el traje de arrantzale, en ocasiones falda unisex y con esencia bermeotarra, que se ha apoderado de ellos/ellas/elles a lo largo y ancho del recinto, aunque haya a quien haga falta explicarse los orígenes y significados de ese lauburu que les cuelga. No es el caso de Nagore (Barakaldo, 39), a quien bajar así no solamente le sirve para identificar su “sentido de pertenencia”, sino que es el mejor escudo contra aquél a quien se le dobla un vaso y te pringa de arriba abajo.
El estereotipo en la vestimenta está bien marcado en quien acude a ver las bilbainadas, normalmente de edad más avanzada; quien le toca sudar en la txozna y le dan ganas de desabrocharse hasta el tuétano; en los que se pasan por Bilborock oliendo (también y no solo) a cuero; en quienes van a los hoteles casi recién salidos del sastre y la peluquería; y en los amantes del frikismo, adalides de los gorros de colores y gafas de sol en plena madrugada, quizás para ocultar los efectos de la juerga. En el otro bando juega la elegancia sin necesidad de ser sobria. La de Naroa (Getxo, 19): pantalón vaquero de Nicolli, top negro de Zara, bolso oscuro de Prada y deportivas de New Balance. La reina de la noche aunque el veredicto sea subjetivo.
“Vamos a lo grande. Es decir, vamos como nos da la gana. ¡Como si nos da por ir medio desnudos!”
Al tiempo que desciende el recurso del pantalón de Mahón, se percibe también por la cercanía temporal cómo el look BBK Live extiende sus garras porque al final sendos acontecimientos responden a un mismo fin: divertirse. Ahí emergen las camisas floreadas y botas de darlo todo a pie de terreno. Y mientras quien les escribe (Igor, Erandio, 50) se fue a ver una obra con una camisa náutica y shorts con inspiración ibicenca, hecho un pincel, mi admiración hacia todas aquellas personas mayores que, justo a la hora exacta del txupinazo, se plantaron en el Campos de punta en blanco y mejor maquillaje aunque un par de horas después les pudiéramos ver a más de una al ritmo de Karol G en Jardines de Albia con la cadera más dislocada que la de servidor. Como decía Álvaro (Bilbao, 44): “Vamos a lo grande. Es decir, vamos como queremos. ¡Como si nos da por ir medio desnudos!”. Porque mientras unos ven la vida en blanco en negro y otros en color, todos se quedan con el azul Bilbao. Siempre de moda.