A las 6 de la tarde del 9 de mayo de 1950, Robert Schuman, Ministro de Asuntos Exteriores francés, en el Salón del Reloj del Quai d'Orsay de París, ante representantes de la prensa nacional y extranjera, pronunciaba la Declaración que daba inicio al proyecto de construcción europea. Se trataba de unir la producción del carbón y el acero de Francia y Alemania bajo una alta autoridad común abierta a otros Estados europeos. Fue elaborado en secreto por Jean Monnet, comisario general del plan de modernización y equipamiento del Gobierno francés. En la mañana de aquel 9 de mayo un miembro del gabinete de Schuman entregó al Canciller de Alemania Konrad Adenauer una carta en la que le informaba del proyecto francés, que el líder alemán acogió con entusiasmo. En París Schuman consiguió, entre tanto, el apoyo del Consejo de Ministros. Los gobiernos británico, italiano, belga, neerlandés y luxemburgués son informados de la inminencia de una iniciativa francesa. Lo mismo sucedió con el Gobierno de Estados Unidos. Todos ellos mostraron su conformidad. Ese día nació la Europa comunitaria, lo que hoy es la Unión Europea.

Hace más de un año, el 19 de febrero de 2019, el Parlamento Europeo respaldaba el establecimiento del Día de Europa, el 9 de mayo, como festivo en todos los Estados miembros de la Unión Europea, junto a una batería de iniciativas con vistas a promover la pertenencia al proyecto comunitario. El texto no vinculante, aprobado con 459 votos a favor, 170 en contra y 49 abstenciones, abogaba por "garantizar el ejercicio y ampliar" los derechos existentes de los ciudadanos de la UE para consolidar la identidad europea. Un año después, San Schuman, solo se celebra como festivo en Bruselas y, de una forma peculiar en Francia, que ilumina la Torre Eiffel todos los 9 de mayo de azul, los colores de la bandera europea. No será, pues, por el impulso de las instituciones comunitarias que no seamos más europeos unas horas, sino el empeño continuo de los Estados miembros en convertir a la UE en una muleta de apoyo unas veces y el obstáculo otras, a sus intereses particulares.

Es evidente que la unidad europea va a ser y ya está siendo un factor determinante para salir de la crisis del coronavirus. Lo es para encontrar tratamientos y vacunas contra la enfermedad, lo es para paliar el destrozo económico que está causando y lo es, sobre todo, para diseñar y construir la nueva vida a la que nos obliga esta dramática circunstancia. Repensar Europa es una obligación inmediata si queremos aportar soluciones que garanticen la paz, la libertad y la democracia en nuestro espacio común. Setenta años después, estamos de nuevo ante la encrucijada de reconstruir Europa sobre los mismos valores, sobre la defensa de los derechos individuales y sociales. La necesidad de movilización europeísta ante las ruinas del modelo económico anterior, es un imperativo para frenar las tentaciones populistas eurófobas, que el pánico por la incertidumbre puede provocar. Hacerlo desde una visión ibérica, peninsular, es una oportunidad de fortaleza desde el Sur como nunca antes se había producido. El próximo 12 de junio también celebraremos un aniversario: los 35 años de la incorporación de España y Portugal a las entonces Comunidades Europeas. Mejor momento y mayor necesidad imposible para reforzar el compromiso ciudadano con una Europa más unida, más fuerte, más soberana y más democrática.