La corrida de ayer

  • Ganadería. Toros de Zalduendo de fuerzas menguantes. El primero se lastimó, nobles los lidiados en segundo, quinto y sexto lugar, y descastados tercero y cuarto.
  • Sebastián Castella, de blanco nuclear y plata Estocada habilidosa (silencio). Estocada desprendida (silencio)
  • Emilio de justo, de violetas y oro. Estoconazo (oreja). Estocada certera (oreja).
  • Ginés Marín, de gris carbón casi negro y oro. Tres pinchazos y estocada baja (silencio). Pinchazo y estocada buena (oreja).


Sobre prodigios de este cariz se habla en los Evangelios, donde dan carta de veracidad al milagro de andar sobre las aguas. Hay quien cree en ello a pies juntillas y quien ve en ese pasaje del mar de Galilea apenas una fábula. Fue una tarde de naufragios, con los alicaídos toros de Zalduendo rompiéndose –al primero de Castella se le quebró la mano izquierda cuando repartía gañafones a diestro y siniestro...–, apagándose como una estrella que muere (lo de Asilado, tercero e la tarde, casi daba pena, viéndole parado como una estatua yacente...), protestantes sin dar una católica embestida, como se decía antaño.

En una tarde así, de la que nada cabía esperarse, la gente acabó saliendo de la plaza entre estornudos y escalofríos: los primeros por el diluvio, los segundos por el toreo de Ginés Marín ante Airoso, el toro que cerraba plaza, cuando más brava arreciaba la galerna. El enésimo Zalduendo de saldo de la tarde y el cielo rompiéndose. “Anda, vámonos”, debió pensar más de uno. Y más de uno lo hizo. Llovía a cántaros y sobre el barrizal, sobre las aguas, lo que les dije: el milagro de ponerse a andarle al toro. Ginés Marín encontró, en ese ir y venir sin gracia (como si bailasen una bachata caribeña un escandinavo de hielo, con esa galanura...), el punto exacto en el que clavar el primer natural que tragó el toro. No paró desde entonces. Se puso Ginés a torear despacio, como dicen que han de nacer los buenos amores, y la muleta liba ajustándose a la cintura del toro. Todo de verdad. De verdad de la buena hasta el punto de que Vista Alegre se encendió en llamas. “Pobre del corazón apasionado y entregado que se enamora de un ser indiferente...”, dijo el poeta. Ayer en el desenlace de ese imposible romance encontró su riqueza de dos series de naturales. Iba armándose el taco, el lío, el alboroto. Ese sí que fue el milagro. Tras un pinchazo de mal agüero mató con el rayo. Orejona de las gordas que consolaba la desgracia de haberse medido, en el tercero de la tarde, con un ser vivo con apariencias de toro y alma de perro pachón.

Méritos también tuvo Emilio de Justo que hubo de sacarle jugos a su oficio ante Malcaso, un toro con arboladura descomunal y en puntas (el primero fue similar pero no coló el engaño: ese no es el toro de Bilbao...) que embestía con alma de navajero. Consintiéndole, tragándole, Emilio fue haciéndole toro a ese pedazo de barro. De uno en uno los muletazos, dejándole que se lo pensase el animal. Había sido una labor de enfermería y quizás porque la espada cayó perfecta Vista Alegre le regaló una oreja de bienvenida.

Que no hay quinto malo es una frase de leyenda. El de ayer fue un horror, un asco. De nuevo Emilio lo tragó (ha debido pasar un noche de empachos el diestro extremeño...), dejándole respiros, sin estrecheces. Emilio toreó como catedrático de Soluciones Imposibles.

Puestos académicos, recordemos lo dicho: que los zalduendos de ayer no aprobaban primero de carrera ni de lejos. Los sufrió, quizás más que nadie, Sebastián Castella. A su criminal primero le honró las gracias José Chacón con dos pares de banderillas bárbaros. Se diría que el muy cabrón quiso vengarse con Sebastián, tira que tira cuchilladas hasta romperse. ¿Y en el cuarto? ¿Acaso ahí no tuvo la oportunidad de resarcirse...? Castella lo brindó al público –no sé que vio el experimentado diestro en aquel espécimen...– y pronto cayó en la cuenta de su error. Otro toro de pastiflora, una sosez. Fue un milagro, ya les digo, lo de Ginés. Uno de los auténticos.

La corrida de hoy

  • Ganadería. Los toros de Victoriano del Río acostumbran a dar tenso e intenso juego en Vista Alegre.
  • El Juli. Es uno de los ‘toreros de Bilbao’ que hoy se despide del ruedo de Vista Alegre 25 años después. Bilbao le aguarda expectante y emocionado.
  • Paco Ureña. Guarda un idilio con Vista Alegre desde aquella tarde en la que cortó cuatro orejas e invocó al toreo de las antigüedades
  • Roca Rey. Su segunda tarde en Bilbao está barnizada con las más altas expectativas.