Apenas unos meses después de su paso exitoso por Euskalduna Jauregia, con el apoyo de Valeria Castro, Fito y Mikel Erentxun, Coque Malla volvió a celebrar en Abandoibarra su 40º aniversario en el mundo de la música, desde que despuntara con 15 años en Los Ronaldos. Y lo hizo de forma magistral, en forma, emotivo y festivo, sin tabúes estilísticos, haciendo propias múltiples influencias y demostrando por qué es uno de los más grandes entretenedores del último medio siglo sobre un escenario y un compositor sin igual, propietario ya de canciones para toda una vida.

Al madrileño, a quien casi le salieron los dientes en un escenario, todavía le queda mucha música dentro, pero la que nos ha regalado ya empieza a demostrar que es uno de los campeones estatales de las cuatro últimas décadas a la hora de juntar estribillos con letras emocionantes, de esas que arañan y te mueven por dentro y por fuera, encapsulando recuerdos y vivencias o animándote a bailar.

En Abandoibarra demostró su dominio del escenario y nos regaló un concierto inolvidable, de esos al alcance de las auténticas figuras. Coque es ya un clásico, parte de la memoria colectiva de varias generaciones de aficionados a la música, como demuestra que, vayas donde vayas, en alguna verbena popular veraniega de cualquier pueblo perdido del Estado te encuentres bailando alguna de sus canciones o de Los Ronaldos; sí, porque muchos somos de “Burning, Ronaldos y Lou Reed”.

Coque Malla en un momento del concierto Oskar González

¡Ah, las canciones! Como él mismo dijo, fueron “las verdaderas protagonistas, las diosas de la música”. Y el madrileño, en Bilbao, al que saludó con un alegre gabon, demostró que tiene varias de esas que quedarán para siempre en el recuerdo de la gente incluso después de que él exhale su último suspiro. A ellas, y a su público, homenajeó con un recital “sin nostalgias”, cargado de presente, orgulloso de sus pasado y con un repertorio –17 temas, 90 minutos febriles de emoción y baile– que zigzagueó por toda su trayectoria, desde 1987 a la actualidad.

A saco con Los Ronaldos

Empezó a guitarrazo limpio con el memorable riff de Por las noches, rescatando el desparpajo y la huella más stoniana de Los Ronaldos, esa que todavía “nos gusta y nos divierte”. Vestido con una camisa de lentejuelas y gafas de sol, como requería el espectáculo, ya con la siguiente, esa oda de amor a las canciones llamado Solo queda la música, acabó con la barrera público/escenario. En apenas 10 minutos nos había agitado el cuerpo con un vibrante, rockero y eléctrico r&b, y hecho volar envueltos en un mantra psicodélico que fotografió su aprendizaje a lo largo de 40 años, ese que se resume en la frase “caminando se aprende en la vida”, de su adorado Rubén Blades, que calentó los minutos previos al recital.

Asentado sobre un despliegue físico y vocal sin mácula y un sonido tan prístino como potente, Coque rescató Este es el momento, tema de la película Campeones, para presentar una apabullante sección de vientos, con su hermano Luis al frente, que se incorporó en varias canciones y se unió a su banda actual, lugartenientes de lujo –el batería Gabriel Marijuán, el guitarrista Amable Rodríguez, el pianista David Lads y el bajista Héctor Rojo– y ajustados como un metrónomo al líder, como demostraron en Extraterreste.

A todos, artistas incluidos, nos conforman y alimentan la familia y las amistades. Y en un repaso de 40 años no podían faltar ni la imagen –impresionante los recuerdos y videos proyectados en la enorme pantalla de video– ni la voz de la ama de Coque, la actriz Amparo Valle, en la recitada, compleja y psicodélica La carta, que acabó de rodillas, ni un recuerdo a los colegas “que llevo en el alma”, Dani Martín y Rulo, a quienes dedicó ¿Volverá?, con su preciosa melodía, su teclado sesentero y las guitarras restallando.

Un máquina

Como si fuera el teleberri, las imágenes del fuego acompañaron al flamígero blues Todo el mundo arde, con sus pasajes complejos y él calcando el riff y la postura de Keith Richards, antes de que rescatara y alargara una de las cumbres de la cita con La señal, orquestal y con unos vientos a lo Divine Comedy. Y de lo excelso, a la que se unió poco después Berlín, un baladón estremecedor, de esos de “para toda la vida”, pasó a lo popular, a “la canción de las bodas”, un No puedo vivir sin ti que cantó a dúo con el veterano público, unos 6.000, según fuentes municipales.

“Elvis está vivo”, gritó el madrileño. Y después, lo mismo, al final, de Chuck Berry, cuando le hizo un guiño al clásico Carol. Al menos, su legado, como el de Mick Jagger, el del Elvis crepuscular y crooner en Las Vegas, el de James Brown, el de Fred Astaire y Michael Jackson... A todos ellos nos recordó Coque, entre bailes, guitarras y canciones que viajaron del rock´n´roll al r&b, el soul, el funk, la psicodelia, los aires latinos, el vals circense en El último hombre

Un bis para guardar

Acercándonos al final, unió, a golpe de riff, otra de Los Ronaldos, Adiós papá, la de “más dinero”, con la frescura de Mucho mejor, que rezumó soul, fiesta y sexo con el contrapunto de las princesas Disney en pantalla y concluyó con Coque lanzándose confeti sobre la cabeza. Gozando “como perros” y ya con el saxo de El Pirata como invitado, nos deslizamos con Astaire y Ginger Rogers en Un lazo rojo, un agujero antes de un bis que se inició a ritmo de fiesta rockera.

Arrancó con Guárdalo, primera concesión final al repertorio de Los Ronaldos, a la que unió una más, Sabor salado, en la que fusionó funk y los arreglos latinos y bailables de los vientos antes de despedirse con Me dejó marchar, otra de sus joyas recientes, balada en la que alabó al público y “la producción impecable” del concierto. Disfrutón, cantó, contó, bailó, rapeó y convenció. Y le dejamos irse con la esperanza de que regrese pronto porque aun tiene mucha música dentro.