Como el personal, achicharrado, se ha bebido hasta el agua de las fuentes, puse rumbo al parque de los patos para refrescarme, conectar con mi yo interno -si es que no había salido por patas después del concierto heavy- y husmear en la carpa de las bilbainadas, un entorno a priori inofensivo. Me dolía mucho la cadera -es lo que tiene recorrerse la Gran Vía en chancla y zapatilla de cuña-, pero había padres con niños que renqueaban, así que me mimeticé sin problemas.

Nada más llegar a La Pérgola, además de unas escamas del disfraz de pez globo evolucionado a salmón, se me cayeron varios estereotipos. El primero, que las señoras mayores son muy pudorosas. De hecho, vi a una quitándose la camiseta detrás de una columna y poniéndose una blusa sin mangas. Que levante la mano quien no haya tenido que mudarse y escurrir la ropa estos días. También descubrí que hay amamas muy punkis, con el pelo rosa, morado o color frambuesa y gafas de animal print.

No sé si sería por la sofoquina o porque, al revés que a Dinio, la mañana me confunde, pero a lo lejos, en un oasis, me pareció avistar pelícanos y flamencos y, justo delante de mí, un joven con una camiseta con el texto "Me Río de Janeiro". Me quedé con las ganas de preguntarle si se partía de Janeiro, Brasil, o de Janeiro, Jesulín, pero estaba tan ensimismado con las bilbaineras que no quise molestarle.

Los sombreros de Euskadi y pañuelos de arrantzale no están reñidos con las camisas hawaianas. A. R.

No fui la única que se dejó llevar por el ambiente tropical. Junto al escenario bailaba con unas y otras un señor que combinaba sombrero de paja con cinta de Euskadi, gafas de espejo naranjas, camisa hawaiana, pañuelo de arrantzale, bermudas con el escudo del Athletic, media de compresión y deportivas. El que no se fusiona es porque no quiere. Que se lo digan si no a la espectadora que acudió con falda de mahón y una txapela tejida en lana con los colores de la ikurriña. Los sesos en ebullición como kokotxas solo de verla.

También vi a una mujer con un pañuelo de fiestas de un comercio de gafas y audífonos -cumplir años es lo que tiene- y un grupo de chavales que se lanzaron a la pista como si se hubieran equivocado de concierto. Eran de Pau. Algo era ello. “Ya va viniendo la juventud. A ver si aprenden las bilbainadas y no las de Mojinos Escozíos”, lanzó un componente del grupo Gau Pasa. Esos, ni una cosa ni la otra.

Atravesando el txikigune, donde todos iban en bañador o pañales, me topé con unas camas elásticas. Pena que estuvieran ocupadas. A estas alturas, con tal de tumbarme, no le hago ascos ni a una cama redonda.