El día grande de Aste Nagusia es el jueves, pero difícil superar lo del miércoles de Lola Indigo en el incomodísimo Parque Europa, que nos recordó, por asistencia desbordada, a la respuesta de ETS el año pasado. Toda una multitud, juvenil e infantil, esta última con sus progenitores de la mano, disfrutó, al borde siempre de la lipotimia y el ingreso hospitalario por aplastamiento, del sofoco discotequero que propuso la cantante y bailarina andaluza, más efectiva en sus coreografías que como cantante… O eso nos pareció, ya que apenas vimos nada en tal akelarre disco y reggetonero oficiado por la diva.

A ver, uno se ha tragado miles de conciertos, pero tiene que gustarte mucho un cantante para disfrutar –he dudado escribir sufrir– lo de Lola en el Parque Europa. O ser muy joven y estar de fiesta con tus colegas o… tener que trabajar, claro. Miraba al grupo de currelas situado en el lateral del espacio, en la churrería que se hartó de vender agua y refrescos en lugar de churros, y pensé que alguien no me quería bien en el periódico. La explanada, los laterales y laderas del parque, insuficiente e incómodo debido al arbolado, estaban petados.

“Esto está hasta las trancas”, es lo primero que oí al intentar evitar el tapón humano de acceso al parque. Lo dijo un joven litronero que, al igual que yo, intentaba acercarse, sin éxito alguno, al escenario, en el que se atisbaba un huevo blanco de grandes dimensiones. Sonó la música –“tú a mí me tiene mal, me pones animal”– y nos pareció que Lola, la primera eliminada de Operación Triunfo 2017, renacía como la diva actual en la que se ha convertido en un lustro y emergía de la eclosión del huevo. Eso nos dijeron, porque seguía buscando un espacio con cierta visión del espectáculo.

Como un francotirador, levantando la cabeza en busca de la pieza a cobrar, escuchamos “para olvidarme de ti”, otra tonada de su último disco, de ritmo urbano. Ver, ver… poco. Lo justo para atisbar en una enorme pantalla que ella iba muy sexy, con algo parecido a un tres piezas plateado y con flecos que dejaba mucha piel al aire. Al menos, logramos en un lateral que el sonido, insuficiente para tal marea humana en el fondo, llegara claro. “Arriba Bilbao”, gritaba entre ráfagas de electrónica y autotune. Y la chavalería le hizo caso cuando ella propuso ir a la Diskoteka. Invitaba ella. “Estoy mojada, hace calor”, siguió entonando, sin parar de bailar. Sí, sí, calor. Ola de calor. Ya no eran los 42 grados de media tarde, pero aquello era un infierno, una cárcel atestada. Imposible el twerking en las primeras filas.

Twerking, el baile que arrasa en Aste Nagusia

Twerking, el baile que arrasa en Aste Nagusia Borja Guerrero | Yaiza Arrizabalaga

“Vaya pila de gente. ¿Se me escucha?”, oímos que decía Lola. Pues sí, pero verte… Y es ahí cuando tras alabar a Bilbao, a su gente y a su gastronomía, se mostró sorprendida por la temperatura del botxo y nos regaló su propuesta: refrescar a sus fans… con canciones. Bajó el ritmo con Turismo, pero el sofoco se aceleró con Toy Story, a ritmo de r&b sedoso y funk –“hay otro, pero no quiero”, “quiero comerte, no comerme el coco”–, y se impuso con su hit La niña de la escuela, gritada íntegra por el público, adhesiva en su estribillo y ajuste de cuentas en su letra: “la que no te gustaba, ¿me recuerdas? ahora que estoy buena pasas y dices oh nena, oh nena”.

Una diva

Por lo que pudimos adivinar, con el escenario en varios niveles, la luminotecnia deslumbrante, las coreografías ajustadas con sus bailarines, sus cambios de vestuario, el buen sonido y la respuesta arrebatada, Lola se ha convertido en una diva pop. Aún está lejos de la propuesta de Rosalía y de C. Tangana, pero pelea por acercarse a ambos aunque no viéramos que saliera volando cuando llegó Dragón, balada trascendente entre tanta propuesta hedonista y sexy –relata su miedo y ansiedad ante el éxito– que vertebra su último disco y que, en comunión con las pantallas y sus proyecciones, aceleró el concierto hasta el final.

Lola Índigo durante el concierto en Aste Nagusia Jose Mari Martinez Bubu

Sonó Corazones rotos y su puente a lo Coldplay, Lola ya con otro atuendo y pelo verde, y seguíamos sin ver músico alguno. Alguien cercano del pelotón de fans –“mi gente”, para ella–, dijo haber visto un bajo, batería y guitarra semiescondidos. Pregrabado total o en parte, el sonido resistió siempre y la “discoteca teca teca” prosiguió lanzándose de lleno al reggetón. En el akelarre que concitó con las brujas, Santería sonó latino y actual, igual que Ultravioleta o Las solteras, esas que “no joden con cualquiera”, que hizo mover el culo a su gente después del respiro “lento, lento” de Slow Mo.

Hubo desertores, claro. Entre ellos alguna familia con amama al frente y hasta algún joven en silla de ruedas. Si les ven los de servicios sociales… Fueron bastantes, sí, al borde de la lipotimia la mayoría. Y otros, atendidos conveniente por la policía local y los enfermeros, de forma literal. Fui testigo. Quien resistió el sofoco y las letras tórridas de la libérrima y orgullosa diva –que lo pedía lento o frenético y salvaje, según el tema– siguió la petición de Lola y besó y abrazó a sus amigos en High Remix y bailó La Santa, pero no “pegaíta a la pared” precisamente. Twerking para TikTok con Trendy y Romeo y Julieta, nuevo cambio de vestuario –nos pareció un hada– y la esperada y vengativa El tonto. La escuchamos, sin Quevedo claro, en la lejanía –nos adelantamos para evitar el tapón del desalojo final–, con Lola “tocando el techo” y animando a la gente “a irse a beber y hacer esas cosas malas que hacéis de fiesta”. Ella, diva total, montó un akelarre discotequero del que costó disfrutar ante tanta “mi gente”. Reina triunfante, cantó YNQN y ya no quiso más.